_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Prejuicios contra Estados Unidos

En algunos momentos paro para frotarme los ojos y asegurarme de que estoy despierto y sobre el planeta Tierra, mientras leo que la actual crisis del Golfo no fue causada por las agresiones del dictador iraquí, sino por una conspiración maquinada por EE UU para elevarle el precio del petróleo a sus competidores europeos y japoneses. Entonces recuerdo que el antiamericanismo ha sido endémico en Europa desde finales del siglo XIX, especialmente entre los intelectuales, y después de haber observado el fenómeno en Francia y España durante 40 años, aprovecho la oportunidad para escribir al respecto. Pero antes que nada quiero señalar que hablo acerca de un prejuicio contra EE UU como potencia mundial, no de un prejuicio contra los norteamericanos como individuos.Como rasgo cultural europeo, tomó forma en un principio en lo que llamaré "el síndrome Henry James", en honor de uno de los más grandes novelistas de Estados Unidos, en cuya obra los norteamericanos aparecen regularmente como seres ricos, ingenuos, ajenos tanto a su poder como a sus deplorables modales, e ignorantes de los matices y bellezas de la civilización europea. Con posterioridad, gigantes literarios expatriados, tales como T. S. Eliot y Ezra Pound, ratificaron a los lectores europeos el análisis jamesiano de las relaciones entre las clases medias y altas de Europa y Estados Unidos.

A un nivel menos teórico, el incremento del turismo, de la inversión comercial multinacional y de los intercambios culturales desde 1945 han dado lugar a sentimientos arraigados, en los que se combinan la admiración y la envidia: por la prosperidad que hizo posible el turismo, por la energía y la capacidad organizativa de los hombres de negocios norteamericanos, y por los laboratorios y bibliotecas universitarios, que están mucho mejor dotados que los europeos. Este aspecto del antiamericanismo ha ido disminuyendo proporcionalmente a medida que los europeos, a partir de 1960 aproximadamente, han ido adquiriendo el mismo tipo de oportunidades económicas y profesionales que aquellas antes disfrutadas sólo por los norteamericanos.

Una causa muy importante del sentimiento antiamericano entre los intelectuales demócratas y de izquierda ha sido el deplorable historial de EE UU en el tratamiento de los indios y ex esclavos negros, así como el apoyo demasiado frecuente a dictaduras realmente viles en Latinoamérica. A nivel popular, las películas han mostrado al mundo cómo se conquistó el este mediante la matanza de guerreros indios y la localización del resto de las tribus en reservas, una especie de apartheid. Las películas también mantuvieron los estereotipos el negro bueno (respetuoso y cervicial con el blanco) y del negro malo (violento o vago).Estudios serios sobre las relaciones raciales y la política exterior han demostrado la tendencia norteamericana a tratar como inferior a cualquier cultura que no ponga sus máximos esfuerzos en imitar el estilo de vida del Estados Unidos blanco y anglosajón. La sociedad norteamericana no tiene prejuicios raciales contra aquellos que adoptan sus valores, como puede verse en la rápida asimilación de muchas minorías asiáticas, pero rechaza brutalmente aquellos valores que no son asimilables al capitalismo y a las tradiciones culturales anglosajonas.Sin embargo, el factor sin duda más importante en el desarrollo del antiamericanismo ha sido el de la hostilidad casi ininterrumpida entre la Rusia revolucionaria y EE UU desde 1917 a 1989. Desde el triunfo de la Revolución de Octubre, Lenin y sus colegas por un lado y los Gobiernos de Europa Occidental y Estados Unidos por otro, asumieron la existencia de un conflicto irreconciliable, que debía manejarse en gran parte mediante vías económicas. y diplomáticas, pero que inevitablemente habrían de incluir violencia. A excepción de los años 1941-1945, cuando las democracias capitalistas europeas, Estados Unidos y la Unión Soviética participaron todos en., una guerra de supervivencia contra Hitler, esa hostilidad fue constante. La política de apaciguamiento por parte de las democracias occidentales respecto a Hitler.dio una justificación real al miedo soviético, y el establecimiento de regímenes títeres a partir de 1945 en Europa del Esté dio una justificación real a los miedos occidentales.Como estudiante universitarío en la Francia de 1950-1952, yo era un lector fiel y en gran -parte admirador de Jean-Paul Sartre, y mi mujer y yo fuimos tratados muy calurosamente por parte de la jeunesse progressiste después que nos vieron conversar amistosamente con un estudiante africano negro. Yo estaba profundamente impresionado por la forma en que Sartre, y prácticamente todos nuestros amigos universitarios de izquierda, daban a la URSS el beneficio inmediato de la duda en cualquier conflicto político entre norteamericanos y soviéticos. Para ellos, el telón de acero, recientemente construido no fue una medida estalinista desesperada para evitar que la gente emigrase hacia Occidente, sino más bien una defensa necesaria contra la amenaza del imperialismo norteamericano. El Plan Marshall no fue un esfuerzo digno de crédito para ayudar a Europa a reconstruir su economía destruida por la guerra, sino más bien un medio de sojuzgarla frente a EE UU, al que frecuentemente se referían calificándolo de fascista.Dentro de mi propio país, yo me opuse totalmente a la repre.sián del Partido Comunista y al empleo de científicos nazis ex prisioneros de guerra para la construcción de misiles. Pero cuando mis amigos franceses culpaban de toda la guerra fría a EE UU, yo les preguntaba si los soviéticos no tenían su parte de culpa al haber prometido Stalin elecciones libres en los países de Europa del Este y en cambio había establecido dictaduras comunistas asentadas en las bayonetas soviéticas. Su respuesta a esto era que las democracias populares eran una extensión progresiva en tiempos de paz de la resistencia a los nazis que hubo en tiempos de guerra y que, de hecho, eran más genuinamente democráticas que los Gobiernos que hubiesen resultado de unas elecciones burguesas con participación de elementos fascistas tales como los partidos campesinos.A mí me parecía que en Francia el antiamericanismo era resultado de tres factores principales: el síndrome Henry James, la gratitud hacia la URSS (mucho mayor que hacía EE UU) por la victoria sobre HitIer y la predisposición a otorgar el beneficio de toda duda, tanto en asuntos internos como internacionales, a los Gobiernos soviético y europeos orientales.

El sentimiento antiamericano en España era para mí más comprensible que el de Francia.

Pasa a la página siguiente

Prejuicios contra Estados Unidos

Viene de la página anteriorEstados Unidos y el Reino Unido no sentían un especial cariño por el general Franco, pero temían un desorden rojo en la tierra de los toros y del flamenco y, por tanto, durante y después de la II Guerra Mundial le brindaron un mínimo apoyo económico y diplomático necesario para sobrevivir. Más tarde, en 1947, España, como dictadura, sería excluida del Plan Marshall.

A partir de la mitad de la década de los cincuenta, Estados Unidos desarrolló la OTAN y, al mismo tiempo, apoyó la formación del Mercado Común. Ya que se suponía que ambas organizaciones estaban compuestas únicamente por Gobiernos democráticos, España fue, por definición, excluida. Pero durante esos mismos años Estados Unidos entablará unos estrechos lazos económicos y militares con la España de Franco. Es, por tanto, comprensible que la izquierda española haya visto a Estados Unidos, no como a un partidario de la democracia, sino como al patrocinador de las dictaduras militares más derechistas. Añadan, a esto el hecho del papel clave que jugaron los comunistas en la resistencia a Franco y les será fácil comprender por qué en España la URSS también obtenía el beneficio de todas las dudas durante la guerra fría.

Esta hostilidad constante entre la URSS y el Occidente democrático capitalista llegó a su fin durante los años 19851989, debido a las primeras y extraordinarias iniciativas de paz de Gorbachov, que fueron bien recibidas y seguidas por los presidentes Reagan y Bush, para desmoronamiento de los Gobiernos, partidos y doctrinas comunistas. Pero las actitudes acumuladas durante 70 años no cambian en menos de cinco. Muchas de las personas que siempre otorgaron a los soviéticos el beneficio de la duda continúan desesperadamente buscando maneras de culpar del fracaso del socialismo real al cerco capitalista, o a describir en términos positivos la brutal industrialización alcanzada, sin duda, por Stalin -aunque a un coste humano probablemente mayor y, por cierto, más intencionadamente cruel que el de la primera revolución industrial en el Reino Unido y Europa Occidental de principios del siglo XIX- Muchas otras personas que dieron tiempo, dinero y -en muchos casos- cumplieron sentencias de cárcel por sus ideas políticas, ahora pueden comprobar tristemente que gran parte de lo que pensaron que eran los dolores de parto de una sociedad más justa eran, en realidad, los cimientos ensangrentados de una serie de dictaduras burocráticas.

Pero el reflejo de culpar a Estados Unidos continuó existiendo con más fuerza que nunca, estimulado, en parte, por la pérdida de fe en la alternativa, presumiblemente superior, que se había estado construyendo en la URS S. Si la izquierda antiamericana ya no puede seguir otorgando, de forma creíble, el beneficio de la duda a la URS S, puede dárselo a los Sadam Husein y a cualquier otro de los dictadores populistas que vayan de campeones de los más débiles, más aún si la pose incluye fuertes condenas morales dirigidas al capitalista, imperialista y militarista Estados Unidos. Por el momento, no importa cuánto oprimen ellos a su propio pueblo ni qué porcentaje del ingreso nacional gastan en armas letales.

Desde mis tiempos de estudiante siempre he encontrado realmente extraño el que tantos izquierdistas inteligentes no pudiesen reconocer las cosas buenas del papel norteamericano en los asuntos internacionales. Especialmente en Europa. ¿Estarían mejor los europeos si la Alemania imperial hubiese ganado la Primera Guerra Mundial o lá Alemania nazi la Segunda? ¿Estados Unidos no se merece ningún crédito por su ayuda médica y en alimentos, ni por la ayuda internacional a los refugiados después de 1918, formas de ayuda que llegaron tanto a la nueva Unión Soviética como a los devastados países de la Europa Oriental y Central? ¿No se merece ningún crédito por el Plan Marshall después de 1947, un plan que no sólo permitió a Europa recuperarse economicamente, sino que le evitó todos los problemas de la deuda bélica que habían interferido con la recuperación europea durante la década de los veinte?

¿Estados Unidos no ha apoyado consistentemente, a excepción de los casos de España y Grecia, a las democracias políticas en Europa desde 1945? ¿Qué sucedió con la idea de que la OTAN era un complot para invadir la URSS cuando el Pacto de Varsovia se viniera abajo y, obviamente, nadie en Europa Oriental o en la URSS estuviese en absoluto preocupado con una invasión norteamericana? ¿No merece EE UU ningún crédito por los consistentes esfuerzos del presidente Bush por solucionar la crisis del Golfo en colaboración con las Naciones Unidas antes que a través de una fuerza militar unilateral?

Nota final no política: recomiendo plenamente a Henry James, T. S. Eliot y Ezra Pound. Pero, por favor, léanlos sin recoger sus prejuicios esnobs hacia el país en el cual, desde sus puntos de vista, tuvieron la desgracia de nacer.

es historiador.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_