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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Locura israelí

PARECE SALIDO de una demencial película sobre la irracionalidad humana y sobre las consecuencias del ejercicio irreflexivo del poder: un israelí loco, enfurecido por las sinrazones que son típicas del bochorno de los veranos calurosos, dispara sobre siete trabajadores palestinos en un suburbio de Tel Aviv y los mata. Son las tragedias esporádicas a las que lamentablemente nos tienen acostumbrados los tiempos en que vivimos. Pero, con ser horrible el suceso, el verdadero drama comenzó después. Tras un primer momento de desconcierto, la población palestina, especialmente en la franja ocupada de Gaza, se lanzó a la calle para protestar. Enfrentado con la protesta, el Ejército de Israel reprimió durísimamente la manifestación, matando a otros 10 palestinos e hiriendo a centenares.Este triunfo de la irracionalidad demuestra bien a las claras los riesgos de dirimir una situación envenenada recurriendo siempre a la violencia antes que a la cordura. En los territorios ocupados por Israel, el orden público se controla con el Ejército. Un ejército, para reprimir una situación en la que se ve acosado, utiliza siempre los medios que le son propios: la muerte y la guerra. Con razón dice el embajador de Israel en España que un ejército no puede mantener indefinidamente la ocupación de una zona civil en la que la población le desafia con violencia sin ser presa de la desmoralización (aunque más desmoraliza morir). Lo que, sin embargo, resulta políticamente imperdonable, además de revelador de sus intenciones, es que el Gobierno de Tel Aviv decidiera emplear sus Fuerzas Armadas para dirimir una situación de rebelión civil. En una tesitura en la que deberían predominar el diálogo y la sensatez actúan las armas y la sinrazón. Y resulta repulsivo sugerir siquiera que el Ejército fue enviado a los territorios ocupados porque era necesario hacer frente a una situación de desacato civil protagonizada por unos adolescentes cuyo crimen de lesa majestad consistía en tirar piedras.

El Gobierno israelí da un paso adelante sólo para poder retroceder dos. Un primer ministro propone un plan de paz para combatirlo en cuanto tiene visos de fraguar; un jefe de Gobierno es derrotado en el Parlamento en un ataque de cordura que ha de permitir el acceso al poder de otro más sensato. Pero éste comprueba inmediatamente que se le retiran los apoyos mínimos que hubieran hecho posible su Gobierno y la paz. Y vuelve el más radical. ¡Cuánta desesperanza con lo que sucede en el Próximo Oriente! ¿Cuánta sangre más será preciso que se derrame antes de que todos comprendan que la paz es un bien deseable?

Mientras tanto, las matanzas de que han sido víctimas los palestinos en los pasados días han servido para insuflar nueva vida en una Intifada que dura ya más de dos años y que fue provocada por un accidente de tráfico. Sólo puede constatarse, además, la frialdad con la que el alto mando israelí ha enjuiciado la situación, que no es otra que lamentar las posibles incomodidades estratégicas que puedan derivarse de este incidente. Nadie ha hablado en estos días de soluciones políticas o de lamentar una tragedia que no han provocado los palestinos.

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