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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La función se fue a pique

La gran fiesta del canto, esa espléndida partitura que es I puritani, llegó a cuentagotas. Contra viento y marea luchó Mariella Devia para destapar el tarro de las esencias belcantistas y el particular encanto de la melodía belliniana. Todo se le puso en contra.A Bellini hay que mimarlo. No hay más cáscaras. O se dispone de unos buenos cantantes y un adecuado acompañamiento orquestal o la función se va a pique, como en esta ocasión. El naufragio se debió en gran medida al director musical, Miguel Roa, que planteó la obra sin ninguna transparencia, con una orquesta chillona y rústica en los ritmos, vulgar en el desarrollo dramático, aparatosa y con decibelios en exceso. I puritani no es una ópera de Claude Debussy, pero mucho menos una zarzuela.

I puritani

De Bellini, con Mariella Devia, Luca Canonici, Vicente Sardinero Alfonso Echeverría y Lola Casariego. Director musical: Miguel Roa. Dirección de escena: Emilio Sagi. Escenografía: Pier Alli. Coproducción con el teatro Comunal de Bolonia. Madrid, Teatro de la Zarzuela, 1 de julio.

Tampoco los cantantes contribuyeron al éxito de la velada. Luca Canonici, debutante en Madrid, tuvo una noche aciaga. Pálido e inseguro desde el comienzo de la representación, con deficiente utilización del legato, se quedó sin voz en los sobreagudos del tercer acto y a partir de entonces su nerviosismo le atenazó y no dio una a derechas. Poseedor de una voz bonita, aunque débil, contagió al público en su calvario, haciéndole sufrir de lo lindo con sus vacilaciones, imprecisiones y hasta gallos.

No estuvieron entonadas las voces bajas, ni siquiera en la vibrante escena final del segundo acto, que pasó totalmente inadvertida, con más pena que gloria.

A Echeverría le faltó expresión y fuerza; en el caso de Sardinero a su oscura emisión se une una falta de dominio de la coloratura. Correcta, en su breve cometido, Lola Casariego.

Si a lo ya contado añadimos que la puesta en escena fue anodina y que los grupos corales siguen sin especial refinamiento (bien es verdad que han experimentado una gran mejora en la temporada, especialmente las voces femeninas graves), nos encontramos con una representación globalmente muy desafortunada.

A todo ello se sobrepuso Mariella Devia, manteniendo el tipo y dando una gran lección de profesionalidad. Ni la dirección musical, ni los incómodos velos que dificultaban su movimiento y concentración en la escena de la locura, ni la mediocridad de sus compañeros de reparto, pudieron con ella. Cuando aparecía en escena el aburrimiento dejaba paso a la emoción, al sentimiento. Es difícil encontrar en la actualidad una soprano que realice el personaje de Elvira con tanta precisión en la graduación del sonido, tanta elegancia en la línea vocal, intimidad poética en la expresión, belleza de timbre y pureza estilística. El sfumatore belliniano, el éxtasis que produce el canto, tenían en ella, y sólo en ella, su medida exacta.

Al final, Mariella Devia ni siquiera pudo recibir los aplausos que su trabajo merecía. El sonoro abucheo al director musical aconsejó a los artistas una discreta retirada. Aunque, todo hay que decirlo, el público de la ópera no es el de los toros, y además no se reparten almohadillas a la entrada.

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