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Buques españoles en el golfo

No creo que nadie contemple con alegría el viaje de las tres unidades navales españolas a la zona del golfo Pérsico, empezando por el propio Gobierno que ha tomado la decisión de enviarlas. Es comprensible que esta decisión genere preocupación y alarma, especialmente entre las familias más directamente afectadas, y por eso creo que todas las fuerzas políticas tienen que hacer lo posible para explicar las cosas y situar a la opinión ante la realidad del problema.Esto va en serio y lo primero que hay que subrayar es que la decisión tomada por el Gobierno tiene una gran trascendencia. No me refiero tanto a su aspecto estrictamente militar, que es de esperar y desear que no pase de una presencia simbólica, como a su componente político. Es una decisión con escasos antecedentes en la época contemporánea y que, precisamente por ello, debe verse como una expresión más de la novedad de nuestra situación actual como país. En realidad es la expresión de que España ha dejado de ser un país aislado en el concierto internacional y que, como tal, no puede marginarse de las acciones que se tomen a nivel general para solventar los problemas que conciernen a una colectividad de la que ya formamos parte a todos los efectos.

Creo que éste es el dato fundamental del que debe partir toda reflexión sobre lo que está aconteciendo estos días y cualquier toma de posición sobre la iniciativa del Gobierno. Por eso pienso que tienen muy poco sentido posiciones como la de que "en el Golfo no se nos ha perdido nada" y que las discusiones sobre si Sadam. Husein es un campeón de la lucha de los pueblos oprimidos o un diablo antioccidental que debe ser implacablemente combatido, no permiten plantearse seriamente los problemas de fondo.

El primero de ellos es saber qué posición debe adoptar España, como país miembro de la ONU, como miembro de la Comunidad Económica Europea y como integrante de la Unión Europea Occidental (UEO), en un momento en que la ONU condena por unanimidad la acción bélica de Irak y decide imponer un embargo a este país. Las alternativas no son muchas: pasar de todo y quedarse al margen, llevar a cabo una acción individual o participar en las iniciativas colectivas que se inscriban en el marco de la decisión de la ONU.

Quedarse al margen lo podía hacer la España autárquica, aislada y rechazada en los foros internacionales de la época de la dictadura. Llevar a cabo una acción individual en las condiciones presentes sería una forma de pasar la maroma aparentando que se hace algo sin hacer nada. Por eso creo que la iniciativa que se ha tomado es la única que está acorde con nuestra situación real en Europa y en el mundo, porque ni somos una potencia decisiva ni podemos quedarnos al pairo en un momento en que cambian todos los datos estratégicos y en el que las decisiones que se tomen -sean cuales sean- nos van a afectar de manera directa.

El embargo decidido por la ONU se puede aplicar de diversas formas y con diversos actores. Hasta ahora no se ha constisión de la ONU, hacer lo posible para que sea esta decisión -la del embargo- y no otra la que se lleve a cabo, diversificar las fuerzas en presencia, aumentar la capacidad de negociación del mayor número posible de actores -entre ellos, como actor fundamental, la Europa comunitariay presionar para encontrar salídas negociadas al conflicto. Sinceramente, no veo que existan muchas más alternativas.-

Pero ésta es sólo una parte. de la cuestión. En realidad, el conflicto del Golfo es la expresión más dramática y más reveladora de que se ha iniciado una nueva época en la política mundial y de que los instrumentos políticos y militares que hasta ahora han regido el orden internacional empiezan a estar desfasados. En el plano militar, por ejemplo, toda la estrategia internacional desde el final de la II Guerra Mundial hasta hoy se ha basado en la hipótesis del enfrentamiento global entre el Este y el Oeste, es decir, entre dos bloques cerrados y antagonicos que chocaban directamente en Europa y que se equilibraban fundamentalmente por la paridad nuclear, o sea, por la caPacidad de destrucción mutua. Los espectaculares cambios ocurridos en la Europa del Este en los últimos meses han destruido de hecho esta hipótesis de base, pero los instrumentos militares siguen estando ahí -aunque eltuido una fuerza multinacional que pueda actuar de manera unificada bajo la bandera de la propla ONU. Por otro lado, los esftierzos para reconducir la ocupación de Kuwait por Irak a un problema regional que pueda ser resuelto por los propios países árabes tampoco han dado resultados tangibles. En estas condiciones, el riesgo es que acaben actuando de manera unilateral algunas potencias, como Estados Unidos y -Sus aliados incondicionales -.como el Reino Unido de la señora Thatcher y las monarquías del Golfo-, y que esta intervención convierta el problema iraquí en un choque abierto entre Occidente y Oriente, o entre Norte y Sur, con unas consecuencias políticas, militares, económicas e ideológicas degastrosas para todos y, por consiguiente, también para nosotros. Lo más sensato es, por tanto, implicar al mayor número posible de países en la aplicación de la deci Pacto de Varsovia haya dejado de ser operativo como bloque militar- y las estrategias globales sólo han empezado a cambiar de manera muy tímida. Por muchas incógnitas que existan todavía en Europa, el hecho es que toda la estrategia militar y política de la guerra fría, toda la lógica del enfrentamiento global entre el Este y el Oeste ha perdido su razón de ser y mucho tendrían que cambiar las cosas para que se volviese a la situación anterior.

El orden internacional del futuro está por definir y el problema principal es quién lo definirá y cómo, si a través de acuerdos y negociaciones en el seno de organismos internacionales con capacidad operativa, con unos actores mucho más plurales, o si será el resultado de iniciativas unilaterales de tipo económico o militar de tal o cual país, en tal o cual zona del mundo. En realidad, el conflicto actual del Golfo es una expresión de esto. En el momento en que se hunde la vieja concepción bipolar y los conflictos dejan de estar presididos o justificados por la lógica de la lucha entre el Este y el Oeste, ¿quién y cómo puede actuar cuando la iniciativa de un solo país -Irak, en este caso- afecta a todo el sistema político y económico internacional? Lo que hemos visto hasta ahora es que la ONU ha intentado tomar la iniciativa de regulación de este nuevo orden, pero que carece de instrumentos para aplicar su decisión. Y que, a la hora de actuar, algunos de los organismos todavía existentes -como la OTAN o el Pacto de Varsovía- no sirven; que otros, como la Liga Árabe, son incapaces de imponer una sqlución regional, y que algunas grandes potencias, como Estados Unidos, se lanzan por su cuenta a intentar mantener la situación existente hasta ahora de forma parecida a como lo han hecho en otras ocasiones en el pasado.

De cómo se decida el conflicto del Golfo dependerán muchas cosas en el futuro. Y, entre ellas, la posibilidad de que se multipliquen los conflictos armados de carácter regional, pero con implicaciones generales, en un momento en que la estrategia nuclear global perderá sentido y en que países como Irak u otros parecidos podrán disponer del armamento suficiente para plantear conflictos que pueden afectar a todo el sistema internacional y que, por ello mismo, reactiven el militarismo de las viejas o las nuevas grandes potencias. Por eso es importante contribuir a que el conflicto del Golfo se solucione de manera negociada y no mediante la guerra abierta, reforzando a instituciones como la ONU; por eso es importante que en la mesa de negociaciones estén presentes las nuevas realidades mundiales -entre ellas, la CEE, de la que nosotros formamos parte-; por eso es importante que la comunidad internacional no se resigne a que los nuevos conflictos que puedan surgir se resuelvan como antes, y que de las cenizas de un mundo bipolar en extinción resurjan las mismas o casi las mismas potencias que lo protagonizaron. Por eso, y como miembros que somos de una nueva realidad e uropea, no podemos quedarnos al margen.

es diputado socialista y presidente de la Comisión Constitucional.

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