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Bábel contra Babel

El agudísimo artículo de Patrick Tyler, corresponsal de The Washington Post en Riad, titulado ¿Y si Sadam se retirase? y recogido en EL PAÍS del 1 de octubre de 1990 ha puesto el dedo en la llaga hasta tal punto que no puedo por menos de tratar de aclararme las perplejidades y de intentar explayar las reflexiones de orden general que ha suscitado en mis entendederas. Para ello es forzoso dar primero un extracto del artículo, transcribiendo las frases esenciales: "Algunos árabes y diplomáticos occidentales en Riad comienzan a tener la siguiente pesadilla. Una mañana, el mundo se despierta y se encuentra Kuwait sin tropas invasoras: todos los iraquíes se han marchado más allá de sus fronteras ( ... ) Todos los rehenes son puestos en libertad ( ... ) La ONU llama a todas las naciones para que levanten el embargo; los petroleros surcan libremente los océanos para terminar lo antes posible con las alzas del petróleo ( ... ) Ésta sería la victoria que a miembros de la Administración de Bush y a dirigentes saudíes y kuwaitíes no les gustaría saborear ( ... ) La inquietud ha provocado resquicios entre las declaraciones públicas y privadas de dirigentes de EE UU y de Arabia Saudí ( ... ) algunos norteamericanos y saudíes afirman que esta eventualidad significaría una derrota ( ... ) Tal dicotomía entre lo que se desea en privado y lo que se dice en público refleja el deseo ferviente que hay entre miembros de la Administración norteamericana, congresistas, dirigentes árabes y líderes de Israel para que la situación actual sirva para aplastar la maquinaria militar de Irak en una guerra... ".Si recordamos cómo mientras, en un principio, no tene éxito, dicho del embargo, significaba no lograr encerrar suficientemente a Irak tras los barrotes del cerco mercantil, luego pasó a significar, en cambio, no arrancar de tal cerco los efectos deseados, surge inmediatamente la impresión de que la propia ONU no parece saber muy bien qué es lo que ha hecho, estando el primer equívoco en la índole misma del embargo, o sea en si es un castigo o una presión; pues, en efecto, según sea lo primero o lo segundo, el sentido de la expresión éxito del embargo varía por completo. Si es un castigo, el éxito sería lograr que Irak quede satisfactoriamente recluido en tal cárcel económica.Pero, en tal caso, tanto si el término de la reclusión se fija en el resarcimiento de los daños o la restitución de lo robado como si se dilata a un tiempo de expiación conmensurado con la pena que se estime condigna con la culpa, diré que todo castigo es, por naturaleza, cumplimiento, y como tal, puede sin duda prolongarse sine die, pero nunca agravarse con hostilizaciones ulteriormente añadidas.Todo castigo es de índole que no admite aumento; agravarlo será contradecir su esencia. El castigo se ejecuta y es estático; está vuelto hacia atrás. Por el contrario, la presión se ejerce y es dinámica; apunta hacia adelante. Así que, en el supuesto de que el embargo a Irak no sea un castigo sino una presión, entonces sí que no cabrá contar por éxito, sino por fracaso, el no poder más que prolongarlo por tiempo indefinido. Toda presión está sujeta a un plazo ponderado, porque no es cumplimiento, sino emplazamiento, y, por lo mismo, comporta combinación, o al menos amenaza de incremento en cada vez más graves acciones subsiguientes. Pero, a tenor del doble imperativo que rige la singular relación interhumana que llamamos amenaza (imperativo sin cuya garantía es obvio que ni siquiera podría existir tal relación), el amenazador no sólo se obliga para consigo mismo -so pena de perder, por usar la expresión anglosajona, la propia estimación y aun de perder la cara ante terceros- a ejecutar la amenaza cuando el amenazado no se rinde, sino que también se obliga para con el amenazado a desistir de descargar el golpe si, en cambio, éste se pliega a cumplir la condición

A esto responde la escabrosa y desapacible situación que tan sagaz y maliciosamente nos pinta Patrick Tyler; pues, en efecto, ni como castigo ni como presión cabe un éxito del embargo en cuanto tal capaz de dar satisfacción a los deseos de los saudíes y los norteamericanos sólo puede satisfacerlos su fracaso. La maligna astucia de haber apostado -apelando, además, y con todas las bendicíones de la ONU, al derecho internacional- sobre la poco prudente convicción de que Sadam no va a acabar por doblegarse podría trocárseles, de la noche a la mañana, en un auténtico bumerán de encono y frustración, ya que el embargo, con forme con lo dicho, tomado bajo el supuesto de castigo, no podría agravarse con nuevos medios de aflicción sobreañadidos, y tomado bajo el supuesto de presión tendría que cesar completamente en el instante mismo en que el hostilizado se plegase a cumplir la condición.

Tratando de zafarse de tan indeseable perspectiva, no faltan quienes empiezan a invocar el nombre de una ética universalista, que estaría incluso por encima del derecho internacional, satanizando a Sadam, con vistas a prepararse una coartada moral para la eventual violación del compromiso en que podría ponerlos la no esperada y aún menos deseada claudicación de Irak: como, para los criterios de esa ética, Sadam no es sino un monstruo, no cabe guardar con él ningún anticuado escrúpulo caballeresco de reciprocidad en respetar la observancia del desistimiento que, a tenor de la ley de la amenaza, el amenazador garantiza al amenazado que acceda a doblegarse. Y así la ética universalista, en cuyo nombre Sadam es excluido de la universalidad humana y arrojado hacia las tinieblas exteriores, les servirá de recurso y de coartada para que, cualquiera que llegue a ser el trance, a la presión y a la claudicación pueda seguir, sin contemplaciones, el castigo. Esto coincidiría de forma paradigmática con lo que Weber supo denunciar como "utilización de la moral como instrumento para tener razón". Y la que él mismo llamó, en otro lugar, ,,antigua y auténtica ética de guerra", que respetaba el pacto (y pacto es, a la postre, la amenaza, tal como en La Anábasis lo muestra -y a la orilla del Éufrates, por cierto- la admirable respuesta de Clearco al emisario persa) al margen de cualquier consideración de la bondad o maldad del enemigo, de la justicia o injusticia de sus obras, se mostraría aquí, aun en toda su limitación, una ética más leal y más benigna que tan urgentes y casuísticas improvisaciones de la ética universalista. Por mucho que comporte la permanente posibilidad de dejar impune al satánico de turno y, por añadidura, con todo su

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