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'Mad Madrid'

Juan Cruz

Para los que saben inglés, la palabra Madrid lo dice todo desde el principio, pues sus tres primeras letras (mad) son ya la primera advertencia de la locura. Con esa falacia en la mano, la propaganda cotidiana ha convertido a Madrid en una ciudad de dementes por la que es imposible trasladarse. La Gran Vía es un basurero al que acude todos los días Ángel Matanzo con una escoba de bruja para recoger los desperdicios humanos; los barrios periféricos están habitados por jeringuillas que se adentran lenta y pesadamente en la urbe y cubren de su molicie sibarita el mismo centro de la demencia; el metro es un asadero en el que habitan los cuchillos como lenguas, y los bares son antros estupendos donde de vez en cuando puedes recibir un puñetazo por haber mirado así a aquella chica.Es terrible tener que explicar que uno vive en Madrid. A una amiga vasca que vive aquí le dijeron en San Sebastián hace de esto dos días:

-¡Qué asco! ¿Cómo puedes?

El habitante de Madrid, pues, vive con el asco en el cuerpo, arrepentido de vivir aquí, consciente de que mora en el centro de la locura, asaltado en las esquinas y saltando sobre los cadáveres.

Violencia en el edén

Miguel Delibes decía este mismo verano que los que atribuyen a ciudades como ésta la identidad de la locura y de la violencia están descaminados, porque la violencia habita en otra parte. Está en el campo, por ejemplo. Como si el autor de Las ratas fuera un adivino, luego sucedió lo de Puerto Hurraco, que se ha convertido en un símbolo maniqueo de las cosas que pasan a veces en los tranquilos campos del edén.

Los madrileños son demasiado acomodaticios y se han habituado a que la locura se identifique con su vida cotidiana. Ellos mismos han llegado a decir esa expresión que tanta fortuna hace cuando se va en coche:

-Ésta es una ciudad de locos.

Una expresión que cuando se dice fuera de Madrid recibe la socorrida pregunta de siempre:

-¡Qué asco! ¿Cómo puedes?

¿Y qué pasa en Madrid, que tiene una prensa tan satinada y amarilla? A veces pasan cosas y a veces no pasa nada, como decía Alfonso Sastre de la vida: nunca pasa nada. Lo que ocurre es que Sastre se refería a Palencia, y en Madrid siempre se han resistido a creer que ésta es la ciudad de Palencia y se han empeñado por todos los medios en asemejarla a Nueva York.

Pero si es que esto no es Nueva York, aunque Matanzo se ponga al frente del Equipo A y trate de eliminar los molinos de viento que caminan por la Gran Vía como si fueran la expresión misma de una locura que hay que extirpar. Y es que si a la Gran Vía la dejaran tranquila, le pusieran más luz y le quitaran su aire municipal y sórdido, ahí tampoco pasaba nada.

Porque la vigilancia a veces es tan violenta como la violencia, y es ese aire de desconfianza mutua que se acumula en las urbes la que a veces hace inevitable que las ciudades parezcan cosas de locos.

Por eso Madrid a veces tiene tres letras.

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