Linaje humano
El origen del linaje humano ha tenido que ver secularmente tanto con la pura materia como con Dios o con los dioses, o con fuerzas misteriosas y sobrenaturales. Pero, por bajo que haya sido, sea o pueda ser el nivel y el comportamiento en miembros de la raza humana, nunca se ha considerado que esos seres habían pasado a pertenecer a una raza animal, es decir, que su linaje no siguiese siendo humano sino que hubiese recaído en la animalidad. Eso es así porque el hombre no ha sido nunca un animal. Puede incluso ser más bestial que el animal, precisamente porque no es animal.Los animales son también criaturas de Dios. Sus instintos y su inteligencia animal son prodigiosos, y hay animales de una belleza incomparable. Porque no es bueno tampoco que el hombre y la mujer estén solos, necesitan para vivir de los animales y de las criaturas todas de la Tierra, y no sólo para el mantenimiento y para el aire que respiran, sino porque las plantas y los árboles y las flores ilustran, amueblan y decoran la Tierra.
La definición del hombre como animal racional es una contradicción in terminis, porque si es animal no puede ser racional, ni viceversa. Pero en el siglo de las luces -cuando no hay luz se encienden las luces-, el siglo racionalista por excelencia, se empezó a pensar, y a decir, que el hombre no descendía del alto linaje de los dioses, sino que ascendía del bajo nivel de los animales.
Generacionalmente, la descendencia no viene de descender, pasar de un lugar a otro más bajo, sino de las generaciones sucesivas por línea recta, descendientes de tina persona o familia, y a su vez, la ascendencia se refiere a los progenitores o antecesores de una persona o familia. Los títulos de nobleza, o sencillamente la buena cuna, buscan este alto origen humano, bien humano. Nada hay en la ascendencia o descendencia de cambio en la condición humana, ni hacia arriba ni hacia abajo.
¿Cómo es, pues, que lo humano ascendía naturalmente de animal a hombre? Pues por evolución. Pocas palabras han tenido tanta suerte en la cultura moderna y pocas más difíciles de entender cuando se quiere profundizar en su entendimiento. ¿Por qué la evolución es ascendente? Si el hombre desciende del animal para transformarse, evolutivamente, de puro animal, y no digamos de la bestia, en el llamado animal racional, en el hombre, no se puede decir que desciende, sino que asciende de un nivel inferior a otro superior. Porque lo que defiende la evolución no es que el animal se adapte evolutivamente al medio ambiente y a sus cambios, perfeccionándose dentro siempre de su propia condición y género, sino que se transmuta, se transfigura evolutívamente desde su condición originaria, dejando su irracionalidad, hasta alcanzar gradual e irrevocablemente la racionalidad del hombre consciente, que es algo más que la pura racionalidad, o mejor dicho, mucho más, porque el hombre es casi un dios.
Pero el racionalismo radical propio del siglo de las luces no encontró la razón para explicar este fenómeno tan anómalo, tan extraordinario, de una descendencia ascendente, hasta que apareció la gran figura de Darwin, con su Origen de las especies y, en verdad, por mejor decir, se trata realmente del origen de la especie humana, que es por lo que causó su obra, y sigue causando, tanta sensación y, en cierto modo, tanto escándalo, por la simplificación del profundo trabajo de Darwin, proclamando al mono como origen y padre del hombre.
Darwin tomó de Malthus el principio de la lucha por la vida, que refrenaba la expansión genética de la especie humana, es decir, su multiplicación casi geométrica, un problema real con el que el hombre de nuestro tiempo tiene que enfrentarse intelectual y moralmente. Pero éste no es el tema.
El hallazgo de Darwin, un biólogo y un hombre admirable, fue descubrir que la naturaleza, en su lucha por la vida, no sólo refrenaba esa expansión genétiea de las especies animales, incluida la especie humana, sino que a través de esa lucha seleccionaba los mejores ejemplares, y como esa selección era continua, ciertas especies animales, los antropomorfos por decirlo de una manera breve, habían ido desanimalizándose y homonizándose hasta llegar al hombre; es decir, algo así como la escala de Jacob, que iba angélicamente de la Tierra al cielo, sino que aquí el que subía evolutivamente no era un ángel, sino un hombre.
En la lucha por la vida quedaban triunfantes, prevalecían los mejores -según Darwincomo en todo combate, en toda contienda, y desaparecían los peores. Vae victis (¡ay de los vencidos!). Ahora bien, esto es una tautología -decir lo mismo de dos maneras distintas-, porque a la pregunta de ¿quiénes son los mejores?, la respuesta es: los que quedan.
Pero no sólo es una tautología, es una visión de las cosas y de la naturaleza humana radicalmente equivocada. No ya en la religión cristiana, que era la de Darwin, sino en toda religión, los mejores no son los prepotentes y los triunfadores, sino preferentemente los pobres, los débiles, los indefensos, los que se hacen como niños, los humildes. Porque todos éstos, y no los que lucen, o mejor, los que relumbran, son los que van a ser, en su día, en virtud de una justicia trascendental, preferidos y exaltados. Pero no sólo religiosamente; los premios Nobel, por ejemplo, se dan a los investigadores que han dejado su vida, o una gran parte de ella, en un trabajo silencioso y oculto. Y en las ciencias que hacen relación al hombre, y especialmente en la nueva biología, se derrochan esfuerzos y medios técnicos y materiales perfectísimos no para cuidar a los mejores, sino para salvar la vida de las gentes -cualquiera que sea su nivel social- de las innumerables enfermedades e incapacidades que conlleva el género humano. Ni los mejores ni los peores, que es maniqueismo, sino la humanidad doliente.
La medicina, desde Hipócrates, ha tenido siempre un fondo ético y un subfóndo mágico. No se trata con ella de crear superhombres, sino de cuidar a la gente, gente, para darle, digamos, un mens sana in corpore sano. ¡La pobre naturaleza terrenal!, caída, asimilada originariamente a los ángeles, porque es del linaje de Dios.
La selección natural que las cabezas pensantes del siglo de las luces y de la Ilustración encuentran tan clara y tan humana. es, cuando se profundiza en ello, algo terrible. La exaltación de los triunfadores y de los prepotentes en la lucha por la vida, que engendró uno de los apóstrofes de Nietzsche contra lo que él denominaba las virtudes de pusilanimidad del cristianismo, está en la base del nazismo y de la idolatría de la superioridad de la raza aria, la raza escogida, frente a las razas inferiores: los judíos ante todo, y los negros, los cristianos, los débiles, los tarados con alguna forma de incapacidad. La lucha de clases del marxismo no es más que
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Linaje humano
Viene de la página anterioruna visión política de la selección natural; son sobrevivencias del maniqueísmo, de la lucha entre buenos y malos, algo tan arraigado en la mente humana. Son muchos los cristianos que encienden una vela a Dios y otra al diablo; pero éste, que no es un mito sino una realidad, es una siniestra pero pobre criatura.
No hay evolución creadora en el sentido de metamorfosis, es decir, de transformación o mudanza de una cosa en otra distinta, pero sí hay evolución en el sentido de desarrollo o despliegue de lo creado. La naturaleza no puede crear, pero tiene potencialidad, vida, historia, devenir propio, no taumatúrgico, sino dentro inexorablemente de la complejísima naturaleza, pero sin trascender a la sobrenaturaleza, que es el ser humano.
Si la tautología de la selección natural hace inviable la evolución -ya que los que quedan no son los mejores, sino los que quedan- y si en las formas visibles de la vida actual subsisten los antropoides -monos, chimpancés, gorilas, orangutanes, pero no hombres-monos-, y por otra parte, si las razas humanas subdesarrolladas que sobreviven en algunas zonas de la Tierra son absolutamente humanas y nada simiescas, la búsqueda del eslabón perdido en el registro fósil, tan admirable paleontológica y antropológic am ente, no parece que tenga sentido. Hasta ahora pruebas, en el sentido riguroso de la palabra -y con todo respeto para el esfuerzo y empeño de los investigadores-, no se puede decir que existan.
Si no rige la selección natural, ¿cómo nace en el animal el designio que le lleva al hombre? ¿Cómo la ameba ha llegado, sin ese designio originario, evolutivamente hasta, digamos, un Leonardo da Vinci? Quedan el azar y la casualidad: las dos células que han copulado accidentalmente por primera vez en la sopa cósmica. Estadísticamente, es casi imposible -pero no absolsutamente imposible-. El azar y la casualidad vienen a ser, aunque involuntariamente, dioses, pero quizá más dificiles de creer en ellos que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, o Alá, el dios del profeta Mahoma.
La racionalidad es un don admirable, maravilloso, frente a las cosas visibles Y sensibles, pero frente a las invisibles e insensibles necesita ayudarse de otros talentos y dones: la fe, la revelación, la intuición, la inspiración, la música, la poesía y tantas otras cosas que no son irracionales, pero que no son razonables. Es el mundo del misterio, que es misterioso, pero realísimo. Pues bien, el origen del linaje humano pertenece no a la evolución racionalista, sino al misterio que envuelve el origen de todas las cosas, un misterio que se conoce corrientemente con el nombre de Dios.
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