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Sociólogos y mandarines

Un congreso internacional de sociología presenta claras analogías con un concilio. Las sesiones solemnes y las sucesivas liturgias giran en torno a la verdad de la doctrina. Los popes de la profesión ocupan en las tribunas los sitiales más relevantes y flotan en el aire nubes de incienso que apenas sirven de cortina de humo de los tejemanejes urdidos en los camerinos. En las diferentes comisiones pronto se hacen patentes los pactos de pasillo, así como las alianzas y las ofensivas de los diferentes grupos que se disputan cargos, honores, puestos y presupuestos. Lo que está en juego es la capacidad de definir del modo más favorable a los propios intereses el perímetro de las teorías y de las técnicas. Y es que el prestigio científico no es ajeno al campo de enfrentamientos en el que los expertos pugnan por la competencia científica, es decir, por el poder de decidir criterios de verdad en el seno de una comunidad científica.Las intrigas palaciegas, como las que tuvieron lugar en el XII Congreso Mundial de Sociología, celebrado recientemente en Madrid, no van a propiciar un reconocimiento internacional de las producciones sociológicas españolas mientras éstas continúen siendo mediocres. La pobreza del panorama interior únicamente podrá ser superada si se crean las condiciones para incrementar de forma significativa la calidad y la cantidad de nuestros trabajos científicos. Para ello se requiere a la vez la superación de la situación actual y propuestas innovadoras.

Más allá de la condena global o de la autocelebración pomposa, se puede decir que la debilidad de la sociología española radica fundamentalmente en el predominio compartido del academicismo caciquil y del oficialismo servil. En el primer caso, los sociólogos se limitan a repetir lo ya sabido. En el segundo, a racionalizar o legitimar la acción del Gobierno. La alternativa pasa por la imaginación sociológica, por una sociología que deje de estar supeditada al Estado y a un modelo gerencial de empresa, para propiciar, desde la perspectiva de la sociedad, estudios que permitan dar cuenta de la génesis y funcionamiento de las instituciones en un clima de mayor libertad profesional.

Durante demasiados años, las estructuras universitarias no fueron ajenas a las rigideces y al autoritarismo propios de otras organizaciones mediante los cuales se aseguraba la perpetuación de la dictadura. La Ley General de Educación consolidó seculares poderes heredados por los profesores numerarios, y especialmente por los catedráticos. Los departamentos, sin medios, desbordados por la afluencia de alumnos, regidos por una concepción pretoriana de la autoridad y marcados por unas vías arcaicas de promoción en la profesión, se asemejaban a una sociedad de castas en la que los profesores contratados tenían el papel de parias de la institución. Estos rituales fueron decisivos en la formación de hábitos mentales y de pautas de conducta. El sistema de cooptación convertía a los jefes de departamento en padres severos, conocedores de sus vástagos, "criados a sus pechos" o adoptados e incorporados al colectivo familiar de "la casa" en función de informes solventes. No es extraño que muchos jóvenes alevines, socializados en una escuela que propiciaba los golpes bajos y las jugadas permanentes, optasen años después por emular, e incluso por superar, las habilidades de sus maestros.

La Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense no estuvo al margen de esta tónica general. Es más, a medida que el colectivo de profesores contratados fue consciente de su proletarización se radicalizó con especial intensidad contra el régimen, respetando, por lo general, la relación de dependencia con el padrino. Un marxismo de manual, conservado en naftalina, permitía acentuar la crítica verbal contra el sistema, al mismo tiempo que dejaba intactas las relaciones celtibéricas de dominación vigentes en el alma mater. Curiosamente, una gran parte de estos sociólogos contestatarios se integraron en el partido socialista tras el congreso extraordinario en el que triunfaron las tesis del aparato en favor de la renuncia al marxismo. Privados de paradigmas, recurrieron, como algunos de sus maestros, a las irregularidades administrativas, a las intrigas y la política de clanes, o se lanzaron al asalto de cargos políticos que no dudaron en utilizar como valor de cambio en el mercado académico.

En la actualidad, el mandarinato, al igual que ocurrió en China bajo la dinastía Ming, se hace más autoritario puesto que contrasta con el pluralismo social. Una buena muestra de ello nos lo proporcionan las palabras que un catedrático de la segunda generación, digno aprendiz de la escuela de Zhu XI, dirigió a un protegido que se preparaba para concursar a una plaza de profesor titular: "Como presidente del tribunal te aseguro que esa plaza es tuya así se presente Max Weber". Quizá no ignoraba que fue el sociólogo alemán quien se sirvió del concepto de refeudalización para designar ese viejo estilo de conceder cargos públicos a discreción ateniéndose exclusivamente a criterios privados de patrocinio.

La finalidad última de los mecanismos de control social es la perpetuación del orden, objetivo que alimenta entre los gobernantes una utópica búsqueda de información. Las encuestas de opinión, los sondeos y las técnicas destinados a pulsar las actitudes y los estados de ánimo de los individuos, en fin, los nuevos barómetros del clima social, son cada vez más requeridos por los poderes del Estado. Las técnicas cuantitativas, basadas en una concepción nominalista de la sociedad, miden el grado de popularidad de los ministros, determinan las expectativas de voto de los partidos, anticipan hipotéticas reacciones de los ciudadanos a hipotéticas decisiones de gobierno; en síntesis, permiten conformar las leyes y los programas políticos a la opinión. La sociología se transforma entonces en ingeniería social. Como ha señalado Lewis A. Coser, el sociólogo burocrático recibe la demanda de estudiar hechos concretos que sean de interés para quienes ponen en práctica determinadas políticas, y por tanto debe aceptar criterios designificación diferentes de los que han guiado su conducta antes de que se uniera a la burocracia.

En España, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), organismo integrado en el Ministerio de Relaciones con las Cortes, es el baluarte de la sociología oficialista, el laboratorio en el que se compone y recompone el simulacro del cuerpo social al gusto del Estado consumidor. No está mal que la sociología sea también un saber aplicado, pese a que sus aplicaciones sirvan en general para satisfacer intereses partidistas, pero lo que resulta aberrante es que una institución de tan sesgada naturaleza aspire a monopolizar la investigación sociológica y controle la más prestigiosa" revista del gremio.

Robert K. Merton observó que la Administración rehúye casi por completo la discursión pública de sus técnicas. Esta opacidad se extiende a las redes de relaciones interpersonales que se tejen a la sombra del poder y que dan lugar en ocasiones a camarillas de consejeros áulicos. A las familias académicas se añaden, por tanto, ahora los clanes de los sociólogos burocráticos. La cohabitación de esas redes primarias y secundarias viene cortacircuitando desde hace años los esfuerzos destinados a promover una sociología rigurosa e innovadora. Urge, pues, un cambio de rumbo en el panorama sociológico español, un golpe de timón que permita diferenciar a los sociólogos de los mandarines y propicie un clima de libertad y de crítica en el que surjan investigaciones diferentes; urge, en fin, una democratización de la profesión al servicio de la sociedad.

es profesor de Sociología de la Universidad Complutense.

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