El 'escándalo Ridley' refleja la división de los conservadores británicos sobre la CE
La caída política de Nicholas Ridley es la última de una serie que pone en evidencia las profundas divisiones que la cuestión europea provoca entre los conservadores británicos. Mientras que el presidente de los tories, Kenneth Baker, asegura que el Partido Conservador sigue profundamente comprometido con la Comunidad Europea (CE), uno de sus parlamentarios reclama la celebración de un nuevo referéndum.
"Cuando nos integramos en la CE no se mencionó la unión política y social", afirma. Para los anticomunitarios recalcitrantes ya se ha creado una nueva etiqueta: la fracción albanesa del Partido Conservador.La desaparición de Ridley del primer plano de la actividad política ha sido la señal para que los procomunitarios tomen la iniciativa e intenten, en primera instancia, deshacer los entuertos creados por el ministro cesante.
Douglas Hurd, uno de los pragmáticos en el Gobierno de Margaret Thatcher y, con la cartera de Asuntos Exteriores, el más destacado entre quienes abogan por la Comunidad Europea, se esforzó ayer por distanciar a su primera ministra de las ideas manifestadas por Nicholas Ridley, quien en su carta de dimisión sólo lamentaba algunos aspectos de sus manifestaciones al periódico The Spectator.
El ministro dimisionario insistía en su misiva en que "todas las naciones de Europa deben mantener sus identidades políticas económicas y nacionales, al tiempo que gozan de los beneficios del libre y justo comercio". Son las ideas de la Europa de los mercaderes que Thatcher patrocina. Advertía también contra una unión económica que, indicaba en incuestionable alusión a Alemania, "resultará en la dominación económica por el país que tenga la divisa más fuerte de la Comunidad Europea".Influencia germana
La eventual influencia germana en la CE, y en Europa en general, es el último elemento que viene a sumarse a la arraigada desconfianza británica con respecto a Europa.
Michael Heseltine, Leon Brittan, Geoffrey Howe y Nigel Lawson fueron ministros a los que, por distintas razones, la cuestión europea hizo perder su poltrona ministerial.
Ridley militaba en la sección anticomunitaria y tenía dicho que su función en política era el evitar que la primera ministra fuera obligada por los federalistas a asumir las órdenes emanadas de Bonn y Bruselas.
Su inesperado sustituto en el Gobierno, Peter Lilley, también profesa su misma fe anticomunitaria, pero es más que dudoso que pueda discrepar de Hurd con la fuerza política que lo hacía Ridley.
Esta crisis deja sin resolver las diferencias que existen en el Partido Conservador y en el Gobierno sobre la postura a adoptar con respecto a Europa, discrepancias que los analistas consideran como potencialmente suicidas en términos políticos.
Lo que el comentarista Neal Ascherson ha bautizado como la fracción albanesa de los conservadores, aquélla que tiene un fetiche en la soberanía, goza de muy buena salud, a pesar de que entre los tories, como partido natural del empresariado, haya europeístas convencidos.
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