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Los derechos de la ciudad

El autor aporta algunas ideas sobre la capitalidad cultural de Madrid, como la de realizar un simposio en, el que se debatiera la cultura y las ciudades en la construcción de Europa, que se plasmaría. en una declaración de los derechos de la ciudad.

La primera cuestión que me surge respecto al hecho de haber sido designada Madrid capital europea de la cultura para 1992 tiene relación con la oportunidad misma de las decisiones tomadas. En el caso del concurso -destinado a elegir el que ha de ser proyecto de Museo de San Isidro o del Madrid, Antiguo- puede que la idea misma parezca una redundancia, pues, en realidad, el Madrid antiguo ya es un museo en sí mismo.De igual manera, si Madrid es realmente una capital de la cultura europea, no tiene más que mostrarse tal como ya es. Pero un museo con una clara intención y enfoque del Madrid antiguo puede resultar oportuno para mejor conocer y valorar esa parte de la ciudad, del mismo modo que una celebración adecuada y que aporte ideas sobre el significado de ser considerado Madrid capital cultural puede ser muy conveniente.

Si reflexionamos sobre ambos aspectos, podremos ir aclarando cuáles podrían ser unas maneras oportunas de desarrollar las respectivas ideas.

En el caso del museo, prácticamente todos los proyectos presentados al concurso tratan, con mayor o menor acierto, de crear un conjunto edificado que cierra un patio adjunto a la iglesia de San Andrés. Ese conjunto trata de armonizarse, por unos u otros medios, lo más posible con ella, aunque el resultado final es que la iglesia queda, en general, sumergida entre tanta arquitectura.

Frente a todas estas soluciones arquitectónicas se presentaba un proyecto netamente diferente por su tratamiento urbano y del espacio, además de ofrecer una idea fuerte y unitaria del museo, por lo que resulta paradójico que ese proyecto destacase en la exposición atrayendo la atención de los visitantes sin haber sido premiado. En él se plantea una solución urbanística de mayor alcance para el Madrid antiguo, al ordenar un amplio entorno y tratar, por ejemplo, de hacer que esta parte de la ciudad sea accesible gracias a la creación de dos aparcamientos subterráneos. Y lo fundamental del proyecto se aborda mediante operaciones breves y precisas: una torre muy singular y, al fondo, un edificio estrecho.

Programa itinerante

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Lo que resulta más valioso como aportación cultural es la idea que entraña como programa de entender lo que ha de ser un museo del Madrid antiguo. En efecto, el verdadero sentido de la torre es el de ofrecerse como un programa itinerante de conocimiento visual y espacial de esa parte de la ciudad, al ir presentando, según se va ascendiendo, las sucesivas perspectivas. Ofrece, además, en su culminación la experiencia explicada, completa y real del objeto del propio museo: el Madrid antiguo, que se extiende. a sus pies. Se complementa la actuación con el edificio en el que se explica lo que fue ese Madrid.

Esta manera de entender el museo como un programa itinerante, plástico y directamente real me parece que constituye la gran idea aportada al concurso y, sin embargo, ha sido obviada u olvidada.

Pues bien, una reflexión paralela nos adentra en la preocupación sobre cómo habría de ser la celebración de que Madrid sea considerada por Europa como una de sus capitales de la cultura.. Ante todo, esas celebraciones anuales han de ser atendidas no sólo formalmente, sino que deberían ser aprovechadas para ahondar algo más en el tema aportando una reflexión o una manifestación propias.

En la actual situación parece oportuno detenerse a pensar y puntualizar. sobre la pervivencia de la cultura europea, que se ha generado y difundido en sus ciudades desde su nacimiento en Atenas. Por ello, resultaría oportuno el que Madrid plantease en 1992 una reflexión sobre lo que serían la cultura y la ciudad europeas en la perspectiva de la construcción de Europa.

Un edificio relevante

A tal fin, parece que, además del programa convencional de actos que ya está en marcha, no puede ni debe quedarse la celebración de 1992 para Madrid en una mera extensión de los Veranos de la Villa a todo lo largo del año, sino que hay que plantearse algunas actuaciones trascendentales que sobrepasen el ámbito madrileño y el año 1992. Puede consistir en alguna contribución física a su enriquecimiento cultural, como podría ser un edificio cultural especialmente relevante como el propuesto nuevo Museo del Prado capaz de acoger su colección completa y el antes comentado Museo de San Isidro.

Asimismo sena oportuna una actuación cultural importante para Madrid como la creación de una moderna red de bibliotecas que cubriese uno de los vacíos culturales más patentes en nuestra ciudad. También sería lógico el pensar en un centro de estudio e investigación sobre la cultura europea, lo que daría a Madrid un cierto protagonismo en el debate planteado.

En ese pensamiento, he planteado la idea de promover un gran debate y he desarrollado con los profesores Fernando Roch y Julio Pozueta una propuesta sobre la forma de organizar una tal reflexión. Dicha propuesta, presentada a fines de 1989, consiste en un simposio europeo sobre el tema de la cultura y la ciudad en la construcción de Europa, al que aportarían sus ideas los más representativos pensadores y los departamentos universitarios de una serie de ciudades europeas.

Se analizaría el tema desde los aspectos básicos que caracterizan nuestra cultura: la primacía de las ideas, la tolerancia, la extensión del saber, la búsqueda de un orden, la calidad de vida, el espíritu artístico y el intercambio comercial, observando cómo las ciudades europeas se han venido configurando atendiendo a esos principios culturales.

El resúmen final de las ideas aportadas al simposio se plasmaría en una declaración sobre los derechos de la ciudad europea. Sería una especie de reconocimiento de los derechos de la ciudad como obra colectiva que debe estar al cubierto de acciones o abusos particulares, destacando sus logros como patrimonio y garantía de nuestros propios derechos ciudadanos.

Juan Jesús Trapero es escritor.

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