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Tribuna:EL FUTURO DE EUROPA
Tribuna
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Los nacionalismos no muerden

Seis meses de revolución en Europa han proporcionado al nacionalismo una reputación terrible. La revista literaria británica de moda, Granta, publicó un reciente número dedicado a la "fea, fea cara del nacionalismo". Nada menos que alguien como el arzobispo de Canterbury vio recientemente "el espectro de nacionalismos europeos frescos y rivales" y exhortó a los dirigentes cristianos a "actuar conjuntamente a un nivel más amplio que el Estado nacional". Los escritores que tocan el tema echan mano del lenguaje de pesadillas y fantasmas. Las sombras del pasado nacionalista volverán para perseguirnos si no tenemos cuidado. "Gritad caos", es el tono que prevalece en el comentario, "y esquilemos entre todos a los perros del nacionalismo".La moda intelectual a favor de instituciones nuevas y paneuropeas pone las cosas peor todavía. Una Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa cebada, una Comunidad Europea más integrada o un sistema de seguridad europeo aún más vago y futurista; todos estos organismos se dedican a forzar la vuelta de los nacionalismos a la historia, a donde se supone que pertenecen. El nacionalismo, según el lenguaje de la diplomacia actual, es malo para usted. Las instituciones paraguas, incluso los Estados paraguas, son el futuro. El Estado-nación, corroído desde arriba por los nuevos poderes supranacionales y roído desde abajo por nacionalismos menores, ya ha cumplido.

Todo esto son sandeces que, disfrazadas de sabiduría obtenida de la historia, consiguen ignorar las lecciones del pasado. El nacionalismo es una fuerza motora de la historia.

Durante los dos últimos siglos, el nacionalismo puede presumir de ser el móvil principal de la historia. En la carrera para obtener el premio al ismo más influyente, el poder del nacionalismo para provocar acontecimientos se sitúa por delante del capitalismo y el marxismo.

Una fuerza de este tipo, que surge de profundos sentimientos humanos, no se puede catalogar simplemente como un fantasma feo y reorganizarlo al margen de los acontecimientos. El nacionalismo ha representado, sin duda alguna, un papel en millones de muertes en Europa durante este siglo. Pero esa misma fuerza ha ayudado a moldear democracias donde antes no existían. El nacionalismo contribuyó a dar forma a Estados Unidos, fue un movimiento reformista liberal en la Alemania del siglo XIX y ha ido desmantelando los imperios coloniales desde mediados del siglo XX.

No obstante, sopesar los pros y los contras está más allá de la cuestión. Los nacionalismos son tan penetrantes y variados que se han aliado con casi todos los otros ismos conocidos en la historia. El resurgimiento musulmán ha florecido a menudo con un toque nacionalista; el marxismo y el fascismo han florecido ambos en alianza con el nacionalismo y han sido controlados por la oposición nacionalista.

Viejos colores nacionales

Para mí, en la segura solidez británica, el intento de los canadienses de habla francesa de hacer pedazos Canadá en aras de su nacionalismo me parece egoísta y autodestructor. Pero el poder movilizador de Quebec es el mismo que esa emoción que hizo que aquellas banderitas rojas, azules y blancas florecieran en grandes cantidades en Praga el otoño pasado. Los checos engalanaron la recuperación de su orgullo e identidad con los viejos colores nacionales.

Eric Hobsbawm, el veterano historiador marxista, ha venido sosteniendo recientemente (*) que el nacionalismo ha pasado ya su momento. Pero su estudio, llevado a cabo con la tradicional aversión marxista a todo lo que sea tan retrospectivo, revela simplemente defectos nacionalistas en lugar de demostrar que sus emociones han perdido su poder de movilización. Los cuerpos actuales de Estados-nación existentes dejan, por supuesto, a muchas naciones insatisfechas, y muchas de ellas se han construido mediante artimañas y con la ayuda de una astuta manipulación de los símbolos de nación. Una nación, dijo una vez otro experto en el tema, es un pueblo unido por una antipatía común a sus vecinos y por un error común sobre sus orígenes.

El gran Estado-nación puede, por supuesto, estar cambiando y puede no seguir siendo el modelo de independencia política al que todos los nacionalismos aspiran. Las organizaciones internacionales han proliferado, y en ciertas áreas -por ejemplo, abordar ,os problemas ambientales transnacionales- se harán más fuertes. Pero la trayectoria de las conversaciones de negocios de las multinacionales basadas en la premisa de que el nacionalismo estrecho de miras debía ser abandonado es difícilmente alentador. Las Naciones Unidas son, en su (rara) mejor forma, un foro de cooperación, no un centro de lealtades políticas por propio derecho.

Por encima de todo, la interpenetración de la economía mundial está convirtiendo las economías nacionales en mutuamente dependientes y cada vez más porosas. La Comunidad Europea ha creado un baluarte contra la guerra entre las naciones mezclando las economías europeas occidentales. Pero mezclar los propios Estados ha sido algo que ha frustrado persistentemente el apego contumaz de los pueblos a sus países por separado.

El poder del nacionalismo es más resistente que la forma exterior del Estado-nación. Los informes más incisivos sobre el aumento del nacionalismo recalcan que el crecimiento fue una respuesta a los cambios del mundo industrial moderno. La sociedad agraria y su fe religiosa dieron paso a una sociedad educada, mercantil e industrial, y el núcleo de la lealtad política se traslado La nación satisfizo una nueva necesidad de amor y lealtad, y lo si gue haciendo. Las naciones que se formen así pueden ser más o menos demócratas, más o menos ricas o cualquier otra cosa. Pero no se construyen sin nacionalismo.

Lección para el futuro

Y ésta debería ser la lección de futuro. Los tratados, estructuras o arquitecturas que fijen los acuerdos entre las naciones no funcionarán a no ser que tengan en cuenta la incesante persecución del interés nacional. Menciones de esta última idea completamente antileninista han comenzado a aparecer recientemente en la política exterior soviética. La Comunidad Europea tiene éxito en sus fines básicos no porque se hayan disuelto los intereses nacionales, sino porque el interés nacional francés por defender su país contra Alemania se puede conseguir más pacíficamente dentro de una unidad económica mayor. Los grandes planes para la Europa posterior a la guerra fría fracasarán a no ser que recuerden que no existe cosa alguna que sea armonía permanente entre naciones, sino sólo un equilibrio de poderes más o menos efectivo que tiene que ser afinado frecuentemente.

Según evolucionan las sociedades y las economías, es posible que el nacionalismo se vuelque más en el mantenimiento de las características sociales que en enfatizar (a menudo de forma asesina) la independencia política. Pero sea lo que sea lo que venga la continuación, el nacionalismo sorprenderá. Su poder ha sido subestimado constantemente. Cada ministerio extranjero e instituto dedicado al estudio de Europa debería haber grabado sobre su puerta las palabras de sir Isiah Berlin, publicadas en 1979:

"Hubo un movimiento que dominó gran parte del siglo XIX en Europa, y fue tan penetrante, tan familiar, que sólo gracias a un esfuerzo con.sciente de la imaginación puede uno concebir un mundo en el que no interviniera... Pero, por raro que parezca, ningún pensador significativo que yo conozca le predijo un futuro en el que representaría un papel aúm más dominante. No obstante, quizá no sea una exageración decir que es uno de los más poderosos -en algunas regiones, el más poderoso- movimientos individuales que funcionan en el mundo actual; y que algunos que fallaron a la hora de prever este desarrollo han pagado con su libertad y, por supuesto, con sus vidas. Este movimiento es el nacionalismo".

Naciones y nacionalismo desde 1780. Prensa Universitaria de Cambridge.George Brock es redactor jefe de la sección de Internacional del diario británico The Times.

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