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Tribuna:EN TORNO AL PRÓXIMO CONGRESO DEL PSOE
Tribuna
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Un debate y dos culturas

El debate que ha tenido lugar en la Federación Socialista Madrileña durante los últimos tiempos, y que continuará de cara al congreso que esta federación celebrará en enero, ha tenido -era inevitable- sus nombres y apellidos, pero detrás de él se dibujan algunos retos de futuro para el socialismo español: en primer lugar, la renovación del discurso socialista sobre lo urbano, sobre la ciudad, y en segundo, la convivencia de dos culturas dentro de un mismo proyecto político, asumido éste por la inmensa mayoría del socialismo español.Sobre la ciudad, sobre el espacio de convivencia que lo urbano representa, se ha extendido en los últimos años una niebla que, parafraseando a Freud, podía denominarse malestar en la cultura urbana. Un malestar que ha afectado al PSOE en tanto que partido gobernante no sólo a nivel nacional, sino en los niveles regional y local en la mayor parte de las grandes ciudades españolas. De ahí la pérdida de votos urbanos detectada ya en 1986 y agudizada en posteriores elecciones. Estas desafecciones electorales -en principio reversibles- se han concentrado en dos grupos socialmente complejos: a) las llamadas capas medias ilustradas y b) una parte de los trabajadores fuertemente influidos por los sindicatos. Una primera aproximación detectaría detrás de ello los efectos de la crisis y la propia salida que de tal crisis se ha dado. Crisis que rompió para muchas generaciones las perspectivas ante el mercado de trabajo y por tanto su concepción del trabajo estable como cultura de integración social. Crisis que embalsó muchas demandas sociales y agudizó la concepción darwinista latente en la sociedad. El notable crecimiento económico que comenzó en 1985 abrió las esclusas de las expectativas retenidas, pero la cultura de la crisis se mantuvo tanto en las instituciones públicas como en los comportamientos sociales. El individualismo empieza a convivir con el crecimiento económico. El santo temor al déficit se enfrenta con la imparable demanda de bienes y servicios colectivos.

En apenas un par de años se duplicó el precio del suelo, dejando fuera del mercado de la vivienda no sólo a los detentadores de rentas muy bajas, sino a capas sociales -preferentemente compuestas de jóvenes- cuyas expectativas son de ingresos medios.

La movilidad crece más que proporcionalmente con el incremento del producto bruto y, sin embargo, no ha sido posible adecuar la oferta de transporte a esos acelerados ritmos de la demanda. Este malestar, matutino y vespertino, toma la forma de colas de entrada o salida de la gran ciudad y se aliña durante el resto de la jornada con un tráfico ciudadano que en los anillos centrales ha llegado a cotas que agotan la paciencia.

Con una esperanza de vida tan alta como la española, el malestar que producen los servicios sanitarios no está tanto en el riesgo de morir como en las molestias que produce el ser curado. Las críticas que hoy recibe la sanidad española tienen una componente ideológica privatizadora. Otra componente se deriva de las propias expectativas sociales y económicas de los sanitarios, pero hay otra componente innegable: la demanda sanitaria ha dado un salto cuantitativo (se demanda más) y cualitativo (se demanda una sanidad distinta).

Ilusiones colectivas

La situación de estos servicios está dentro del malestar en la cultura urbana; empero, éstos y otros ejemplos que podrían describirse no agotan las causas de ese malestar, el mar de fondo proviene de la imposibilidad material de alcanzar las aspiraciones individuales y corporativas incentivadas por el machacón mensaje del éxito individual. Se trata, pues, de generar ilusiones colectivas que suplan, racionalicen y transformen ese malestar en fuerza política. Ésa es la dificil e imprescindible labor del PSOE.

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La articulación social y política de ese diseminado malestar cultural producirá el salto cualitativo necesario para conseguir una nueva convivencia urbana, un nuevo concepto cultural y político de la ciudad. El reto es precisamente ése: articular esas demandas no como suma de reivindicaciones dispersas, sino como síntesis. Se trata por tanto, en primer lugar, de diseñar un nuevo paradigma de lo urbano desde los valores tradicionales del socialismo, pero con las componentes nuevas que están cristalizando. Se trata, pues, de extraer de ahí el dibujo de lo que es preciso construir como modelo de convivencia en la ciudad. Hay en esas demandas dispersas el pentimento de un nuevo cuadro. En el trabajo para hacerlo visible reside la más noble de las actividades políticas. En tomo a esas demandas puede construirse un diseño integrador e igualitario y por tanto profundamente democrático. Late en tomo a lo urbano una profunda aspiración: más democracia, mejor convivencia, más seguridad, más igualdad también. Se está en vísperas de un nuevo modelo socialista de la ciudad. No de ésta o de aquella ciudad, sino de la ciudad futura como concepto, como aspiración realizable y por tanto creíble e ilusionante políticamente.

No es posible volver a 1979. El proyecto de 1979 está cumplido y, lo que es más importante, está asumido en sus líneas básicas por la ciudadanía. El proyecto socialista necesita en el espacio social de lo urbano utopías renovadas, realizables y movilizadoras. La sociedad, especialmente su parte más activa y socialmente ambiciosa, lo que algunos han denominado la sociedad civil socialista, está pidiendo una nueva articulación intelectual y políticamente operativa.

Este reto difícilmente puede abordarse desde una concepción cerrada del PSOE, y ello, entre otras cosas, porque se trata de recuperar capas sociales culturalmente complejas, cuyo entusiasmo electoral se ha debilitado. Un discurso abierto, para no quedarse en la retórica, exige de una cultura política que prime la habitabilidad interna y se prepare para asumir en su seno a quienes, hasta la caída del muro berlinés, tomaban como ejemplo social y político a un comunismo que se ha demostrado no sólo antidemocrático, sino social y económicamente impracticable.

Esa apertura interna exige una concepción más permeable entre el partido como organización y la sociedad, una agilidad mayor, el destierro de la tentación numantina, el abandono de los reflejos del caracol, lento y medroso respecto a un entorno imaginado hostil.

España, por suerte, es plural, y plural ha de ser el mayor partido político que aquí trabaja. Desgraciadamente la miopía de algunos socialistas madrileños les hace reclamar para Madrid "un partido sureño" (y menos mal que no han dicho sudista) sin entender que lo que es bueno para el sur de España puede no serlo para Madrid. Malo sería el médico que habiendo curado a un enfermo de pulmonía con un tratamiento le aplicara esas mismas medicinas cuando el enfermo vuelve a la consulta, esta vez, con úlcera de duodeno.

Joaquín Leguina es presidente de la Comunidad de Madrid y secretario general de la Federación Socialista Madrileña.

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