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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pulsión de muerte

LA HIPÓTESIS según la cual fueron miembros de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO) quienes colocaron las tres bombas que hicieron explosión ayer en sendos edificios oficiales de Madrid es perfectamente verosímil. Conocido únicamente por la crueldad de sus acciones, pero no por otros tipos de causas que pudieran eventualmente evocar para justificarlas, ese grupo de desesperados sólo se mueve, como sus congéneres de ETA, por lo que el obispo de Bilbao acaba de calificar, citando a Paul Ricoeur, como una extrema "pulsión de muerte". Matar y destruir, ése es su escueto programa.Para aplicarlo no se necesita cualidad especial alguna. Ni hace falta ser inteligente ni es imprescindible ser valiente. Basta con carecer de escrúpulos y cerrar los ojos ante los efectos causados. Colocar una bomba en un lugar público como la Bolsa de Madrid es apostar ciegamente por un número indeterminado de víctimas casuales. Hacerlo en. la sede del Tribunal Constitucional o en una oficina de un ministerio es buscar víctimas a voleo entre anónimos funcionarios. En eso consiste el móvil de quienes han sido ganados por esa pulsión de muerte que domina el alma del terrorista. En que, siendo su acción arbitraria e indiscriminada, nadie pueda sentirse a salvo. Su ansia de omnipotencia se realiza cuando sabe que todos lo temen.

También abona la hipótesis de la responsabilidad de los GRAPO el carácter artesanal -pero no por ello menos mortífero- de los artefactos, así como, sobre todo en el caso del Tribunal Constitucional, el escasamente sofisticado sistema utilizado para colocarlos. Pero ello mismo subraya los clamorosos fallos y la fragilidad de los sistemas de seguridad existentes en los centros afectados.

España es uno de los países de Europa más castigados por el terrorismo, y las medidas de seguridad han de ser proporcionales al riesgo. Es cierto que matar y destruir es siempre demasiado fácil, y que, como han indicado reiteradamente los expertos, ningún plan de seguridad puede eliminar al cien por cien el riesgo de una acción terrorista: si en un determinado lugar las medidas de seguridad fueran casi infranqueables, los terroristas buscarían otros objetivos más desprotegidos. Ya se encargaría luego el redactor de los comunicados,de explicar que el nuevo objetivo representaba simbólicamente al que fue abandonado por inaccesible. Todo ello es cierto, pero de ahí no debe derivarse ninguna buena conciencia. Precisamente porque en la lucha contra el terrorismo es decisiva la batalla simbólica, el Estado democrático ha de extremar su esfuerzo por evitar cualquier imagen de vulnerabilidad. Al menos que no dé la impresión de que los terroristas no han tenido que esforzarse demasiado para causar el destrozo a que aspiraban.

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