_
_
_
_
_

La dimisión de Howe sacude la estructura del Partido Conservador británico

Los conservadores británicos están pasando uno de los peores fines de semana de los últimos meses, una temporada demasiado rica en contra tiempos y señales ominosas. Europa es a los tories lo que la falla de San Andrés a California, una profunda fractura continua y amenazadoramente presente que de vez en cuando provoca un seísmo. El de esta semana -la abrupta salida del Gobierno del viceprimer ministro Geoffrey Howe- tiene visos de no ser the big one (el grande y definitivo), pero ha sacudido a toda la estructura del Partido Conservador.

El choque no va a descabalgar a la primera ministra, Margaret Thatcher, pero contribuirá a hacerle más dificil el control de su montura.La cuestión europea divide de arriba abajo a la parte de la sociedad británica que se molesta en tomarla en consideración. Las diferencias en el Partido Conservador destacan más por estar en el Gobierno, pero los laboristas no mostrarían una mayor unidad. En los recientes debates de la Cámara de los Comunes sobre la Comunidad Europea (CE), parlamentarios laboristas ha habido que han llamado expresamente a la primera ministra a galvanizar a la nación contra las presuntas intenciones de los eurócratas de enterrar todo lo que es británico.

El líder de la oposición, Neil Kinnock, se envuelve en la estrellada bandera azul de la CE porque ve a Bruselas como el último recurso para acabar con el liberalismo feroz de Thatcher, pero en sus filas hay quienes despotrican contra una Bruselas considerada como el instrumento del que se vale el capital alemán para dominar Europa. Exactamente la misma impresión que tienen los eurófobos conservadores de los que el ex ministro Nicholas Ridley es su más escandalosa encarnación.

Ridley tuvo que dimitir el verano pasado por su soflama anticomunitaria y antigermana y en el acalorado debate parlamentario del martes, donde se pasó revista a los resultados de la cumbre de Roma, volvió a perpetrar la vieja caricatura al felicitar a Thatcher "por defender los intereses de este país y dejar a los otros once aislados". En su día, Thatcher comunicó escuetamente al Gabinete la dimisión que se había visto forzado a presentar Ridley por la polémica y de inmediato pasó a tratar una eventual ley para controlar a los perros. En la reunión del Gabinete del jueves de esta semana, dos días después del debate parlamentario que colmó el vaso de la paciencia de Howe, Europa ni se discutió.

La cuestión europea

Thatcher tiende a ocupar el centro de su partido en los distintos debates o, al menos, a atraerse al grueso de sus parlamentarios. En la cuestión europea, por el contrario, se ha alineado con la fracción más desconfiada y con ello ha acentuado la división. El grueso de sus más de 370 parlamentarios no ha adoptado una posición visceral a favor o en contra de la CE: están a favor de la idea de estrechar vínculos, no gustan de las prisas de Jacques Delors por llegar a una unión política y económica, prefieren ver cómo es la piscina comunitaria antes de zambullirse. Es el mismo pensamiento de la City y la industria, que sólo empezarían a preocuparse si las reservas de Thatcher cerrasen las vías de comunicación con Europa.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Un nuevo líder

Al decantarse Thatcher estos días por los del no, ha puesto a la mayoría de los tories en una tensa situación, que ha llevado al sector de los rechazados a plantear la necesidad de un nuevo líder que unifique el partido y adopte una postura menos abrasiva ante Europa. Los términos del reajuste ministerial que la primera ministra realizó el viernes indican que está dispuesta a dar la batalla interna. No hay candidato indiscutible aunque el proeuropeísta Michael Heseltine lanzó ayer el guante con una agresividad que hasta ahora se había cuidado mucho de mostrar- la crisis del Golfo hace poco recomendable plantear una disputa partidista.La cuestión europea no constituye de forma directa un punto de grave fricción electoral en el Reino Unido, pero su carácter polémico mina la credibilidad partidista ante un electorado al que desagradan las divisiones y peleas intestinas. Las crisis con respecto a Europa son espectaculares a corto plazo -la dimisión de Nigel Lawson de la cartera de Hacienda hace un año fue considerada como un Chernóbil político, y ya nadie se acuerda de él-, pero carecen de efecto duradero y sólo sirven como fantasmas que vuelven a aparecer para recordar el pasado. La actual, sin embargo, se produce en un contexto de recesión económica y en un marco de desagrado por cuestiones como la sanidad y los polltax, que no hacen sino empeorar las perspectivas electorales de los conservadores.Un sondeo que se dará a conocer hoy confirma que los laboristas se encuentran 17 puntos por delante de los conservadores en las inrtenciones de voto.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_