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Del descubridor al creador

Querido Juan Luis Cebrián: No sé si nuestro común amigo Joaquín Ruiz-Giménez habrá contestado entretanto a tu carta abierta en El País Semanal. Permíteme que tercie, en todo caso, para expresarte mi impresión y mi opinión sobre su contenido, con el que estoy de acuerdo casi en todo, aunque discrepo en un punto que para mí es fundamental.Reflexionabas sobre ese vacío planetario que se ha producido con el hundimiento de los viejos mitos y las ideologías, y la necesidad de volver a encontrar algo firme, un firmamento, que el hombre podría redescubrir en esos dos grandes universos que son el cosmos exterior y el mundo interior de la conciencia ética. Hasta coincido en tu entusiasmo por el proyecto de esfera armilar, que a mí también me parece una idea realmente genial.

"De lo que está necesitado el inundo", decías, "es de una nueva reflexión sobre la condición humana", aunque expresabas tus dudas sobre la posibilidad de una nueva weltanschauung, una nueva cosmovisión. Aun así, insistías con esperanza: "No cabe duda de que es preciso reedificar o redescubrir algunos valores, antes de que....".

Aquí llegó mi sorpresa, mi perplejidad y mi desacuerdo. Porque terminabas: "... antes de que sean sustituidos por la religión o por la magia". Así, tal como suena, me pareció un exabrupto improcedente e inesperado en tu pluma. Quizá la explicación pueda estar en el alcance que demos a esa frase. Si quieres decir que el cosmos no debe someterse a ninguna manipulación religiosa de cualquier clase, también aquí estaríamos de acuerdo. A fin de cuentas, es lo que claramente dijo el Vaticano II en la Constitución Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo.

Permíteme la cita, excepcionalmente larga, por su excepcional importancia para el asunto: "Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia".

Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de auto nomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de con sistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar, con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténtica mente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios".

Más adelante se reconoce "Son a este respecto de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos, actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe". (Y por si hubiera alguna duda de a qué caso se refiere, al pie de página del texto conciliar aparece la cita de una obra sobre Galileo).

La fe y la ciencia tienen cada una sus propios códigos, claves y medios de conocimiento, que no pueden interferirse sin deterioro de ambas. La fe no puede manipular el cosmos, sino únicamente interpretarlo, situándolo en una concepción que lo trasciende, pero que no lo corrompe ni deforma, sino que lo respeta en su propia entidad. De algún modo, algo así es lo que hace también toda filosofía de la ciencia y aun la ciencia misma, cada vez más apoyada en interpretaciones teóricas, hipótesis de trabajo y hasta de "pactos con la metafísica", como se ha dicho a veces.

Así entendidas tanto la religión en general como la fe cristiana en especial, parece improcedente ese emparejamiento entre la religión y la magia, dos realidades tan distantes y distintas. Que en ocasiones algunos clérigos hayan querido controlar y manipular la ciencia desde los presupuestos de la fe -no tantas veces como dice la leyenda negra, aunque siempre demasiadas- no nos autoriza a deformar y denigrar el pensamiento y la práctica de la Iglesia en general, y mucho menos en nuestro tiempo posconciliar.

Pero tampoco debemos recaer en un racionalismo científico a ultranza. Reconociendo que la sociedad española está todavía carente de racionalidad y rigor, de precisión y sistematización -acaso porque está bien provista de intuición y de improvisación-, aun así no podemos confiar exclusivamente a la razón el timón de nuestro vivir, para ser "más felices", como dices.

El hombre es también sentí miento y sentidos, imaginación y estética, curiosidad e iniciativa, acción y decisión, empresa y riesgo, y, sobre todo, el hombre es amor. Hasta en los más intelectuales y racionalistas, por carácter o por cultura y formación, en realidad el hombre se mueve más por el corazón que por la cabeza; más por un secreto instinto que por razonamiento explícito; más por querencia que por inteligencia.

Hoy los grandes científicos reconocen lo limitado de su saber. Personalmente, tuve hace unos años la oportunidad de cenar una noche en El Escorial con un grupo de científicos rusos, todos agnósticos o ateos, que reconocían francamente que la ciencia de hoy está rodeada de misterio. Y una buena amiga madrileña, investigadora de élite, me decía con humor que era de esas personas que saben casi todo sobre casi nada. El mismo Kolakowski, el famoso filósofo polaco, marxista de la tendencia crítica, hablaba ya hace años de "la irracionalidad del racionalismo positivista", mientras que otros, como Henryk Skolimowski, abominan de un positivismo que ha degenerado en "ideología de la ciencia".

Hablas con emoción de ese 9enguaje de las estrellas que sigue apasionando a los mortales", ese "acto sublime y simple que consiste en mirar al cielo por las noches". ¡El cielo estrellado ha sido, en efecto, un libro abierto para tantos miles de sabios y de santos a lo largo de la historia ... ! Pero puede ocurrir que el urbanita de hoy no pueda ver las luces del cielo porque se lo impiden las luces de la ciudad. ¿No podría ocurrir que las luces de nuestra razón nos deslumbren también y no nos dejen ver las luces de la razón de Dios?

Tú y tus amigos encontrabais en las estrellas el monumento al descubridor. Los cristianos creemos encontrar más bien el monumento al creador. El descubridor no crea, no pone, no trae, sino que descubre y encuentra lo que hay. Si acaso, lo transforma. Cuando miro asombrado el firmamento, sabiendo que todo esto es solamente una galaxia de las que hay miles de millones en el cosmos, en cada una de las cuales hay miles de millones de estrellas, me resisto con toda mi alma a tener que creer, según los dogmas de algunos científicos, que el todo viene de la nada, y el cosmos, del caos; que el orden procede del desorden y que la causa viene de la casualidad.

Por lo demás, otra vez de acuerdo hacia el final en lo mucho que nos queda por hacer, a lo que también nos apuntamos los cristianos "sin ninguna nostalgia que no sea de futuro", como tú mismo tan acertadamente dices. Un abrazo.

¡Y a ver cuándo comemos! Creo que esta vez te toca a ti pagar...

Alberto Iniesta es obispo.

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