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Crítica:POP
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El mutante y su alquimista

David Bowie apareció en el escenario con media hora de retraso. "Hay un gran embotellamiento y la gente todavía está llegando", se escuchó por los altavoces, mientras algunos que habían visto al cantante en los camerinos comentaban que tenía problemas con la voz. Y parece que todos tuvieron razón. La reducida audiencia que escuchó la breve actuación de El Pele -sería injusto silenciar las soleares, alegrías, bulerías y tangos que el cantaor cordobés interpretó con gran poderío-, se convirtió en una entrada aceptable cuando salió Bowie, que sufrio una apreciable disminución de sus facultades vocales en la segunda mitad de un recital intenso.El espectáculo que Bowie presentó en Madrid poco tuvo que ver con el que el pasado 26 de marzo inauguró en Londres la gira europea que, con el título de Sound and Vision, presenta ahora en España. Los bajorrelieves de atrezzo, las pantallas circulares de vídeo y el enorme telón transparente sobre el que se proyecta, ba película de 35 milímetros, se han reducido a dos pantallas laterales de vídeo. No ha variado la disposición de los cuatro músicos a ras de escenario, ni la corrección sin alardes de luces y sonido.

David Bowie

David Bowie (voz, guitarra), Adrian Belew (guitarra, coros), Erdal Kizilkay (bajo, coros), Michael Hodges (teclados, coros), Rick Fox (batería). 25.000 personas. Precio: 3.000 pesetas. Auditorio de la Casa de Campo. Madrid, 12 de septiembre.

La austeridad actual de Bowie resulta más llamativa si se recuerda su anterior gira, en la que descendía de una enorme araña suspendida del techo del escenario. Pero el cantante siempre ha sido un maestro del transformismo -quizá lo aprendió en 1967, durante sus trabajos con la compañía de mimo de Lindsay Kemp-, y hoy apuesta por lo espartano.

A sus 43 años, el cantante británico ha decidido recuperar los grandes éxitos de una carrera que comenzó de colegial en 1964 y ofrecerlos de manera sorprendente, como cabe esperar de un artista especializado en desconcertar al personal durante más de 20 años. Bowie ha preferido la dureza y la tensión a lo fácil y amable. Ha optado por la sencillez frente a la espectacularidad y, para acabar de romper esquemas, ha incorporado a su grupo al guitarrista Adrian Belew, un músico único por original.

Belew es un rompedor nato. Utiliza la melodía y la armonía de las canciones como punto de partida para desarrollar su imaginación a través de su dominio de los registros tímbricos de la guitarra. Sin ser un virtuoso de la digitación, es capaz de dar sentido a cada una de sus frases. Con Belew, Bowie ha introducido en sus canciones el ruido como elemento musical, el descontrol como catalizador y la ruptura como filosofía.

Cuando la guitarra de Belew aparecía en primer plano, algo que en Madrid fue frecuente, resultaba difícil saber si se estaba asistiendo a un concierto de King Crimson, de free jazz con Sonny Sharrock o de David Bowie. Y la guitarra de Adrian Belew se erigió en el centro del recital, marcó la diferencia y ofreció al cantante la originalidad, el riesgo y la energía necesarias para convertir una recopilación de grandes éxitos en algo de elevado interés musical, enriqueciendo y dando un color personal a las composiciones de Bowie.

Mientras Belew hacía de las suyas, Bowie se mantenía en un segundo plano, siempre elegante y sobrio, dispuesto a interpretar alguna de las canciones del mejor pop de los setenta. Desde su aparición con, Space Oddity -una canción compuesta en 1969, inspirada en el filme de Stanley Kubrick 2001: Una odisea del espacio y publicada coincidiendo con la primera llegada del hombre a la Luna-, hasta el final del recital con una buena versión de Gloria, de Van Morrison, Bowie demostró sus cualidades como compositor y cantante.

Intensidad

Como compositor, sus temas son lineales, sin estribillos y con dominio del crescendo. Como cantante, su interpretación alcanzó cierto lirismo de intensidad dramática, con una voz enormemente sugerente en las tesituras graves, a pesar del velo que la afectó en buena parte del recital y que no influyó en la afinación, aunque le impidió alcanzar brillantez en los agudos. El excelente apoyo de los coros, basados en la voz del bajista Erdal Kizilcay, disimuló estos problemas y, junto a la fuerza de Bowie, permitió que el recital no se resintiese.El concierto se caracterizó por su dureza, ausencia de concesiones y elementalidad. Excesivamente lineal, carente de matices y de planos, al final padeció cierta monotonía por la uniformidad en los arreglos, lo que contribuyó a que la frialdad apareciese en algunos momentos. Pero el riesgo en el planteamiento del recital compensó estas carencias, porque no es habitual en los tiempos que corren escuchar a un cantante al desnudo, sin otro ropaje que el de una voz, unas canciones y cuatro músicos de peso.

Esta es la aportación más original de David Bowie y lo que diferencia al artista del resto de los macroespectáculos que han visitado España este verano: el ofrecimiento de una música sin ningún otro adorno. Aunque se echaron de menos algunas canciones en un repertorio notablemente recortado -no sonaron, entre otras, Fashion o Moon of Alabama, su particular homenaje a Kurt Weil-, el carisma de Bowie, la calidad de sus composiciones y su capacidad de hacer creíble cualquier pose, contribuyeron a que su recital en Madrid fuese brillante y bien acogido por el público a pesar de su dificultad.

Fue quizá la última oportunidad de escuchar a un Bowie transparente con un guitarrista de excepción. La última apuesta del eterno mutante y su alquimista.

Babelia

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