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'Guerrilleiros' contra narcotraficantes

En la ría de Arosa hay sentimientos contradictorios tras los atentados

La onda expansiva ha ido más allá de los tres muertos y 49 heridos de la discoteca Clangor, en Santiago de Compostela. La oleada de terrorismo ocurrida en la madrugada del jueves ha sacudido a la sociedad gallega. Los guerrilleiros pretendían un golpe propagandístico contra los narcos, pero les han salido las bombas por la culata. A pesar de todo, afirman que continuará su ofensiva. En la ría de Arosa, corazón del tráfico ilegal y escenario de cuatro de las seis explosiones, hay sentimientos contradictorios. Cuatro meses después de la Operación Mago contra los narcos se mantiene el escepticismo.

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"Mira, filliña, está bien que den leña a quien ha ganado el dinero de una forma tan sucia, pero si que se muera nadie", afirma el pescador jubilado. "Ellos están estropeando a la juventud con la droga y tienen una mansión. Esos imperios tenían que irse al suelo", añade su compañero. Sin embargo, los dos hombres que charlan en el puerto de Vilanova de Arosa no simpatizan con el Exército Guerrilleiro do Povo Galego Ceibe (EGPGC). "Esos son cuatro desgraciados que dicen defendernos, pero la violencia no sirve para nada", señala.Los atentados contra negocios de presuntos -y bien conocidos- narcotraficantes han provocado un doble sentimiento: no se justifica la violencia, pero tampoco se lamenta el "escarmiento" siempre que no cause víctimas. "A nadie le parece bien arreglar las cosas a bombazos, pero cualquier madre con un hijo enganchado a la droga puede estar deseando que vuele uno de éstos", afirma Alberto de Coó, dirigente del sindicalismo nacionalista en Villagarcía de Arosa.

" Las bombas no están bien, pero tampoco está bien que haya tanta droga. El contrabando de tabaco es otra cosa", apunta la mujer que limpia junto a la destrozada zapatería propiedad de la esposa de Laureano Oubiña, también en Villagarcía. En esta localidad fue igualmente destrozada la sede del Banco de Bilbao de la que era cliente Oubiña.

A pocos metros de los pescadores, en Vilanova, está la nave de la conservera Charco, propiedad del presunto narcotraficante Manuel Charlín Gama. Quedó prácticamente destruida por otra bomba. Ha corrido el mismo destino que el establecimiento de automóviles de Ramiro Sánchez Casas, en Pontevedra.

La empresa Charco arrastraba, además, problemas laborales. Dos de las trabajadoras, Chelo y Loli, llevaban una semana en huelga de hambre cuando se produjo el atentado. Rápidamente hicieron un comunicado. "No estamos de acuerdo con la utilización de la violencia y por las consecuencias que tiene para las personas y ciudadanos inocentes", decía el texto. También las corporaciones de los municipios afectados expresaron su repulsa.

El negrero

Chelo y Loli creen que Charlín es "un negrero". Sin embargo, tuvieron miedo de que alguien pudiera considerar el conflicto laboral como causa del atentado. No fueron las únicas que recelaron. "Personalmente pienso que esto nos perjudica a quienes estamos contra la droga, porque hay gente que cree que si nuestras denuncias no fueran tan fuertes estas cosas no pasarían", afirma Carmen Avendaño, portavoz de Érguete, la asociación antidroga más destacada en la zona. Este grupo condena totalmente lo ocurrido.La policía no descarta la posible conexión a la colombiana entre narcos y terroristas, pero no tiene datos para avalar la hipótesis. Tampoco tiene optimismo. "Se les ha dado un golpe fuerte a los narcos. Sin embargo, siguen actuando aunque han cambiado de escenario. No nos queda más remedio que ser escépticos", apuntan fuentes locales de la lucha antidroga.

Entre los narcotraficantes se respira temor. Hasta la Operación Mago, la gran redada del pasado 12 de junio, ellos eran los reyes de la ría. Ahora sus negocios son el objetivo de las bombas nacionalistas. Además, está el creciente vacío social, que sufren también sus familias. "Antes había tortas por salir con las hijas de los contrabandistas. Ahora, pobriñas, nadie les hace caso", dice el joven Manolo, de Villagarcía. El ambiente parece distinto en Cambados, donde el narcotraficante Sito Miñanco supo cosechar simpatía. "Nadie obliga a comprar droga, y el contrabando aquí deja dinero", justifica, en el barrio de Corbillón, un joven que opina a cambio del anonimato, como casi todos.

Verdugos como víctimas

A poca distancia, un hombre quita los escombros de la cafetería Capri, propiedad de Narciso Fernández Hermida. "Yo soy el dueño, así que, fuera. Tendría muchas cosas que decir, pero como siempre somos los malos... carretera", responde a la periodista.Los teléfonos de Compostela -30.000 estudiantes- bordearon el bloqueo en la jornada del jueves. "Todos podíamos haber estado en Clangor. Ahora nos manifestamos aquí porque creemos que la violencia no tiene nunca justificación", afirmaba ese día Ana, estudiante de Derecho. "Esto ha sido como poner una bomba en el corazón de la juventud", añadía Gerardo Fernández, estudiante de Filología. En el grupo de estudiantes hay unanimidad: "No nos gustaría tener una situación como la del País Vasco. En Galicia no hay arraigo para el terrorismo".

Fernando Pereira, pinchadiscos y uno de los propietarios de Clangor, solía poner un efecto sonoro entre canción y canción. A veces, elegía uno de bomba. Pero a las 3.30 de la madrugada del jueves la realidad superó a la ficción: el efecto llegó de forma imprevista y rodeado de muerte. "Ellos querían ir de Robin Hood y han quedado como unos asesinos que masacran al colectivo que más podría seguirles, el de los estudiantes", apunta Pereira. La suya es una opinión extendida.

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