1.000 millones
UNA QUINTA parte de la población mundial, equivalente a un tercio de la correspondiente a países en desarrollo, vive en la pobreza. Según la reciente estimación del Banco Mundial en su último informe anual, esos 1.000 millones de personas tratan de sobrevivir con un consumo per cápita anual inferior a 370 dólares, medida coherente con los resultados que aportan otros indicadores de bienestar más amplios: esperanza de vida, tasas de defunción infantil o acceso a la educación básica.Del crecimiento económico registrado a partir de la década de los sesenta, regiones enteras, como el África subsahariana (donde se localiza el 16% de esos pobres), se han mantenido completamente al margen, y en muchos otros países ese crecimiento ha sido ampliamente compensado con superiores aumentos de la población, determinando cotas de bienestar inferiores a las de hace 25 años; millones de latinoamericanos tienen hoy niveles de vida inferiores a los existentes al inicio de los setenta, haciendo cierta la caracterización de los ochenta como una década perdida; las ganancias registradas en el consumo per cápita de los países del sur de Asia en estos años no han evitado que casi la mitad del censo de pobres siga concentrado en esa región. Si los factores de crecimiento económico regional observados en la pasada década se repitieran en la presente, los 450 millones de subsaharianos serían 620 millones en el año 2000, y su renta per cápita, un 20% inferior al actual nivel de subsistencia. Los países latinoamericanos, por su parte, incrementarían su población en 85 millones, al tiempo que sus ingresos medios se situarían un 6% por debajo de los actuales.
Para evitar un escenario tal, el Banco Mundial propone una estrategia basada en dos tipos de actuaciones, derivadas de la experiencia de los pocos que consiguieron escapar a este círculo vicioso. En primer lugar, la promoción del uso productivo del activo más abundante de que disponen,esos países -el trabajo-, mediante la dotación de incentivos de mercado, infraestructuras risicas, instituciones políticas e innovación tecnológica. La segunda de las actuaciones exigiría la provisión de servicios sociales básicos: eduicación primaria, atención sanitaria básica, planificación familiar y nutrición.
El comportarniento del comercio mundial, el tratamiento al problema de la deuda externa y las ayudas exteriores determinan en gran medida las limitadas posibilidades de las políticas nacionales. La excesiva dependencia de monocultivos exportadores y la asignación de sus eventuales ingresos en divisas a la atención del servicio de la deuda externa constituyen algunos de los exponentes de la amplia dependencia de actuaciones originarias de los países industrializados.
La relevanciade la ayuda exterior como instrumento efectivo en la reducción de la pobreza mantiene, a diferencia de los factores anteriores, un estrecho grado de asociación con las políticas nacionales de los países destinatarios, en un doble sentido: condicionando el origen y cuantía de las concesiones según criterios de afinidad política entre donantes y receptores y, lo que es más importante, su asignación interna. No faltan, en este sentido, ejemplos de países que: o bien han hecho de esa ayuda la nutrición básica de su economía, generando una peligrosa dependencía, o -no siempre alternativamente- han asignado tales ayudas a destinos diametralmente opuestos a la reducción de la pobreza.
-Un hilo de espieranza cabe deducir de la reasignación presupuestaria a la que conduzca el abandono de la guerra fría: un descenso del 10% en los gastos militares de los países de la OTAN equivaldría a doblar la ayuda suministrada actualmente a países en desarrollo. El mantenimiento de los favorables ritmos de crecimiento que registran las economías industrializadas posibilitaría esfuerzos adicionales en esta dirección, destinados a reducir esas bolsas de pobreza, que por sí mismas constituyen la más explícita denuncia de los modelos de desarrollo exportados desde el Norte.
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