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FERIA DE SAN ISIDRO

El gran desmadre

Albayda / Parada, C. Vázquez, P. L. VázquezAcabó la feria como el rosario de la aurora. Acabó la feria y hubo un impresionante estallido de violencia en los tendidos. La tensión de 26 tardes de escaso lucimiento, en las que la invalidez de los toros y la incompetencia de los presidentes provocaron la indignación del público, tenía que romper por algún sitio, y rompió ayer, en el epílogo deasafortunado del largo serial. Pero tampoco era suficiente motivo para aquel gran desmadre, que en nada se identifica con la afición verdadera de Madrid.Los del tendido siete famoso, con ellos los magníficos aficionados del ocho y los poquitos pero asimismo admirables de los altos del cuatro, protestaron con su vehemencia habitual y guardando las formas. Fue otro público, muy distinto al que ha estado asistiendo a toda la feria, el que armó aquel alboroto, uno de los más graves que se recuerdan en la plaza de Las Ventas. La lluvia de almohadillas con que despidieron a los toreros llegó a causar miedo. La crueldad que se desató con aquel pobre banderillero incapaz de clavar ni un solo palo al último toro, desbordó no sólo las exigencias características de esta plaza sino la mínima humanidad que cabe suponer en cualquier persona de bien.

Cinco toros del marqués de Albayda, desiguales de presencia, renqueantes, mansurrones, 32 y 42 manjebales, resto con dificultades; 52 de Peñajara, discreto de presencia, manso y noble

José Luis Parada: media atravesada (pitos); media y tres descabellos (pitos). Curro Vázquez: media delantera (bronca); pinchazo y otro hondo caído (bronca). Pepe Luis Vázquez: pinchazo y estocada corta delantera escandalosamente, baja (pitos); pinchazo y otro descordando (pitos). Los tres diestros, despedidos con impresionante lluvia de almohadillas, con bronca el presidente Luis Espada y con grandes protestas la empresa. Plaza de Las Ventas, 5 de junio. 26ª y última corrida de feria. Casi lleno.

La masa metamorfoseó, de súbito, su figura retórica y la hizo realidad convirtiéndose en ese monstruo de mil cabezas, capaz de devorar cuanto se moviera en su entorno y primero que nada la razón. Todo empezó con la desangelada actuación de los diestros, se acentuó por la invalidez de algunos toros que no fueron devueltos al corral y reventó en la desastrosa actuación del banderillero, que el presidente convirtió en un calvario. En el presidente también está la clave de lo que allí ocurrió. No cambiaba el tercio aunque era evidente que el banderillero sería incapaz de acercarse al toro. 10 minutos estuvo dando pasadas en falso el banderillero. El presidente se mantenía firme en su decisión de cumplir el reglamento que sin duda tenía delante -¡ordena que se pongan tres pares!- cuando durante toda la corrida lo había tenido detrás para cuestiones de mayor fundamento.

Pepe Luis Vázquez suplicaba el cambio de tercio, porque el toro se resabiaba por momentos y la excitación del público alcanzaba proporciones alarmantes. Caían almohadillas. Por el tendido de sol daba gritos una mujer y debía de estar más excitada que el resto de los espectadores pues se subió las faldas y enseñó sus rojas bragazas por delante y por detrás, con buen zangoloteo de caderas. El desmadre tomaba cuerpo y lo que empezó siendo protesta ya desenvocaba en un grave problema de orden público. Cambiado finalmente el tercio, Pepe Luís Vázquez probó las embestidas del toro, como las daba a medias sólo medios pases dio y entró a matar.

La corrida había transcurrido mala y extraña. José Luis Parada y Curro Vázquez se quitaron de en medio sus primeros toros, que resultaron broncos. Pepe Luis Vázquez dibujó al tercero un pase de la firma que causó sensación, e instrumentó sus primeros muletazos con una naturalidad y una torería nunca vistas en toda la feria, y precisamente eso hacíaún más lamentable que luego no acabara de confiarse con el toro. Quizá influyó el ventarrón, que en esa faena y en todas flameaba las muletas. Al cuarto le dio Parada muchísimos derechazos, buenos los primeros, aliviándose el resto, y no se lo toleraron. Curro Vázquez no fue capaz de aprovechar la nobleza del quin to. En el sexto se desató el escándalo.

Un bombardeo brutal de al mohadillas cayó sobre los diestros cuando abandonaban la plaza, al presidente le pegaron un broncazo al abandonar el palco y miles de voces corearon "¡Fuera Lozano!", asignando a la empresa su parte de responsabilidad en el desastre. Y había razones sobradas para protestar. Sólo que ese nunca fue el estilo de la pri mera plaza del mundo. Las Ventas jamás había sido una plaza cruel, soez y desmadrada, como ayer.

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