Fernando Lozano abre la puerta grande
Torreón / Ortega, Espartaco,Lozano
Cuatro toros de El Torreón, mal presentados, pobres de cabeza excepto 5º, descastados excepto 3º, flojos; 6º, de Aldeanueva, grande y boyancón; 1º sobrero de Puerto de San Lorenzo, con trapío, violento. Ortega Cano: estocada corta trasera (silencio); seis pinchazos -aviso con retraso- y dos descabellos (silencio). Espartaco: pinchazo, otro hondo delantero caído y tres descabellos (división); bajonazo descarado (bronca, seguida de una reacción de aplausos). Fernando Lozano: pinchazo, estocada, rueda de peones -aviso con retraso- y dos descabellos (ovación y también pitos cuando sale a los medios); estocada (dos orejas); salió a hombros por la puerta grande.
Plaza de Las Ventas, 21 de mayo.
11ª corrida de feria.
Lleno de "no hay billetes".
JOAQUIN VIDAL
La puerta grande de Las Ventas, también llamada la puerta de Madrid -marco famoso- estaba cerrada a cal y canto desde que empezó la feria -¡11 tardes ya!- y se hacían conjeturas sobre quién tendría la llave para abrirla. Casi todo el mundo apostaba por Espartaco, claro, y casi todo el mundo estaba convencido de que ayer sería el día de la apertura solemne; de que llegaría Espartaco, sacaría del chaleco la llave, y izas!, abriría el marco famoso de par en par. Bueno, pues no: el que -izas!- abrió de par en par el marco famoso fue Fernando Lozano, para que te empapes.
Cuando iba a empezar Fernando Lozano su última faena nadie habría apostado ni por la puerta grande ni por la faena misma. Porque el toro era un boyancón y porque el propio Fernando Lozano había dejado escapar un triunfo fácil en su toro anterior, y era el tercero desde que debutó en Madrid, hace unos pocos días. As¡ que quién habría podido decir..., quién iba a imaginar... Pero en la fiesta de los toros suceden estas cosas. En la fiesta de los toros entra dentro de lo normal que haya dos figuras en el cartel con un tercer espada en plan comparsa, y vaya este y les pegue un baño a los otros dos, como ayer. Fernando Lozano pegó tal baño a Ortega Cano y Espartaco, que los vistió de escafandristas.
Ocurrió así: el toro boyancón huía de los caballos, topaba a los infantes, se refugió en el tercio de sol, que es campo propicio para mansos, y mugió aquí te espero. Se lo mugió a Fernando Lozano, que acudía a la cita pertrechado con los trastos toricidas. Sin embargo, lo que menos se esperaba el toro boyancón mugidor, menos aún la escéptica afición, era que Fernando Lozano, un consumado militante del moderno pegapasismo, iba a coger las páginas más añejas de la tauromaquia clásica, darles un repaso rápido y poner en práctica sus sabias prescripciones.
De manera que Fernando Lozano, torero moderno, se dobló con el toro al estilo antiguo, y allí empezaron los olés. Luego los olés se harían estruendo cuando Fernando Lozano se embraguetaba con el toraco boyancón, primero embarcándole por redondos, luego por naturales largos y mandones. Y el delirio llegó al coronar la emotiva faena con un estoconazo hasta la bola, marcando sin trampa ni cartón los tres tiempos del volapié y volcándose sobre el morrillo.
Quién lo habría podido decir..., quién iba a imaginar... Fernando Lozano, que una horita antes había toreado con mucha mediocridad, acababa de poner en remojo a las figuras del cartel. En el pecado llevaban las figuras del cartel su penitencia. Tanto exigir toros de garantía -es decir, con trapío aparente, fuerzas justas para sobrevivir a un simulacro de lidia, docilitos, amodorrados- y resultó que les salieron medio burros. Para Ortega Cano hubo un sobrero bronquito que no le dejó confiarse y un toro de garantía que apenas entendió pues, salvo en una tanda de naturales, le estuvo ahogando la embestida y el toro se sentía molestísimo con la atosigante cercanía de aquel señor. Espartaco estuvo pegando pases a un moribundo, a otro no tan moribundo sólo se los intentó pegar, porque tenía media arrancada, y en ambos casos citaba poniendo la postura del que tira de una soga, embarcaba descargando la suerte y se aliviaba con el pico.
Con semejantes trazas ni se justifica la categoría de figura, ni se entiende que a uno de estos le hayan comparado con Belmonte, a no ser que que la gente se haya vuelto tonta. Y no se ha vuelto tonta. Por lo menos la que había ayer en Las Ventas estaba bien despierta y puso a cada cual en su sitio: a uno le sacó por la puerta grande, a los otros dos por la de servicio, y se marchó tan serrana a casa, con la satisfacción del deber cumplido.
Babelia
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