_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La inmigración ¿hacia el modelo norteamericano?

A juicio del autor del artículo, las sociedades desarrolladas carecen de objetivos y, por tanto, de capacidad de integración. Consecuencia de ello es la preocupación por la propia identidad y de las diferencias con respecto a los demás. La disociación entre una economía financiera y una sociedad de culturas diferentes es lo que produce manifestaciones como la xenofobia y el racismo.

Los países europeos con inmigración tradicional, Francia en primer lugar, pero también. el Reino Unido, que ha sido a la vez un país de emigración y de inmigración, elaboraron hace ya tiempo unas modalidades de integración de los extranjeros que se habían mostrado eficaces. El Reino Unido, por ejemplo, ha dado una gran autonomía a las "comunidades", que han podido conservar su cultura a condición de respetar las reglas del juego social del país en que se instalaban. Se trataba de una integración desde abajo a través del trabajo en primer lugar, de la participación sindical después y, finalmente, mediante la participación política. En Francia se ha seguido un modelo inverso, de integración desde arriba; es decir, haciendo más hincapié en la nación que en la sociedad civil, según los principios del espíritu republicano. Estas diferencias, a veces incluso formas contrapuestas, nos son bien conocidas, demasiado bien conocidas, pues somos tan sensibles a la contraposición entre las prácticas de los diferentes países europeos que dejamos de ver lo que nos acerca y sobre todo nuestra común crisis; ello hace que los diferentes países europeos se acerquen aceleradamente al modelo norteamericano. Este modelo implica dos aspectos complementarios: por un lado, Estados Unidos, país de masivas inmigraciones, ha conseguido integrar, gracias a su expansión económica y a sus elevados salarios, grandes masas de inmigrados que han conservado algunos vestigios culturales propios pero que han acabado integrándose en la sociedad norteamericana; por otro han mantenido fuertes barreras entre los grupos étnicos, y concretamente no han conseguido la integración de los negros. A lo largo de estos últimos 30 años el crecimiento y el enriquecimiento del país han hecho que la middle class s e exten diera de una manera impresionante, pero la contrapartida de este triunfo de la economía de mercado ha sido que determinadas categorías, unas étnicas, otras culturales, algunas simplemente sociales, han sido dejadas de lado; no excluidas del todo pero sí transformadas en residuos inasimilables. Fenómeno social análogo al del paro residual, que sigue siendo alto en Estados Unidos incluso en los períodos de mayor prosperidad. El caso de losnegros es significativo: se ha formado una amplia clase media negra, pero casi la tercera parte de entre ellos, es decir, más del 3% de la población norteamericana, vive en una situación de profunda desorganización económica, social y cultural, que se ha visto agravada y que se ha manifestado con el consumo y el tráfico de la droga. En el modelo norteamericano la extrema marginación de algunas categorías es, pues, el complemento de la gran capacidad de integración del sistema económico y social en su conjunto. Esta descripción, clásica para Estados Unidos, es cada vez más válida para Europa; para el Reino Unido o para Holanda, por ejemplo, donde se desarrolla una contracultura de los jóvenes parados y donde aumenta la violencia, como se ha visto en los estadios y también durante algunos altercados urbanos que se han multiplicado desde 1980, en especial en Londres. Igual que en Estados Unidos, los únicos grupos activos han sido aquí los étnicos: antillanos, indios o paquistaníes. Seamos más precisos. Las comunidades organizadas, con sus representantes civiles o religiosos, corresponden a los intereses y a lo s proyectos de los que quieren insertarse en la clase media, mientras que entre los jóvenes parados -pues pocos son los inmigrados jóvenes que encuentran un trabajo estable- se expande una cultura de la violencia.Base étnicaEn Francia el fenómeno está menos desarrollado, pero avanza rápidamente, como lo demuestra la difusión de los taggers, que llenan de inscripcionesel Metro y los vagones del tren, y la formación de numerosos grupos de rap o de jóvenes que se identifican con la nación zulú. Estos grupos tienen siempre una base étnica y están formados casi exclusivamente por negros, bien antillanos o bien africanos. Un excelente estudio llevado a cabo en la periferia de París, hace cinco años, apuntaba la desaparición de las bandas de jóvenes, tan activas durante los años sesenta. Hoy esas bandas se han reconstituldo, pero sobre una base étnica. Así quedó ya de manifiesto durante los graves incidentes de la ciudad de Minguettes, hace algunos años, y ha sido de nuevo evidente en los disturbios que acaban de poner patas arriba el centro de la ciudad de Vaux, en Velin, en la periferia de Lyón.Tal situación produce en los países europeos y en Estados Unidos dos reacciones bien diferentes, según vayan dirigidas contra las categorías que tratan de entrar en la inmensa clase media o contra los marginales y excluidos. En el primer caso hay que hablar de xenofobia. De la misma manera que en otros tiempos los obreros ingleses se oponían a los irlandeses, a quienes acusaban de provocar la caída de los salarios al aceptar cualquier oferta de empleo, los grupos étnicos de que hablamos se acusan unos a otros de competencia desleal. El racismo, por el contrario, se dirige contra los. que se han colocado al margen y a los cuales, al estar desocializados, se les juzga y se les condena por su conducta social, no en términos sociales -lo propio del racismo es dar interpretaciones no sociales-, sino por su raza. Es decir, que contra más se acerca Europa al modelo norteamericano más se incrementa la xenofobia y, sobre todo, el racismo.Es fácil criticar el modelo francés de inmigración y el tono nacionalista de algunos hombres políticos e intelectuales de este país. Pero el debate sobre el J acobinismo no es en realidad más que un juego de sociedad limitado a los medios dirigentes. La realidad social no guarda ninguna relación con las declaraciones sobre la República una e indivisible. La mejor prueba de ello es que el Frente Nacional ha progresado y ejerce una influencia que desborda ampliamente su electorado y que en el Reino Unido las violencias son aún más numerosas que en Francia.

Modelo amenazado

¿Habrá que aceptar una sociedad totalmente liberal y su consecuencia, el desarrollo de unas minorías cada vez más marginales y las reacciones racistas que las rechazan? Ésta es la principal cuestión que hoy se nos plantea. La respuesta no puede ofrecer dudas, pues un modelo semejante de sociedad está en directa contradicción con el tipo de organización social que Europa occidental ha construido desde hace medio siglo y que, inspirada o no por las ideas socialdemócratas, ha conseguido crear un wel(are state y un nivel bastante elevado de integración social. Hoy este modelo de sociedad está bastante amenazado. El weffiare state se ha visto debilitado por la crisis de los años setenta, que ha llevado a países como el Reino Unido a sacrificar la redistribución en beneficio de la inversión y de la competitividad. La presencia de numerosos inmigrados y la presión ejercida sobre el Norte por parte de un Sur poblado y pobre pueden todavíaromper aun mas gravemente este estado de bienestar. Se necesita, pues, un gran esfuerzo, no de integración social, sino, más modestamente, de lucha contra la segregación, empezando por abajo, es decir, contra la existencia de guetos. Esta lucha debe iniciarse en los barrios de las ciudades, en las escuelas y en la organización administrativa, pero estas medidas limitadas, por importantes que sean, son insuficientes, como acaba de demostrarlo el ejemplo de Vaux en Velin, ciudad que acababa de conocer un programa de rehabilitación ejemplar y aparentemente logrado que, pese a todo, no ha impedido la eclosión de graves incidentes y violencias. Las medidas locales, por buenas que sean, no pueden prosperar más que en aquellas sociedades en las que el crecimiento es bastante fuerte como para permitir el incremento de algunos gastos sociales, en especial los dedicados a la creación de empleo. Más concretamente, la lucha entre las comunidades, el desarrollo de la xenofobia y del racismo, sólo pueden detenerse con la reaparición de procesos sociales verticales, de una cierta movilidad social, de conflictos que puedan girar en torno a los salarios o a las condiciones de trabajo, etcétera.

Nuestras sociedades hoy carecen de objetivos, y, en consecuencia, carecen también de capacidad de integración, lo cual supone que cada uno mira sólo por sí mismo, que se preocupa únicamente de su identidad y de sus diferencias con respecto a los demás. Y así se agigantan las barreras y se agravan las reacciones de rechazo. Esto es especialmente claro en los viejos países industriales, como el Reino Unido, Francia y Estados Unidos, que por un lado se abandonan con demasiada facilidad a los encantos del capitalismo financiero y por otro se hartan de hablar de identidad y de comunidad. Esta disociación entre una economía Financiera y una sociedad patchwork de culturas diferentes entre sí es lo que produce la crisis social en la que la xenofobia y el racismo son las manifestaciones más peligrosas.

es sociólogo y director del Insfituto de Estudios Superiores de París.

Traducción: J. M. Revuelta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_