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Más del petróleo

La invasión de Kuwait ha sido el prólogo de los primeros pasos firmes hacia lo que parece 'ser una utopía que ha encontrado su lugar o lo va encontrando: el funcionamiento de hecho (EE UU y la URSS) y de derecho (ONU) de algo muy parecido a un gobierno mundial: un gobierno con dos estructuras, la más alta de las cuales cabe en una mesa de café (Bush y Gorbachov conversando), y la otra necesita de algunos graderíos para reunir a los representantes del resto del mundo, que deberán templar su voz y acordarla con el conjunto de problemas que la comunidad extensa considera relevantes o prioritarios, improvisando una nueva forma de organizar sus propios temas en función de esa comunidad, cuya capacidad sancionadora hará posible o no un nuevo orden político apenas emergente.La posición hegemónica de Estados Unidos es un hecho con el que todo Estado debe contar, y cuyo cuestionamiento aquí y ahora es una aventura desestructurante para la URSS, que necesita como nunca de ese orden universal para poner en orden su casa y reactivar su economía y su poder de equilibrio en un mundo y, sobre todo, en una Europa que necesita su contrapeso y su paz interior. Cualquier acontecimiento que altere este precario proceso de orden altera también las posibilidades del conjunto, y no es posible hablar de una solución a los problemas del subdesarrollo en el marco de un escenario caótico y regresivo, en el. que las continuas soluciones militares a los problemas harían inviable la propia racionalidad política que parece apuntarse tras los movimientos diplomáticos de los últimos meses.

Es este proceso lo que está en juego en el tema del golfo Pérsico, y no sólo los problemas de aquella zona. Tampoco el petróleo, con ser una cuestión importante, es lo importante en aquella lejana (?) guerra inempezable. El petróleo es el paisaje del conflicto, pero el conflicto es otro.

La confirmación de la doble Hegemonía cooperadora (EE UU y la URSS) con un socio rico y otro aún determinante, tanto por su poderío militar como por sus materias primas y sus recursos humanos, se hace tanto más necesaria cuanto que ambos socios se ven acuciados por algunos problemas internos importantes y por algunas sombras externas: la emergencia de la nueva Alemania, la insistencia japonesa por entrar en todo mercado con su peculiar modelo productivo y los problemas derivados del subdesarrollo y el desequilibrio político en los países pobres. Sí sólo algo similar a un gobierno mundial puede abordar algunos de los problemas citados y aun otros tan o más graves (el medio ambiente, el armamentismo, etcétera), la única garantía de que tal gobierno fáctico-formal tenga rápida viabilidad es el reconocimiento del poder de ambos socios por el resto del mundo. Y esto tiene sus aspectos poco agradables (una restricción de soberanía no siempre compensada), pero tiene un aspecto que pudiera beneficiar a todos: la definición de un marco político y económico claro para los próximos lustros que permitiese la constitución de organismos intermedios entre los países y sus más altas representaciones supranacionales, que serían los que deberían promover la resolución de los problemas políticos y económicos a esas instancias superiores, tanto fácticas (los dos socios) como formales (la ONU, etcétera).

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Ambos socios, aunque con algunas pequeñas diferencias en cuanto a formalidades a respetar (el papel del Consejo de Seguridad), están buscando el reconocimiento de ese modelo en el actual conflicto del Golfo.

Si a los países pobres no les ha ido muy bien con su vinculación unilateral pasada a uno de los dos socios, es probable que su situación mejore ahora con vinculaciones múltiples aunque vigiladas: el fin de la tensión histórica entre los bloques, hoy asociados, inaugura un escenario de resolución de problemas y conflictos que es novedoso e inquietante, esto último más por lo desconocido de la situación que porque se vislumbren desde ahora fracturas insalvables.

Es probable que lo delicado de la situación internacional esté determinando algunas rigideces político-económicas en la conducta de EE UU y la URSS, y en ambos casos por miedo a precipitar los procesos de cambio interno y externo, tanto en algunas de sus graves o leves deficiencias económicas como en sus líneas políticas maestras. Y son estas rigideces eventuales las que pueden desesperar a los países pobres que buscan soluciones urgentes a corto plazo.

El orden parece anterior a la justicia en la situación actual, porque el cuestionamiento del improvisado orden emergente podría hacer inviable toda justicia por muchos años. O no, pero el riesgo de probarlo parece excesivo y no ofrece muchas garantías a pueblos liderados por demagogos sin el menor sentimiento democrático y díspuestos a acabar con todo tipo de oposición política interior y exterior. Y es este fascismo emergente en los países subdesarrollados uno de los grandes obstáculos para mejorar su situación, porque ante el fascismo no cabe vacilación ni son de recibo otras actuaciones que aquellas dirigidas a debilitar ese peligroso proceso, por más que el camino previo haya estado lleno de errores por parte de aquellos que deberían haber evitado la situación actual.

Y para tu viaje, amigo Ben Bella, no hacían falta alforjas.

Fermin Bouza es sociólogo.

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