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El enigma de Timisoara

FRANCISCO VEIGAEl procesamiento del jefe de la Securitate bajo la tiranía de Ceausescu, lulian VIad, ha vuelto a resucitar una pregunta sin respuesta aún en Rumania: ¿Hubo golpe de Estado? Fuera o no, y dadas las transformaciones que se suceden en el país, al autor no le cabe duda de que se trató de una revolución.

Francisco Veiga

A lo largo de la primera quincena de septiembre tuvo lugar en Rumania la primera vista del proceso que se sigue contra ese personaje al estilo Le Carré -cabellos blancos, gafas de pasta, aspecto abstraído pero inteligente- que es lulian VIad, jefe de la Securitate bajo el régimen de Ceausescu. Su actuación durante los acontecimientos de diciembre es aún un misterio, y de ahí que en la prensa rumana haya resucitado por centésima vez la cuestión: "¿Golpe de Estado o revolución?".En realidad, es una polémica bastante gratuita. ¿Golpe de Estado o revolución? Es futil la exclusión planteada en la pregunta, que no suele existir en la historia, donde muchas revoluciones han venido asociadas a un golpe de Estado. No hay que confundir las transformaciones sociales que implica una revolución con su detonante, sea éste una movilización popular espontánea, una confabulación o un golpe de Estado tramado sobre la marcha. Y dado que la estructura de la sociedad rumana está experimentando un proceso de cambio apreciable desde el pasado mes de diciembre de 1989, no cabe duda de que nos encontramos ante una revolución.

Ahora bien, si existió un compló que podamos definir como realmente efectivo en el trasfondo de la caída de Ceausescu, hay que deducir de ello tres consecuencias cada vez más claras: en primer lugar, que no sólo hubo una línea conspirativa. Luego, que las rivalidades entre esos grupos y su debilidad llevaron a unos resultados en los que lo inesperado y la improvisación tuvieron gran importancia. Por último, la pugna resultante de estas contradicciones estalló a partir del día 22 de diciembre, y se prolongó a lo largo de los siguientes seis meses; de hecho, aun ahora está viva. Así pues, si existían realmente tres núcleos conspirativos -en el Partido Comunista, la Securitate y el Ejército-, si las cosas estaban a punto para un rápido golpe de Estado, ¿qué sentido tuvo la represión militar llevada a cabo durante varios días en Timisoara, a tiros, contra la población civil? Es comprensible que esa ciudad se haya transformado en el gran bastión antigubernamental. Máxime cuando tres ministros militares del anterior Gobierno provisional habían estado implicados en la represión de diciembre; de ellos, queda aún uno en activo: Victor Stanculescu, en la cartera de Defensa.

Es difícil de momento establecer cuándo comenzó todo, pero lo cierto es que, como ocurre con cualquier servicio de seguridad profesional ante la inminencia del colapso del sistema al que sirve, ciertos mandos de la Securitate intentaban encabalgar las transformaciones de un régimen, el de Ceausescu, que ya no tenía sentido, especialmente a finales de 1989. Primero dejaron hacer a la escasa oposición política; luego, cada vez más, probaron a desencadenar un golpe. Los intentos de realizarlo durante el último congreso del PCR, en noviembre, no tuvieron éxito, y tampoco el 13 y 14 de diciembre. Los conspiradores no poseían una opción política de recambio bien articulada, y la cúpula del Partido Comunista se mantenía incólume. Cabía descabezarla, pero entonces, ante el vacío de poder, aparecía otro problema: ¿cómo alejar la posibilidad de que lo ocupase un régimen militar?, máxime teniendo en cuenta la preeminencia de ciertos generales en las escasas conjuras tramadas previamente contra Ceausescu. Los incidentes de Timisoara fueron bien aprovechados en el sentido de que de alguna forma se logró inducir al Ejército a que actuase en la represión contra la población civil comprometiendo su prestigio político. Antes, las fuerzas del Ministerio del Interior habían dejado que la revuelta de Timisoara creciera más y más en intensidad, lo que al final obligó a intervenir a los militares en fuerza. Además, pudo haber ocurrido que un servicio con las atribuciones de la Securitate utilizara ciertos señuelos para crear la sensación de que efectivamente Timisoara estaba siendo la cabeza de puente para una Intervención en Rumania del Pacto de Varsovia, liderada por los húngaros, una de las pesadillas del régimen desde 1968.

Cuando el 21 de diciembre las protestas populares se extendieron a Bucarest -a partir de la desbandada en la manifestación pro-Ceausescu todavía poco clara-, la policía apenas actuó a lo largo del día, lo que provocó el que durante la noche nuevamente, se comprometiera al Ejército en la represión. El día 22, el general Milea se percata del atolladero en el que está la institución armada, y se suicida. Este hecho, no previsto, desencadena reacciones inesperadas. El Ejército se pasa con armas y bagajes al bando de los manifestantes, y Ceausescu, que es ya un personaje teledirigido desde hace tiempo, desaparece de la escena para siempre. En el vacío de poder subsiguiente se intenta un Gobierno con los restos del aparato del régimen anterior; es la apuesta de la Securitate y los círculos conservadores por un cambio controlado y gradual. Pero la presencia masiva de la población en la calle -otro hecho no previsto- hace fracasar la experiencia del Gobiemo Verdet en tan sólo 20 minutos. Por el contrario, aparece el equipo de Iliescu, es decir, el de los conspiradores civiles dentro de¡ partido, quizá los más inefectivos o improvisados.

El confuso tiroteo

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Ese mismo día 22 de diciembre comienza un tiroteo muy confuso que en realidad parece ser la manifestación externa de un tira y afloja en el poder sobre el nuevo rumbo político a seguir y no un combate entre pro y contra ceausistas. Quizá entonces se intentó incluso un golpe de Estado militar, detenido in extremis por los soviéticos con su amenaza de intervención. El resultado de un primer pacto fue la ejecución de Ceausescu -impuesta por la línea más conservadora a fin de cerrar la boca a un testigo muy incómodo- y la entrada en el nuevo Gobierno provisional de toda una serie de generales susceptibles de defender el capital político del Ejército; algunos eran, además, de formación soviética. Sin embargo, en las sospechosas crisis políticas subsiguientes, durante la primera mitad de 1990, desaparecen violentamente casi todos ellos, comenzando por Lupol, siguiendo con Militaru y terminando con Chitac el pasado 15 de junio, tras colocarse de nuevo el Ejército ante la imposible disyuntiva de reprimir a la población civil; la acción de los mineros subrayó aún más esa pasividad.

Los pecados del Ejército; he aquí una clave para entender algunos ruidos de fondo en la cúpula del poder. De todas formas, no es el único factor ni mucho menos. Sería un gran error olvidar las numerosísimas fracturas que está sufriendo la sociedad rumana, y que ya han salido a la luz violentamente en las calles de Bucarest.

es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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