Sin noticias de Gurb
Día 22 (continuación).03.00 Como se ha hecho tardísimo, decidimos irnos a dormir y continuar mañana la conversación. Antes de acostarnos, rezamos el santo rosario. En el segundo misterio (de gozo) he de reñir a Gurb, porque lo descubro hojeando a hurtadillas La maison de Marie Clarie.
03.15 Obligo a Gurb a lavarse los dientes. Sabe Dios el tiempo que hace que no se los habrá cepillado comme il faut.
03.20 Pregunto a Gurb si puede dejarme alguna prenda de dormir. Me muestra el armario de la lencería. Prefiero no mirar.
03.30 Gurb se acuesta en su cama; yo, en el sofá del living. Dejamos la puerta entreabierta. Buenas noches, Gurb. Hasta mañana. Que descanses. Tú también. Felices sueños, Gurb.
03.50 Gurb. ¿Qué? ¿Duermes? No, ¿y tú? Tampoco. ¿Quieres un vasito de leche? No, gracias.
04.10 Gurb. ¿Qué? ¿En qué piensas? En nada, ¿y tú? En que, ahora que nos hemos encontrado, podremos volver por fin a nuestro querido planeta. Ah.
04.20 Oye. ¿Qué, Gurb? ¿Tú tienes ganas de volver a nuestro querido planeta? Pues claro, ¿tú no? Ay, chico, no sé qué decirte. La verdad es que aquello es un rollo patatero. Hombre, Gurb, un poco de razón ya tienes, pero, ¿qué alternativa le ves? Bueno, pues quedarnos en éste. ¿Y hacer qué? Uf, mogollón de cosas. Como por ejemplo qué. Montamos un bar tú y yo. Mira qué bien: cuando yo quería quedarme con el bar del señor Joaquín y la señora Mercedes me metes varas en las ruedas; y ahora, como la idea es tuya, ya me tiene que parecer bien. No compares; al bar del señor Joaquín y la señora Mercedes sólo iban jubilatas; el que yo te digo sería otra cosa: diseño a tope, música en directo, billar, tarot, abierto hasta la madrugada, y los sábados, concurso de miss tanga. Hum. Prométeme que lo pensarás. Te lo prometo.
04.45 Oye, Gurb. ¿Qué? ¿Tú crees que eso daría dinero? Bah, ¿quién piensa en el dinero? Yo. Está bien; pierde cuidado este tipo de locales siempre dan un pastón. Sí, al principio, sí, pero a la temporada siguiente se pone de moda otro lo cal y te tienes que meter el diseño donde tú ya sabes. ¿Y eso qué más da? Cuando se acabe el negocio, montamos otro; esta ciudad es un filón por explotar; y cuan do nos cansemos, nos vamos a Madrid. Chico, aquello es jauja; sólo el puente aéreo ya vale la pena. No sé, no sé; no lo veo sólido. Mira, si lo que te preocupa es el futuro, no tienes más que hacerte un plan de pensiones: con una expectativa de vida de nueve mil años, no te digo la de disgustos que le darás a la Caixa. Y ahora, déjame dormir. Está bien, Gurb, no te enfades conmigo. No me enfado, pero duerme. Buenas noches, Gurb Buenas noches.
Día 23.10. 13 Me despierta un timbrazo. ¿Dónde estoy? En un sofá. ¿Y este living tan mono? Ah, ya recuerdo. ¿Dónde está Gurb? La puerta de su alcoba está cerrada. Debe de estar durmiendo a pierna suelta. Siempre ha sido de mucho dormir. No como yo, que soy madrugador y diligente. El timbre sigue sonando.
10.15 Golpeo suavemente con los nudillos la puerta de la alcoba. No hay respuesta. Decido acudir personalmente a la llamada.
10.16 Abro. Es un mocito que trae un ramo de azucenas. Para la señorita, dice. Le doy dos duros de propina y me entrega el ramo. Cierro la puerta.
10.18 En la cocina. Anoto los dos duros que he puesto de mi propio bolsillo y que, en rigor, ha de pagar Gurb. Busco un jarro. Cuando lo encuentro, lo lleno de agua y dispongo las flores en el jarro como mejor sé. El resultado deja bastante que desear. Quizá no debería haber cortado tanto los tallos. Ahora ya es tarde para arrepentirse.
10.21 Abro el sobre que acompañaba el ramo. Contiene una tarjeta escrita a mano. No debo leer lo que dice, pero lo leo. A mi Cuqui preciosa con un millón de besitos shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shinuch shmuch Pepe.
10.24 Suena el timbre. Decido acudir personalmente a la llamada. Es un mocito que trae una caja de trufas heladas. Dos duretes.
10.26 Anoto el desembolso efectuado. Guardo la caja de trufas en el congelador. La vuelvo a sacar, me como diez trufas, redistribuyo el resto para que no se note y vuelvo a guardar la caja de trufas en el congelador. Leo la tarjeta. No me atrevo a repetir lo que dice. Temperatura, 25 grados centígrados; humedad relativa, 75 por ciento vientos flojos del sudoeste; estado de la mar, rizada.
10.29 Suena el timbre. Decido acudir personalmente a la llamada. Es un mocito que trae un cestillo. En el cestillo, un jabón de olor, un gel de baño, crema hidratante, body milk, esponja, eau de toilette. Dos duros. Llevo el muestrario al cuarto de baño. Echo la tarjeta al water (sin leerla) y tiro de la cadena. Anoto el desembolso efectuado. Suena el timbre.
10.32 Decido acudir personalmente a la llamada. Esta vez no es un mocito sino un mocetón. Trae las manos vacías y dice que quiere hablar con la dueña de la casa. Respondo que la dueña de la casa no está visible en estos instantes. Si lo desea, añado, puede volver más tarde o dejarme su tarjeta de visita. El mocetón me pregunta si soy por azar el marido de la, dueña de la casa. No, señor, ni hablar. ¿Su novio, tal vez? No. ¿Su amigo? Tampoco. Entonces, ¿quién soy y qué carajo estoy haciendo aquí? Soy el mayordomo, respondo, y sé karate; de modo que nada de tonterías, ¿entendido?
10.34 El mocetón me hace una cara nueva y se va. Por lo menos, me he ahorrado los dos duros.
10.36 Cuando me dirijo a la cocina tanteando las paredes del pasillo, me topo con Gurb, a quien han despertado los golpes de mi cabeza contra el felpudo, la jamba y el dintel. Le cuento lo sucedido y, en vez de compadecerme, se echa a reír. Al verme fruncir el ceño, sofoca esta risita boba que no sé de dónde ha sacado y me cuenta que el mocetón es un pretendiente celoso que le viene persiguiendo desde hace varios días. Ayer, sin ir más lejos, le saltó dos dientes al anterior mayordomo de un guantazo. Es muy violento y apasionado, dice; por eso le gusta, agrega.
10.40 Me curo las heridas con agua oxigenada. Estoy tan lleno de magulladuras que me transformo en Tutmosis II y así me ahorro el trabajó de ponerme vendas.
11.00 Al salir del cuarto de baño oigo la voz de Gurb que me llama desde la terraza. Salgo y compruebo (con satisfacción) que ha preparado el desayuno y lo ha servido en una mesita de mármol, bajo el parasol. Decepción: medio pomelo, té con limón, tostadas con mantequilla y mermelada inglesa de naranja. Añoro la tortilla de berenjena y la cerveza del bar de la señora Mercedes y el señor Joaquín, pero me como lo que me dan y no digo nada. De las ventanas y azoteas del vecindario asoman prismáticos, catalejos y telescopio, que enfocan la bata de seda color salmón que lleva Gurb. Considero la posibilidad de enviar un rayo desintegrador a los curiosos, pero opto por simular que no me doy cuenta de lo que pasa.
11.10 Acabamos el desayuno en un abrir y cerrar de ojos. Gurb enciende un cigarrillo. Finjo una tos violentísima para que se dé cuenta de que el humo es molesto y sumamente nocivo. Si él quiere intoxicarse, que se intoxique, pero a los demás, que no nos obligue a respirar un aire contaminado. El saludable mensaje que lleva implícito mi tos cae en saco roto: Gurb continúa fumando y yo me pongo la garganta en carne viva.
11. 15 Pregunto a Gurb si lo que decía anoche iba en serio. Gurb, a su vez, me pregunta a mí a qué me refiero. A qué va a ser: a lo del bar de modernos. Pues claro que iba en serio. ¿Y lo de miss tanga? ¿También iba en serio? Por supuesto, dice. Y yo, ¿podría hacer de presentador? Naturalmente, dice. ¿Y ponerle la banda a la ganadora? Todo lo que me diera la gana, dice; por algo sería el dueño del local.
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