De copas
Que el hombre no es un robot ni un paramecio lo sabemos gracias a esos momentos alquilados al tiempo que sirven para echar una siesta, encender un habano o tomar unas copas. Son esos paréntesis cálidos y gaseosos que sirven de tregua de los enemigos y de pizarra de los deseos. Tomar una copa en compañía de pocos es una manera de disolver los terrones del horario, una consagración civil de la privacidad y una especie de alambique de las ideas donde se destila lo mejor de cada uno. Y a veces también lo peor, como se ha comprobado esta semana con la grosera locuacidad del presidente de Cantabria, ese personaje que, por lo visto, es bastante proclive a la estridencia y a la bronca.Precisamente la acumulación de tarjetas ha provocado finalmente la expulsión de ese autócrata de la cofradía que le daba amparo. El motivo final han sido las lindezas que el presidente dedicó a sus jefes asomado a las últimas copas de la madrugada. Aquello que se escucha entre whiskys nunca es lo mismo que aquello que se lee entre bollos y café con leche. Claro que en el caso de Hormaechea llovía sobre mojado. Pero el vino no es el suero de la verdad. Y en Santander alguien decidió que la palabra es responsabilidad exclusiva de quien la dice, cuando en algunas ocasiones esa misma palabra incierta también es responsabilidad de quien la repite.
A los periodistas de plástico les encantan esos políticos de vísceras contradictorias y vanidades incontroladas. Pero la locuacidad incontinente del hablante no desmerece el abuso carroñero del escribiente. Se acerca un periodismo de orejas tras las puertas que no conoce de límites ni de matices. Pronto pondremos casetes en las mesillas de noche, y publicaremos los sueños de los prohombres, y sus jadeos de amor, y el chorrito de sus micciones. Y a eso le llamaremos, cómo no, libertad de información.
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