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FERIA DE GUADALAJARA

Duros de pezuña

Los antiguos revisteros, cuando los toros salían cuajados, fortachones, correosos e indómitos, les llamaban duros de pezuña. Así fueron casi todos en la corrida inaugural de la feria de Guadalajara. Incluido el primero, que era un ejemplar chico y luego tuvo una bravura excepcional y una mansedumbre declarada. Esto habrá que explicarlo, naturalmente, pues, bravo y manso, un toro no puede ser. Pero sí puede ser, en cambio, que los toros muden su comportamiento durante la lidia, y entonces es factible que den síntomas de bravura o de mansedumbre, según los momentos. En tales casos, el espectáculo de la lidia añade a sus emociones y a sus arrebatos estéticos, el interés añadido del estudio y de la valoración del toro. Es algo que motiva especialmente a los aficionados puros.El primer toro chico tuvo ese interés y lo tuvo toda la corrida, que fue dispareja en trapío aunque también en bravuras, mansedumbres, boyantías y bronquedades. Corrida muy seria (a salvo algún pitón de sospechosa merma), tan fuerte que los picadores pegaron puyazos tremendos y los toros, lejos de derrumbarse, mantenían su embestida y su dureza de pezuña hasta rendir la vida. Hubo tres de cierta nobleza, dos de los cuales le correspondieron. a Enrique Ponce y supo lucirse con ellos, y otro a Rafi Camino, que se lució menos. Hubo dos correosos y broncos, que le correspondieron a Niño de la Taurina y hubo de machetearlos después de intentar -inútilmente- el que llaman toreo fundamental.

Bayones / Camino, Niño de la Taurina, Ponce

Cinco toros de Los Bayones, con trapío, fuertes, correosos; 5º de Gabriel Hernández, muy cuajado, serio y armado, fuerte, reservón. Rafi Camino: media estocada baja, tres pinchazos .y tres descabellos (silencio); pinchazo hondo tendido, pinchazo bajo, nuevo pinchazo hondo tendido, estocada atravesada, rueda insistente de peones -aviso- y tres descabellos (silencio). Niño de la Taurina: bajonazo descarado (silencio); pinchazo delantero, estocada, tres descabellos y se acuesta el toro (silencio). Enrique Ponce: pinchazo y estocada corta descaradamente baja (aplausos y salida al tercio); estocada (oreja). Plaza de Guadalajara, 12 de septiembre. Primera corrida de feria. Más de media entrada.

El toreo de Enrique Ponce tuvo fases de auténtica exquisitez a lo largo de sendas faenas perfectamente construídas. Abrió el compás algunas veces, cargó la suerte casi siempre, dibujó cadencioso los redondos acompasándolos con rítmico giro de cintura, y al finalizar su último trasteo, cuando el toro devino en marmolillo, aún se permitió el lujo de citar de rodillas y de espaldas, a la manera de Espartaco, haciendo un alarde que habría sido innecesario en cualquier plaza donde el toreo bueno se sepa entender y paladear.

No era el caso de Guadalajara, donde dominaban numerosos muchachos y muchachas constituídos en peñas bullangueras, y se duda si llegaron a apreciar el mérito del toreo de Enrique Ponce (que, precisamente, les brindó el loro) o el estoconazo con que lo culminó, ejecutando limpiamente el volapié. El brindis sí lo supieron apreciar; eso quedó claro.

Rafi Camino hizo faena desigual al cuarto toro. Lo mismo citaba fuera de cacho con el pico, que se relajaba y ceñía la suerte bien templada, que bullía alborotón en conatos de tremendismo. Como si padeciera una crisis de identidad, así toreó Rafi Camino al cuarto toro En el primero sufrió abundantes sobresaltos. Se trataba del bravo-manso desconcertante que iba cambiando durante la lidia. Tomó el toro un puyazo de varios minutos de duración recagando fijo bajo el peto, y cuando ya el castigo se hacía excesivo y el picador levantó la vara, siguió varios minutos más, metiendo los riñones allí donde le había encajado su casta codiciosa, sin atender ni a capotes ni a voces que pretendían distraerle de su presa.

Embistió fiero, humillaba. Parecía ser de esos toros indómitos, duros de pezuña, que sin embargo toman encelados el engaño si. el torero se lo ofrece cruzándose y luego le sabe embarcar con temple. Esa es la teoría, claro, y faltó que alguien se atreviera a comprobarla. No fue, desde luego, Rafi Camino, que se veía desbordado y hasta desarmado, pues el toro le atrapaba continuamente la muleta. Eran pruebas de bravura, quizá. Mas he aquí que, al perpetrar Camino el bajonazo, el toro acusó la agresión y huyó lejos, rebrincado, mugiente y dolorido, como un perrillo callejero al que le hubieran pegado una pedrada golfa. Y acabó muriendo de manera infamante, como manso de solemnidad, escarneciendo la apabullante bravura que había enseñoreado por el redondel.

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