Manuel Chaves, el nuevo estilo
Le bautizaron como "el candidato a palos", parafraseando a Molière. Tardó en decidirse, pero dejó la cartera de Trabajo y viajó a Sevilla, inducido por Alfonso Guerra, para relevar a José Rodríguez de la Borbolla. Disciplinado, moderado y conciliador, Manuel Chaves se encuentra hoy ante una Andalucía con medio millón de parados y más de 200.000 peones con subsidio en el campo, pero también con un crecimiento económico superior a la media nacional. Chaves lleva a Andalucía otro estilo que él mismo proclama: el de Felipe González.
"¿Manuel Chaves o Luis Yáñez?", preguntó Alfonso Guerra. "Manuel Chaves, por favor", le respondieron aquellos gaditanos. Los gaditanos eran Ramón Vargas-Machuca, hoy primer secretario de la mesa del Congreso, y Rafael Román, senador, junto a un grupo de jóvenes de Alcalá de los Gazules, casi todos emparentados entre sí, que conformaban el incipiente PSOE de Cádiz, montado en torno a FETE-UGT, un sindicato que el mismo Chaves había auspiciado años antes desde la cátedra de Derecho del Trabajo de la Facultad de Derecho de Sevilla.Corría la primavera de 1977 y Manuel Chaves, entonces enseñante en Bilbao, había sido designado por la cúpula socialista para formar parte de las primeras listas que su partido presentaba a unas elecciones libres en la España predemocrática. Primero estuvo a punto de ir el cuatro o el cinco por Vizcaya; luego se barajó su nombre para que encabezara Badajoz y, al final, acabó en Cádiz, pese al disgusto de Yáñez.
Manuel Chaves volvía a entrar en Andalucía, porque casi toda su vida ha sido un ir y venir, un salir y entrar. Entró en autostop, porque cuando viajaba de Sevilla a Cádiz por la autopista el seiscientos que le traía se quedó parado en el arcén y tuvo que recurrir al auxilio de otro conductor porque no llegaba a tiempo para firmar la candidatura.
Nació Chaves a las faldas del Monte Hacho, en Ceuta, porque su padre, entonces capitán de Artillería y hoy coronel retirado, estaba allí destinado. Compaginó pabellones militares en Sevilla y Cádiz con un internado salesiano en Utrera, donde hizo todo el bachillerato, pero haciendo también canastas de baloncesto y leyendo a Juan Bosco.
Vivió en Bilbao porque allí encontró una plaza de enseñante en la Universidad; se quedó luego en Cádiz porque no le gusta que le Lamen cunero; marchó a Madrid porque su amigo Felipe González le hizo ministro de Trabajo, y ha acabado ahora en Sevilla porque a Alfonso Guerra, que manda en la región, se le antojo un día que presidiera la Junta (te Andalucía.
Chaves tiene 45 años, una mujer y dos hijos, y un título de doctor en Derecho que embala cuidadosamente cada vez que tiene que hacer las maletas, porque es su único patrimonio personal. Ha vivido siempre de alquiler y en esta campana pasada sus amigos del PSOE le han metido en un convencional hotel sevillano, en el que permanece en espera de encontrar un piso decente en esta Sevilla disparada de precios y amotinada por los especuladores del 92.
Buena persona
Felilpe González, al que conoció en la facultad de Derecho de Sevil1la coincidiendo con los preparativos del mayo del 68, ha dicho de él que no sólo es una buena persona sino que tiene también cara de ello. Chaves es tímido, de biotipo moderado, prudente y obediente, leal, y un extraordinario administrador de sus silencios.
Lo último que hizo en el Ministerio de Trabajo fue llamar a José María Cuevas, a Antonio Guliérrez y a Nicolás Redondo para despedirse de ellos. Los tres le desearon escuetamente suerte, pero se le quedó cierta amargura cuando lo escuchó de Redondo. Era, como uno más.
Chaves y Redondo se conocían desde antes de Suresnes y llegaron a ser buenos, excelentes amigos. Tanto que el propio Chaves, que ha sido el único dirigente socialista que ha simultaneado cargos en las ejecutivas de UGT y del PSOE, se sintió durante un tiempo "la mano derecha de Nico". Ahora está dolido, como en aquellos días que precedieron al 14-D, en los que, como confiesa a sus amigos, "me sentí engañado". Chaves se fue del ministerio de Trabajo con pena. Fue nombrado ministro en julio de 1986 y se tiró todo el mes de agosto leyendo papeles e informes.
Le ha quedado un mal sabor de boca: no haber podido concluir las leyes de Salud laboral y del Consejo Económico y Social. Ahora viene a la Andalucía, todavía de Alfonso Guerra, con el estilo de Felipe González. Con él se ha traído El Conde Duque de Olivares, de J. H.Elliot. "Probablemente le ayudará a gobernar", asevera un amigo.
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