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Democracia, participación y pluralismo

La proximidad de las fechas en que ha de celebrarse el congreso federal del partido socialista ha dado lugar a la incipiente apertura de un debate intrapartidista (inevitablemente reflejado en los medios de comunicación) centrado prioritariamente, aunque no de forma exclusiva, en torno a cuestiones relativas al esfuerzo interno del partido.Si bien es cierto que la tendencia hacia la personalización de los conflictos, que desafortunadamente preside últimamente la vida política española, se ha podido traducir en la presentación del debate referido como un mera cuestión de disputas más o menos agrias entre algunos de los más significativos dirigentes del partido socialista (lo que constituye, sin duda, una de las vertientes de la cuestión, pero no la única ni, a mi juicio, la más importante en este caso), no lo es menos que el tema de fondo, lejos de merecer el general desinterés que suele provocar el espectáculo ofrecido por quienes se pelean por meter al mismo tiempo la mano en la cesta del pan, es digno de reflexión y discusión, aun en el caso de que una y otra puedan dar lugar a ciertas incomprensiones y a mensajes de censura casi siempre atrabiliarios.

Y ello porque, al margen de la posición que tome legítimamente cada cual respecto de las siempre fundamentales "cuestiones organizativas" (incluidos aquéllos cuyo casi permanente punto de referencia consiste en no tomar ninguna posición) no parece discutible ni la pertinencia de la discusión interna en

torno a las cuestiones mencionadas, ni tampoco la influencia que una adecuada solución en tal terreno pueda tener para el relanzamiento del proyecto político socialista como proyecto socialmente hegemónico en la España de los años noventa.

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En tal sentido entiendo, tanto en mi condición de militante socialista, como en la de representante político que ha recibido un mandato de la sociedad civil, que la defensa de la democracia como forma de organización política del Estado debe ir siempre acompañada de la defensa del pluralismo y de la participación, sin las cuales el mecanismo democrático corre el peligro de esterilización y de congelamiento burocrático. Participación y pluralismo que deben, obviamente, permear la relación entre sociedad e instituciones, pero que, al mismo tiempo, han de estar claramente presentes en la vida interna de quienes son, sin ningún género de dudas, los más importantes sujetos de organización de los intereses colectivos en las sociedades complejas del capitalismo avanzado, es decir, los partidos políticos.

Creo, en verdad, que más allá de conyunturales tomas de posición determinadas por legítimas estrategias de personas o tendencias, la defensa de un perfeccionamiento del mecanismo interno democrático del partido socialista es no sólo un imperativo moral (si se me permite el grosor de la palabra), sino también una necesidad estratégica objetiva del propio partido socialista, necesidad derivada de la constatación de un fundamental hecho político: el de que en los modernos Estados democráticos (no casualmente denominados Estados de partidos) los partidos se han constituido no sólo en instituciones fundamentales a cuyo través se expresa, básicamente por medio del procedimiento electoral, la voluntad popular, sino también en instrumentos en cuyo interior se construye, o cuando menos se comienza, el proyecto democrático de construcción de esa misma voluntad.

A partir de tal constatación, presente de forma más o menos difusa en la conciencia ciudadana, resulta fácil de entender que la defensa del perfeccionamiento de los diversos mecanismos de democracia interna en el partido -entre los cuales el destinado a garantizar la presencia de las diferentes sensibilidades y proyectos que conviven en la cultura socialista española debe tener, en mi opinión, un protagonismo sustancial- es al mismo tiempo una apuesta por la profundización democrática, por la cultura política participativa y, finalmente, por ese indispensable pluralismo interno a partir del cual el partido puede cumplir su misión de verdadero laboratorio democrático, o, por expresarlo de forma más cercana a las antiguas ortodoxias, de intelectual colectivo al servicio de la sociedad.

Por todo ello no resulta demasiado comprensible la respuesta en muchos casos poco amable, con que, por parte de, algunos sectores del partido socialista, se han recibido las peticiones formuladas en el sentido de introducir cambios en su funcionamiento interno que abran la posibilidad de que diferentes posiciones que conviven en el partido estén presentes también en los órganos de dirección partidarios. Más allá de su total legitimidad, esas peticiones formuladas por militantes del partido y suscitadas en sus órganos directivos internos, no hacen sino poner de manifiesto un principio que parece difícilmente discutible: el principio de que un partido de amplia representación política y social, en el que conviven -como no podría ser de otra manera un partido socialista de finales deLsiglo XX- diversas concepciones, sensibilidades y proyectos en los terrenos político, económico, social y cultural, debe garantizar sin ningún tipo de reservas la posibilidad de que esas diferencias se expresen en pie de igualdad y contribuyan así, conjunta y solidariamente, a la conformación de la "política socialista" del 2000.

No otra cosa es lo que en muy diversas ocasiones ha venido reclamando el presidente de Gobierno y líder del partido socialista, Felipe González, al plantear la conveniencia de consolidar un verdadero "debate sobre las ideas". No otra cosa es, en fin, lo que apunta el propio Programa 2000, texto en torno al cual tal debate ha ido adquiriendo concreción, cuando subraya la necesidad de "adecuar las estructuras del partido socialista a la incorporación de todos aquellos ciudadanos que compartan su proyecto estratégivo, y hacer que su funcionamiento interno sea cada vez más un reflejo de los valores que se proponen para el conjunto de la sociedad".

Como antes apuntaba, ello es no solamente justo, sino, además, necesario. Necesario por cuanto una estructura interna que permita reflejar en la vida intrapartidista la rica diversidad político-social representada en la actualidad en nuestro país por el partido socialista, aunque no es posiblemente condición

suficiente para garantizar el mantenimiento hacia el futuro de la hegemonía socialista es, en todo caso, y a mi juicio, una condición, absolutamente necesaria.

Xerardo Estévez Fernández es alcalde de Santiago de Compostela.

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