Pacto, sí, pero...
NADIE HABLA de pacto, sólo de buen clima de diálogo. Pero socialistas y nacionalistas catalanes cada día prodigan más los favores mutuos, como se ha visto en el debate del Parlamento autónomo. El nacionalismo conservador apoya las iniciativas gubernamentales en asuntos como el del conflicto del Golfo y otros, y el Gobierno desatasca viejos contenciosos pendientes, como los costes de la política lingüística o la cooperación en materia cultural.Este clima de entendimiento era necesario y es positivo si desemboca en una mejor gestión de la cosa pública. Es decir, si unos renuncian a poner obstáculos al pleno despliegue político de esa forma de distribución del poder que implica el Estado de las autonomías, y los otros abandonan definitivamente la tentación de aprovechar cualquier desacuerdo sobre cuestiones discutibles para amenazar con romper la baraja. Más preocupante sería que este inédito entendimiento respondiera a motivaciones más rastreras, es decir, a una táctica de cobijo mutuo ante asuntos tan impopulares como el aprovechamiento de cargos o despachos públicos para beneficio personal: el diálogo entre el nacionalismo moderado y el socialismo, en principio deseable para el equilibrio político, no debe servir para tapar ninguna vergüenza ni para limitar ninguna libertad. Dicho de otra manera, la prueba definitiva de la conveniencia de acercamientos entre fuerzas rivales la darán sus consecuencias para el bienestar de los ciudadanos.
Que la defensa de un ideario y de unos intereses no implica forzosamente el enconamiento perpetuo lo demuestra el País Vasco, primera y favorable experiencia de una cultura de la diversidad y de la coalición que otras democracias viven sin tanta perplejidad. Con todo, el caso catalán -en el que todavía no está en juego el supuesto de una coalición- presenta algunos matices. Jordi Pujol ansía que este entendimiento se dé directamente con Felipe González y con el PSOE antes que con el partido de los socialistas catalanes, a quienes hasta ahora les ha atribuido el papel de enemigo interior. Pujol piensa que le conviene una buena relación con el Gobierno central, pero considera que para asegurársela basta con el apoyo parlamentario de Convergència i Unió (CiU) a los socialistas en las Cortes. Se resiste a aceptar que, además, deba renunciar al monopolio de lo catalán y abonar el peaje de una buena relación con el PSC en Cataluña.
Voces hay, en las propias filas del nacionalismo moderado, que consideran agotado el modelo político sobre el que ha cabalgado CiU desde, al menos, 1984; un modelo de resistencia en el que CiU sería san Jorge, y el mundo exterior al nacionalismo, el dragón. Quienes cuestionan este modelo imaginan la articulación de una mayoría con dos patas, la nacionalista y la socialista. De hecho, ésa fue la hipótesis más probable antes de que la LOAPA y el caso Banca Catalana abrieran una profunda fosa entre estas dos fuerzas. Pero ambos asuntos pertenecen ya al pasado. Ahora tiene otras traducciones: desde el apoyo parlamentario ocasional hasta el pacto de legislatura o la coalición de gobierno, la graduación puede ser casi infinita. Sin embargo, la hipótesis del acercamiento habrá de superar, para prosperar, la prueba de las elecciones municipales, especialmente en Barcelona, donde se enfrentarán dos concepciones bastante diferentes de la capitalidad catalana.
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