El resplandor
La cuestión filosófica más profunda consiste hoy en discernir si hay que llevar en verano el tercer botón de la camisa desabrochado. Cuando ahora la Historia galopa sin bridas por un barranco lleno de escaparates, la nueva utopía germina en los talleres de alta costura, en los laboratorios donde se amasan todas las cremas de belleza, incluida la de Belcebú. Ofuscada por el resplandor de las salchichas de Francfort, la Historia sólo es un caballo que quiere vestirse de Hermes en el borde del acantilado. Allí los asesinos a sueldo muestran a los clientes una lista de precios a la baja; la peste genital diezma a los estetas sobre los almohadones; cualquier marquesa puede ser visitada por un ángel con la baja, formando ambos una magnífica Anunciación; la muerte observa a la multitud desde el fondo de la salsa mahonesa. Y, no obstante, el ser humano cada día tiene la oportunidad de convertirse en héroe de sí mismo mientras se afeita, se depila o se fumiga con perfume íntimo la geografía del sexo. Reflejarse en el espejo del baño durante un cuarto de hora significa la inmortalidad. Uno intenta descifrar los jeroglíficos que describen las arrugas en el rostro confundiendo su enigma con la conciencia y al mismo tiempo siente que algo trepida detrás del cogote. Es el mundo que se cae a pedazos cada mañana antes del desayuno, pero nadie se preocupa. Las cámaras convierten en imágenes de algodón las hondas tragedias y el comensal las engulle luego en el telediario de sobremesa rumiando a la vez una zanahoria. La nueva utopía se halla ya expuesta en las vitrinas. El último infierno también ha sido lanzado. Ahora el fuego perenne es la droga y los demonios llevan bigote colombiano. Aunque medio planeta se muera de hambre todo irá bien si llevas desabrochado el tercer botón de la camisa. El resto de la filosofía estriba en contemplar en el interior del espejo donde te miras la galopada de un caballo ofuscado por el resplandor de las salchichas de Francfort que huye por un barranco lleno de escaparates.
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