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Tribuna:EL FOLLETÍN DE EDUARDO MENDOZA / 4
Tribuna
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Sin noticias de Gurb

Día 1208.00. Todavía sin noticias de Gurb. Llueve a cántaros. En Barcelona llueve como su Ayuntamiento actúa: pocas veces, pero a lo bestia. Decido no salir y aprovechar la mañana para asear un poco la nave.

09.00. Llevo una hora haciendo sábado y ya no puedo más. Siempre se había encargado Gurb de estos quehaceres, que ahora me pillan desentrenado. Quiera Dios que vuelva pronto.

09.10. Para matar el tiempo, veo un rato la televisión. Salen varios individuos, todos ellos pertenecientes al género humano. Al cabo de un rato de presenciar su actuación colijo estar viendo un concurso bastante similar a los que tanto gustan en mi planeta, pero mucho más tosco de contenido. A una pareja de sexo biológicamente diferenciado (aunque no visible, por el momento) le pregunta cómo se llamaba de apellido Napoleón. Cuchicheos. La mujer contesta en tono dubitativo: ¿Benavente? La respuesta no es correcta. Ahora le toca el turno al matrimonio rival, que ocupa un podio situado en el extremo opuesto del estudio. ¿Bombita? Tampoco es correcta la respuesta. El presentador aplaude e informa a las parejas concursantes que han perdido o ganado medio millón de pesetas. Zapatiestas de los concursantes en sus podios respectivos. Entra en liza una concursante nueva, que lleva viniendo al concurso 22 meses seguidos. Le preguntan cuál era el nombre de soltero de Alberto Alcocer. Decido interrumpir la recepción. Temperatura, 16 grados centígrados; humedad relativa, 90 por ciento; vientos fuertes del nordeste; estado de la mar, marejada.

09.55. Bajo la apariencia de Julio Romero de Torres (en su versión con paraguas), me naturalizo en el bar del pueblo, me arreo un par de huevos fritos con bacon y hojeo la prensa matutina. Los humanos tienen un sistema conceptual tan primitivo que para enterarse de lo que sucede han de leer los periódicos. No saben que un simple huevo de gallina contiene mucha más información que toda la prensa que se edita en el país. Y más fidedigna. En los que acaban de servirme, y a pesar del aceitazo que los empaña, leo las cotizaciones de bolsa, un sondeo de opinión sobre la honradez de los políticos (un 70 por ciento de las gallinas cree que los políticos son honrados) y el resultado de los partidos de baloncesto que se disputarán mañana. ¡Oh, cuán fácil les sería la vida a los humanos si alguien les hubiera enseñado a descodificar!

10.30. El carajillo me ha sentado como un tiro. Regreso a la nave, me pongo el pijama y me acuesto. Decido dedicar el resto de la jornada a descansar. Para aprovechar el tiempo, inicio la lectura sistemática de la llamada narrativa española contemporánea, muy reputada dentro y fuera de este planeta.

13.30. Concluyo la lectura de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno. El día sigue nublado, pero ha parado de llover. Decido bajar a la ciudad. Quiero resolver de una vez por todas el dichoso asunto del dinero. Aún me queda algo de lo que gané ayer en la Bonoloto, pero preferiría asegurarme una posición desahogada mientras dure mi estancia en la Tierra.

13.50. Cuando sólo faltan 10 minutos para el cierre, me persono en una sucursal de la Caja de Ahorros de Sierra Morena y manifiesto mi deseo de abrir una cuenta. Para inspirar confianza he adoptado la apariencia de S. S. Pío XII, de feliz memoria.

13.52. El empleado de ventanilla me entrega un formulario, que cumplimento.

13.52. El empleado de ventanilla sonríe y me informa de que la entidad dispone de diversas modalidades de cuenta (cuenta-depósito, cuenta-imposición, cuenta- si-te-he-vi sto-n o -me-acuerd o, cuenta-de-perdidos-al-río, cuenta-burro-el-que-lo-lea, etcétera). Si mi aportación en metálico es de cierta envergadura, una modalidad u otra me producirán mayor rentabilidad, mejor disponibilidad, más ventajas fiscales, dice. Respondo que deseo abrir una cuenta con pesetas 25.

13.57. El empleado de la ventanilla deja de sonreír, deja de informarme y, si mi oído no me engaña, expele unas ventosidades. A continuación teclea un rato en un ordenador.

13.59. La apertura de la cuenta corriente ha concluido. Cuando falta un segundo para el cierre de las operaciones del día, transmito instrucciones al ordenador para que añada 14 ceros al saldo de mi cuenta. Ya está. Salgo del banco. Parece que quiere salir el sol.

14.30. Me detengo ante una marisquería. Sé que es costumbre entre los seres humanos celebrar el buen fin de sus transacciones mercantiles en este tipo de sitios, y yo, con idéntico motivo, quisiera imitarles. Las marisquerías son una variedad o categoría de restaurante que se caracterizan a) por estar decorados con aparejos de pesca (esto es lo más importante) y b) porque en ellos se ingieren una especialidad de teléfonos con patas y otros animales que hieren por igual el gusto, la vista y el olfato.

14.45. Después de vacilar un rato (15 minutos) y como sea que aborrezco comer sólo, decido postergar la ceremonia de la marisquería hasta dar con Gurb. Entonces, y antes de aplicarle las medidas disciplinarias que le correspondan, celebraremos el reencuentro con una cuchipanda.

15.00. Ahora que dispongo de dinero, decido recorrer la zona céntrica de la ciudad y visitar sus afamados comercios. Ha vuelto a nublarse, pero por el momento parece que el tiempo aguanta.

16.00. Entro en una boutique. Me compro una corbata. Me la pruebo. Considero que me favorece y me compro 94 corbatas iguales.

16.30. Entro en una tienda de artículos deportivos. Me compro una linterna, una cantimplora, un camping buta-gas, una camiseta del Barça, una raqueta de tenis, un equipo completo de wind-surf (flashing colours) y 30 pares de zapatillas de jogging.

17.00. Entro en una charcutería y me compro 700 jamones de pata negra.

17.10. Entro en una frutería y me compro medio kilo de zanahorias.

17.20. Entro en una tienda de automóviles y me compro un Maseratti.

17.45. Entro en una tienda de electrodomésticos y lo compro todo.

18.00. Entro en una juguetería y me compro un disfraz de indio, 112 braguitas de Barbie y un trompo.

18.30. Entro en una bodega y me compro cinco botellas de Baron Mouchoir Moqué del 52 y una garrafa de ocho litros de vino de mesa El Pentateuco.

19.00. Entro en una joyería, me compro un Rolex de oro automático, sumergible, antimagnético y antichoque, y lo rompo in situ.

19.30. Entro en una perfumería y me compro 15 frascos de Eau de Farum, que acaba de salir.

20.00. Decido que el dinero no da la felicidad, desintegro todo lo que he comprado y continúo caminando con las manos en los bolsillos y el ánimo ligero.

20.40. Mientras paseo por las Ramblas, el cielo se cubre de nubarrones y retumban unos truenos: es evidente que se aproxima una perturbación acompañada de aparato eléctrico.

El siguiente capítulo se publicará el lunes 6 de agosto.

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