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Toreros con tres orejas

Toril / Domínguez, Ortega Cano,

Lozano Toros de El Toril, bien presentados, con genio y, pocas fuerzas. Roberto Domínguez: oreja; ovación. Ortega Cano: oreja; dos orejas. Fernando Lozano: oreja; vuelta. Plaza de Segovia, 29 de junio. Segundo de Feria. Lleno.

Los tres diestros actuantes en la Íón de la plaza y feria reinauguraci segoviana salieron al ruedo, seguramente sin conocer el prodigio, con tres orejas. La explicación es más sencilla. El presidente del festejo decidió otorgar a cada uno de los coletudos un trofeo auricular al margen de sus méritos o del número de pañuelos que lo solicitasen.

El asombro de Domínguez y Ortega Cano fue tal que antes de recorrer ni siquiera 10 metros en la vuelta al ruedo ya habían tirado la oreja a los tendidos. Lo cierto es que los bravucones bichos a que se enfrentaron no les dieron facilidades, aunque los diestros tampoco supieron resolver totalmente estos problemas. El genio de los bureles no era adecuado para aplicarles faenas monótonas y cansinas.

Así lo entendió Domínguez, volteado nada más abrirse de capote frente al primero, sin que, afortunadamente, sufriera más que un tremendo costalazo. El vallisoletano intentó aplicar a éste una lidia con sentido dominador. Otra cosa es que lo consiguiera, aunque se adornó con unos pases de castigo para cuadrar al toro. Pero le falló su numerito del descabello con abaniqueo y necesitó de cuatro golpes con el verduguillo para Finiquitar a su rival. Pese a ello, le tocó una verbenera oreja en la tómbola.

Papeleta y grande le presentó el castaño bizco cuarto, que a su genio unió una embestida cortísima. Domínguez, empalagoso y pesado, se lo quitó de encima sin lucimiento. El de mayor genio fue el segundo, que además punteaba la muleta de un Ortega Cano desconfiado y cuya medrana demostraba con su tez blanca y sudorosa. En lugar de templarle y marcarle mucho el viaje, se hartó a atropellados mantazos con este toro, aunque la tómbola volvió a funcionar. En el abrochado quinto se centró más y buscó el riesgo, con mucho y visible dolor de corazón. Se acicaló y extrajo algunas buenas series en redondo y algún pase suelto al natural.

Las máximas agallas las echó Lozano, cuyo primer enemigo, rebrincón y corcoveante, le pegó varios arreones que aguantó impávido, con poca clase pero atisbos de ligazón, antes de obtener el obligado premio de la oreja. El debilísimo sexto se defendía y Lozano se la volvió a jugar de verdad ante semejante avanto. El presidente, harto de verbena, no atendió en este caso la mayoritaria petición de trofeo y Lozano se enfadó visiblemente. Y es que la autoridad los había acostumbrado mal desde el principio.

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