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Combate de papel en torno a Irak

Tal como se expresa la progresía crítica que escribe en los papeles, ya es imposible denunciar los crímenes y los desvaríos de ningún jefe de Estado, salvo si se trata del Satán americano, de la pérfida Albión o de alguna otra potencia blanca y capitalista. Al mismo tiempo, hay que tener sumo cuidado al comentar cualquier hecho criminal realizado por un país sin analizar previamente su color y entrar en un complicado toma y daca ideológico. Pecado nefando fue condenar la entrada de los tanques soviéticos en Polonia o la invasión de Afganistán si antes no se había execrado al gringo que con el rooseveltiano big stick le sacudía a pequeños países latinoamericanos, y viceversa. Ahora, si el intelectual no se desayuna con diatribas antiyanquis o muestra veleidades sociales, se le acusa de vivir entre el pesebre y el cinismo. Estos Catones de corta memoria ya se han olvidado de las décadas durante las cuales impusieron una mordaza a su verbo crítico e hicieron oídos sordos a los lamentos que venían del archipiélago Gulag condenando al ostracismo político, y aun humano, a los que empezaban a denunciar el tufo que venía del Este europeo.Efectivamente, todos hemos sufrido nuestros olvidos y nuestras indefiniciones, pero no es cosa de que se nos condene a la mudez definitiva porque cuando debimos hablar no lo hicimos. A riesgo, pues, de que se me considere tributario de algún pesebre, confieso que el tal Sadam Husein me parece un tahúr siniestro, y su invasión de Kuwait, una bestialidad.

Y, sí, condeno también al Nixon de Vietnam y al Reagan de Nicaragua y a los judíos en Palestina como un lavado bautismal que me redima del pecado original de preferir los wasp anglosajones a los fundamentalistas con turbante.

Admito que una guerra, aunque se desarrollara en lejanos desiertos empapados de petróleo, es una perspectiva aterradora. Para nosotros, occidentales, a diferencia de lo que les ocurre a los árabes, la paz es ya como una conquista social irrenunciable; para ellos, la guerra todavía es santa. Entiendo, por tanto, que la prensa en estos días cruciales sea refugio de horrorizados articulistas que desde lo alto de sus columnas, como modernos estilitas que huyen del mundo y de la realidad, nos interpreten los hechos más como ellos quisieran que fueran que como son en verdad. Se acusa demasiado y, a menudo, con confusión en cuanto al enemigo. Un catedrático, desde sus columnas en este mismo diario, encuentra que Husein "ha tenido poderosos motivos para ocupar Kuwait". Uno, su necesidad de una salida al mar; otro, que Kuwait, con su superproducción de petróleo, estaba tirando los precios por el suelo. Si esto de la bajada o de la subida de los precios del petróleo es -un indudable casus belli, no sé en qué pensaban las potencias occidentales cuando en la crisis de los setenta el preciado oro negro pasó de 1,65 a 40 dólares el barril. Una ocupación de los países árabes petroleros hubiera tenido también un poderoso motivo.

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Antes era la mano de Moscú la que movía los resortes secretos del mundo. Ahora se ha cambiado de mano; es la del Pentágono la que nos muestra su puño o sus índices admonitorios. Esta vez, cuando los que hemos suspirado siempre por una policía supranacional que parara los pies a los tiranos de cualquier laya la encontramos por fin actuando con firmeza, resulta que: o somos sumisos súbditos de Norteamérica, o defendemos que la gasolina no suba de 80 pesetas el litro, o nos dejamos arrastrar por nuestra repulsa ancestral hacia el moro. Y aún hay más. Corifeos tontos del Hitler de Irak nos cuentan en serio que el conflicto del Golfo es también una guerra entre los árabes ricos y los árabes pobres. Por supuesto, hay países de África y de Oriente Próximo que viven en la miseria, pero reputar a Irán y a Irak como pobres me parece un craso error. No son pobres, sino empobrecidos, que es otra cosa. Empobrecidos por la megalomanía bélica de sus dirigentes. Hay en esta zona en conflicto naciones muy ricas en petróleo, pero con políticas muy distintas. Kuwait, Arabia y los Emiratos son los capitalistas de su entorno, y a veces su riqueza se exhibe en forma ofensiva, pero, al fin y al cabo, han conseguido que sus ciudadanos no carezcan de nada, han dado trabajo a cientos de miles de obreros y han preferido invertir sus ganancias en negocios y no en tanques ni fábricas de gases venenosos.

Rechacemos la guerra, por supuesto, pero teniendo en cuenta que el pacifismo ha de ser una opción total y definitiva, tal como Jesucristo la predicó. Hay que ofrecer la mejilla a la violencia y el trasero a todas las injusticias y opresiones. Lo que no puede ser el pacifismo es como lo practicó Mr. Chamberlain en 1939, y eso que un ilustre antepasado suyo, Shakespeare, le dejó una magnífica lección sobre la trágica opción a la que ahora volvemos a vemos abocados: "Si es más noble para el alma sufrir los golpes y dardos de una adversa fortuna o tomar las armas contra un mar de desdichas y, oponiéndose a ellas, darles fin".

La indecisión hamletiana, trasladada a nuestros días, puede llevarnos a una nueva crisis mundial o, lo que es peor, a un nuevo Jomeini provisto de bombas atómicas.

es inspector financiero y tributario.

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