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Entrevista:UN PENSADOR ANTE LOS CAMBIOS DE EUROPA

El último dandi

Fernando Savater

Va a cumplir dentro de poco 80 años y sigue tan vivaz y alerta como siempre. El mejor elogio suyo que se me ocurre es que no puedo imaginármelo profesor: ha nacido sin cátedra lo mismo que otros la llevan en la jeta desde pequeñitos. "Cándido y diabólico" le llamó el escritor italiano Pietro Citati tras hacerle una visita, ampliando después así su retrato paradójico: "Elegante epicúreo, imita los furores bíblicos; nutrido de aspiraciones místicas, es el más escéptico de los individuos. Mundano y eremita, punzante y cortés, reposado y colérico, profeta y tolerante, dividido entre la avidez de la vida y el sentido de la irrealidad de las cosas". Un perfecto diletante trascendental, como lo fueron Montaigne, Pascal o el propio Nietzsche. El último dandi en el sentido menos cursi del término, el que corresponde a bohemios insustituibles como Baudelaire o Villiers, capaz de darse el lujo de rechazar la invitación de Bernard Pivot a Apostrophes arguyendo: "No quiero que a la gente le suene mi cara y se me estropee el mayor placer de mi vida, los paseos por el jardín de Luxemburgo...".

Vive en el corazón del barrio Latino de París, a pocos pasos del teatro Odeón. Su pisito es minúsculo, poco más que una chambre de bonne, con el retrete comunitario en el descansillo de la escalera. El espíritu sopla donde quiere y allí está uno de los altos lugares de peregrinación intelectual de Europa. Pronto hará 20 años que lo frecuento, y al entrar me llevo la primera sorpresa: han puesto ascensor. Pero prefiero cumplir el ritual y trepo los escarpados cinco pisos con la jadeante ilusión de siempre. ¿Encontraré otras novedades? Cuando le telefoneé para concertar esta entrevista me sentí en la obligación de avisarle, medio en broma: "Cioran, que me dicen que debo intentar mostrar un lado nuevo e insólito de su personalidad". "¡Pues dígales que ahora creo en el progreso!", respondió riendo. "Es que como apareció un artículo suyo en mi periódico", le recordé tímidamente, "con motivo de la caída de Ceaucescu..., un artículo político y hasta optimista...". "Cosas que uno hace, ya sabe, la propensión al ridículo. En realidad, hemos cambiado de catástrofe". Y le oí reír otra vez, pero ahora casi seriamente.Pregunta. Cioran, usted antes nunca había hablado públicamente de la situación en Rumania. Pero ahora ha hecho varias declaraciones sobre los últimos acontecimientos de su país natal. ¿Por qué?

Respuesta. No podía hacerlo, compréndalo. Tengo familia allí, mi propio hermano. En cambio, yo estaba aquí. en París, a cubierto... Pero hace unos meses yo estaba en una comida y se ha blaba de los acontecimientos en Hungría, en Polonia, en Checoslovaquia, en todos esos países. Un tipo muy insolente me preguntó: "¿Y de Rumania, qué?". Le dije: "No quiero decir nada". El tipo se puso furioso y yo en el fondo le comprendí, porque también sentía rabia. Entonces decidí escribir un artículo contra los rumanos. Lo iba a titular: La nada válaca. Cuando estaba a punto de hacerlo, ocurrieron todos los sucesos de Rumania. Confieso que sentí cierto entusiasmo: ¡era la primera vez que los rumanos despertaban en los últimos 50 años!

P. ¿Y qué opina de la situación actual?

R. Como no he ido allí, no tengo un contacto directo con la realidad presente. Hace poco vinieron unos jóvenes a verme, en torno a los 20 años, y me causaron muy buena impresión por su nivel intelectual. Por lo que sé, los jóvenes son la única realidad de Rumania. En cuanto a lo demás, los viejos, la situación política, no tengo buena opinión. No ha habido al parecer un verdadero cambio tras la caída de Ceaucescu. Las cosas siguen siendo bastante parecidas, salvo en un punto importante: ahora hay libertad de expresión, se puede criticar al Gobierno, etcétera. Ésa es la única novedad realmente positiva. Por lo demás, los intelectuales están bastante decepcionados. Y veo que todo el mundo que viene de allí a París quiere quedarse en Francia, lo cual, como usted comprenderá, no es posible. Se imaginan que en Occidente todos los problemas están resueltos.

P. Hablemos un poco de la nueva Europa que se está gestan do. Por ejemplo, la unión de Alemania. ¿Se trata de una esperanza o de una amenaza?

R. Rotundamente , no es una amenaza. Ya sé que mucha gente ve esa unión con miedo, sobre todo en Francia, pero mi opinión es que se equivocan. No hay peligro en Alemania, porque los ale manes, finalmente, han comprendido. Ha hecho falta un monstruo como HitIer para que aprendiesen la lección, pero ya es un hecho, y no creo que pueda haber vuelta atrás.

Xenofobia

P. También preocupa hoy el ascenso del racismo y la xenofobia.

R. Mire, la realidad es que Francia, por ejemplo, se siente invadida. Hace tiempo me atreví a hacer una profecía: dije que dentro de 50 años la catedral de Notre Dame sería una mezquita Hace poco, un hombre político importante me comentó que yo era un optimista, que se habría convertido en mezquita mucho antes... Como usted sabe, soy apátrida, una condición que con viene mucho con mis ideas. Todos los años debo ir a renovar mis papeles a una oficina situada en una barriada periférica de París y es un trámite rápido y sencillo. Este año he encontrado colas inmensas de árabes, negros y gentes de todas partes. Había mucha policía, peleas, etcétera Son cosas que crean un malestar muy cierto. Naturalmente, este malestar es aprovechado luego por la extrema derecha, pero, más allá de la derecha o de la izquierda, el problema subsiste. Se nota una sensación de impotencia, y nadie es capaz de ver una salida. La realidad es que en Francia, como en el resto de la Europa occidental, nadie quiere ya dedicarse a trabajos manuales, y por eso han debido recurrir a gente de fuera. Pero cuando una civilización renuncia al trabajo manual está perdida. En mi juventud leí mucho a Spengler, a quien ahora ya nadie cita. Desde luego, sus opiniones políticas eran bastante sospechosas, pero creo que su diagnóstico era fundamentalmente justo, aunque estuviese muy condicionado por la decadencia de la Alemania de su época. Nuestra civilización está cansada... Por mi parte, sigo este asunto con auténtica fascinación. ¡A fin de cuentas, no a todo el mundo les es dado presenciar una decadencia!

P. Ha citado usted a Spengler, una antigua lectura. Me pregunto qué lee usted ahora. ¿Obras nuevas o más bien se dedica a la relectura?

R. Ahora leo con mayor libertad que antes, porque he renunciado a escribir. Ya no tengo ningún proyecto, de modo que puedo leer lo que se me antoje, cosas que se me habían ido acumulando durante años en la biblioteca. Por ejemplo, un estudio en cuatro volúmenes sobre Pascal y su siglo. Cosas así. Pensamiento filosófico, pero sobre todo filosofía de la historia. Y también muchas biografias. Otro signo de fatiga, ¿ve usted?, la afición a las biografías.

P. Permítame una pregunta que quizá le parezca algo tonta. Si pudiera usted firmar una obra de las que admira, apropiársela, ¿cuál elegiría?

R. La de alguno de esos tipos que han vivido con esperanza una revolución y luego han sido decepcionados por ella.

Decepción revolucionaria

P. ¿Chamfort, por ejemplo?

R. ¡Ése es un ejemplo perfecto! Amo a esos personajes que han vivido la ilusión y la decepción revolucionaria, cualquiera que sea su orientación política. La revolución francesa produjo muchos, desde luego. Son gente que han tenido ocasión de entender por fin.

P. Actualmente se dice que los intelectuales están demasiado pendientes de los medios de comunicación, la televisión, etcétera. Usted se ha mostrado reacio a esas seducciones, pero no puedo negar que ahora es muy conocido. Yo tuve el privilegio de encontrarle cuando aún muy pocos sabían de su existencia.

R. ¡Entonces yo no existía! Y créame, era perfecto. Pienso que no es bueno para un escritor saberse conocido. En mi caso, la explicación es muy sencilla: se debe al libro de bolsillo. Desde luego, no estoy contra el libro de bolsillo, porque es lo que leen los jóvenes. Desde que aparecí en bolsillo recibo muchas cartas de jóvenes, muchas más de las que puedo contestar. Pero el periodo más interesante de mi vida, al menos para mí, fue cuando nadie me conocía. Yo iba a las cenas, a los cócteles, y la gente preguntaba: "¿Quién será este tipo?". Sabían que era amigo de Beckett, de Ionesco, etcétera, pero en el fondo no sabían nada de mí. Ahora, ya

El último dandi

ve usted... Cansa eso de que le conozcan a uno. Pero, en fin, otras desgracias mayores hay.P. En España y en Latinoamérica hay una notable polémica en la actualidad en torno a la celebración de¡ V Centenario del Descubrimiento de América. Unos dicen que fue un gran acontecimiento civilizatorio y otros hablan de las matanzas, etcétera. ¿Cree usted que se puede celebrar la historia?

R. ¡No, por favor, la historia es una matanza! Es lo mismo que ha ocurrido aquí el año pasado con motivo de la revolución francesa. Si uno lee los grandes estudios' abstractos, las teorías, las proclamas de la época, muy bien; pero cuando se leen las memorias de quienes vivieron esos acontecimientos se da uno cuenta de que fueron espantosos. Lo que es bueno para la historia es malo para los individuos: hay que leer memorias para comprender eso. En la revolución francesa comenzó el hábito de la delación, que los franceses han conservado luego, como se vio durante la II Guerra Mundial.

P. Hablando de Francia, parece que hay un perceptible declinar en la influencia de la lengua francesa frente al auge del inglés y del español.

R. Sí, es la gran perdedora. Se trata de una verdadera catástrofe. Fíjese, cuando los franceses han llegado a Rumania tras la caída de Ceausescu para prestar su ayuda económica se han encontrado con que todo el mundo sabe hablar francés. ¿Sabe usted por qué? Porque la dictadura comunista les ha mantenido separados del resto del mundo. En Rumania siempre hubo pasión por la cultura francesa, todo el mundo quería leer en francés e ir a Francia. ¡Algo casi morboso! Tras Francia y Bélgica, ha sido el tercer país en la difusión de libros en francés. La dictadura ha conservado ese entusiasmo al separar a la gente del resto del mundo. Pero ahora los más jóvenes empiezan ya a aprender inglés. ¿Ve usted? Eso es la historia: el devenir de lo irreparable.

El primer libro

P. Siempre me ha llamado la atención que, a pesar de su tono pesimista, sus libros siempre tienen algo parecido a la alegría, al humor, una especie de alacridad en la domilición.

P. ¿Sabe usted por qué? Porque escribir es para mí una terapéutica, exactamente eso. He escrito para curarme. El primer libro de mi vida, En las cimas de la desesperación (recientemente aparecido en francés y en vías de traducción al español), lo escribí -en rumano, naturalmente- para no suicidarme. Yo soy hijo de un sacerdote ortodoxo, y a los 21 o 22 años, cuando acabé mis estudios en Sibiu, pasé por una crisis terrible. No podía dormir. Creo que el insomnio sistemático es algo así como un aperitivo del infierno... Me pasaba toda la noche paseando por las calles de esa preciosa ciudad de Transilvania, entre las putas, mis compañeras de nocturnidad. Mis padres estaban desesperados porque no sabían cómo iba a acabar eso, y yo no pensaba más que en el suicidio. Entonces escribí mi primer libro y así me alivié un poco. Pero creo que lo que me salvó del todo fue venirme a Francia. Si hubiera seguido en Rumania, no creo que lo hubiese conseguido. Mi obsesión era París. ¡Vivir en París y no hacer nada! Conseguí una beca por tres años que me permitió cumplir ese sueño. Me vine aquí sin profesión, sin trabajo, sin nada, y así viví. Lo único que hice fue recorrerme Francia en bibicleta.

P. En efecto, ahora recuerdo que ha sido usted un gran ciclista. Hace años, en un programa radiofónico sobre el ciclismo en Francia, le entrevistaron a usted. ¿Ha llegado a competir alguna vez?

R. No, competir no, pero ya le digo que me recorrí toda Francia en bicicleta. Durante meses, la Costa Azul, Provenza, todo... Era en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Como no tenía dinero para ir a hoteles, paraba en los albergues de juventud, que estaban fundamentalmente en manos de católicos y de comunistas. Así llegué a conocer muy bien las opiniones y la disposición política de los franceses. Verá lo que ocurrió, es divertido. Entonces nombraron a mi amigo Mircea Eliade agregado cultural en Londres; al pasar por, París me preguntó cómo veía yo el ambiente en Francia ante la guerra que se preparaba. Le dije rotundamente que los franceses no lucharían. Eliade se lo comentó al embajador rumano en Londres, y éste se lo comunicó a los ingleses. No le creyeron, porque habían enviado a un observador, un lord o algo así, que se entrevistó con unos cuantos intelectuales en París y volvió convencido de la disposición bélica reinante. ¡Claro, no todo el mundo tiene la suerte de dormir en albergues de juventud, que es la forma de enterarse de las cosas! Al final de la guerra recibí una invitación a almorzar del embajador rumano, al que yo no conocía. Me dijo que los ingleses se habían quedado muy impresionados por su clarividencia cuando la guerra comenzó y resultó que los franceses, en efecto, no lucharon. "Pero, ¿cómo lo sabía usted?", le preguntaban. Y él respondía con misterio: "Me lo han dicho mis informadores...". El pobre hombre, un funcionario bastante mediocre, me estaba muy agradecido porque me debía su momento de gloria en Londres.

P. ¿Piensa usted volver a Rumania?

R. No, nunca. Ahora han intentado llevarme, pero me niego. ¿Qué sentido tiene volver a mi país después de 50 años de ausencia? Toda la gente que conocía ha muerto, sería como ir a un cementerio. Me gustaría, eso sí, volver a ver mi pueblecito natal, Rasinari. Pero fui demasiado feliz en él durante mi infancia y no soportaría verlo otra vez. Me gustaría hablar con los campesinos, con la gente del campo... El pueblo rumano es el más escéptico que hay: es alegre y desesperado a la vez. Por razones históricas, cultiva la religión del fracaso. Recuerdo de mi infancia a un tipo, un campesino al que le correspondió una gran herencia. Se pasaba el día de taberna en taberna, siempre borracho, acompañado de un violinista que tocaba para él. Mientras los demás iban al campo a trabajar, él paseaba de taberna en taberna, el único hombre feliz del mundo. En cuanto oía el sonido del violín yo corría a verle pasar, porque me fascinaba. Se lo gastó todo en dos años y luego se murió. No, no volveré a Rumania.

"Ya he escrito mucho"

P. ¿Es cierto que no va a escribir nunca más? Mire que ya me lo ha dicho antes muchas veces...

R. Ahora va en serio. Desde luego, la expresión alivia, pero yo ya he escrito mucho. Cinco libros en rumano y diez en francés, ¡es demasiado! Todo el mundo escribe demasiado, y yo no quiero caer en el mismo vicio. ¿Para qué multiplicar los libros? Abdico porque nadie quiere abdicar. Lo he dicho más de una vez públicamente: ya he calumniado bastante al universo.

Se empeña en acompañarme hasta la plaza del Odeón, como siempre, porque "París de noche es peligroso". Inauguramos juntos el reciente ascensor de su casa. Cuando nos abrazamos para despedimos, le digo que estarnos de aniversario, que ya hace 20 años que nos conocemos. "No está mal, ¿eh?", comenta sonriendo. Y se aleja, y como siempre me quedo sin decirle lo más importante, el orgullo y la enseñanza que me ha supuesto su amistad, la alegría sin fallo ni énfasis de su compañía. Pero son cosas que quizá no deben decirse. Al menos, no a Cioran.

Amor y muerte

Pregunta. Cioran, para quien piensa de veras, no hay más que dos temas esenciales de reflexión, los más tópicos, los únicos imprescindibles: el amor y la muerte. De un modo u otro, usted se ha referido muchas veces a ambos. A estas alturas de su vida, cuando dice que ya no quiere escribir más, dígame una palabra sobre esas cuestiones.Respuesta. Pues la verdad es que yo he sido muy aficionado al trato con las putas. Las de antes, en mi juventud al menos, tenían una especie de sabiduría, una experiencia de la vida que no he encontrado en ninguna otra parte. Yo las frecuentaba mucho allá en Rumania, y aprendí mucho, porque me gustaba hablar con ellas. ¡Bueno, no sólo hablar, claro! En mi breve temporada de profesor de instituto decía a mis alumnmos que no quería verles por el burdel a partir de las nueve de la noche: entonces comenzaba el turno de los profesores... Cierta noche, una me dijo que su marido acababa de morir. Era joven, guapa. Me dijo que cuando hacía el amor con alguien veía su cadáver en la cama, a su lado. ¡Hay que ir a los burdeles para escuchar cosas tan profundas! Por muy dudoso que sea ese romanticismo, siempre se aprende.

P. En ocasiones, usted ha reprochado a la filosofía occidental ocultar la presencia de la muerte, escamotear el cadáver.

R. Es curioso, pero hay quien no siente la obsesión de la muerte, su permanente acecho. Yo la he sentido siempre, sobre todo en los momentos de felicidad. Sobre todo en la felicidad. Es algo que no impide vivir, pero que da un tono distinto a la vida. Curiosamente, con la vejez disminuye esta obsesión. Marcó sobre todo mi juventud.

Budismo

P. Para quien no le conozca, usted puede resultar un personaje solitario, egocéntrico, despegado de los demás. Pero en realidad es usted una persona muy compasiva, siempre dispuesta a ayudar a los otros, aunque no lo convierta en doctrina edificante. ¿No hay un fondo de budismo en esta actitud?

R. Durante mucho tiempo me consideré budista. Ahora, con la vejez, me he vuelto más superficial, pero el budismo ha sido para mí la religión. Lo del cristianismo me parecen tonterías, pero no el budismo... No necesito una religión, pero en caso de tenerla sería la budista. Sí, no puedo negar que he ayudado a bastante gente. He impedido que muchos se suicidaran, ya ve usted. He defendido la idea del suicidio, pero les he dicho que no corre ninguna prisa... Recuerdo una ocasión en que durante tres horas paseé por el Luxemburgo con un ingeniero que quería suicidarse. Al final le convencí de que no lo hiciera. Le dije que lo importante era haber concebido la idea, saberse libre. Yo creo que la idea del suicidio es lo único que hace soportable la vida, pero hay que saber explotarla, no apresurarse a sacar las consecuencias. Es una idea muy útil: ¡deberían darse cursos sobre ella en los colegios!

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