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El humanismo solidario latinoamericano

El término humanista se empleó por vez primera, en Italia, en 1538, para designar a los profesores de las disciplinas llamadas humanidades (studia humanitatis), o sea, fundamentalmente las letras clásicas, por antonomasia, las lenguas y literaturas de las antiguas Roma y Grecia. Es un término, el de humanista, que representa cabalmente la dirección central de lo que se suele llamar el Renacimiento, la recuperación del doble legado heleno y latino. Además, el estudio de las humanidades era una actividad que estaba dentro de las llamadas artes liberales, pues se ocupaba de la condición humana, en sentido amplio, en contraste con los que lo hacían parcialmente y profesionalmente. Podría incluso decirse, como se ha hecho, que el humanismo fue, en gran medida, la filosofía del Renacimiento. No es ahora la ocasión de debatir tal cuestión, pero sí puede mantenerse que el Renacimiento representó el descubrimiento de la realidad que es el ser humano. Hubo así numerosos autores que ensalzaban la dignidad del hombre. En suma, la primera mitad del siglo XVI, en la Europa occidental, fue una época de inusitado esplendor intelectual (no debe olvidarse, por supuesto, la Reforma protestante) que la encontró preparada intelectualmente para el magno acontecimiento de 1492: la irrupción, por así decir, del continente americano e islas adyacentes en la geografía y la historia del planeta. Este increíble suceso había sido obra de la península más occidental de Europa, casi como prolongación (sobre todo en el caso de España) de la secular campaña de recuperación, para el cristianismo, de los territorios musulmanes. Y no seria arbitrario proponer que España -exceptuando la inverosímil energía de los llamados conquistadores- era la nación europea occidental menos intelectualmente capaz para una empresa de la envergadura de la americana. Un dato perturbador para la mayoría de los españoles (y de los latinoamericanos de lengua española) es la dual significación de 1492: llegada de Colón a las islas ultramarinas, expulsión de los judíos españoles Y no se ha reparado todavía (ni se quiere reparar) en lo que el segundo y trágico episodio representó para España: esto es, la pérdida de una considerable proporción de su clase intelectual.Recordemos que durante la absurdamente denominada Reconquista (¡que duró varios siglos de lucha bélica y coexistencia pacífica!) los españoles tuvieron un paradigma: "Los caballeros famosos ganan el vivir que es perdurable con trabajos y aflicciones contra moros". La aristocracia española tenía muy poco interés en la cultura, actividad propia, para ellos, de frailes y de judíos. De ahí que la expulsión de estos últimos en 1492 cercenara el cuerpo social español de una parte sustancial de su intelligentsia. Esto motivó que muchos españoles fueran a estudiar en la Europa transpirenaica, particularmente los que ,aspiraban a ser catedráticos de universidad al regresar a su patria. Es más, puede decirse que España se europeizó crecientemente desde 1492, y así pudo afrontar la desconcertante realidad de América con instrumentos conceptuales importados de París o de Bolonia. Surgió así un humanismo que propongo llamar solidario por constituir, sobre todo, una concepción de la humanidad que acentúa su profunda unidad. Este género de humanismo tiene su raíz en el desconcierto inicial que produce en los europeos la existencia misma de los indios americanos a quienes algunos distinguidos juristas niegan el poseer la condición humana. Y como ha sucedido en otros casos y épocas de la historia intelectual de los países de lengua española, el humanismo solidario tiene un origen transpirenaico, pero cobra su mayor (y más perenne) vitalidad en la península Ibérica y la América Latina. Hay en el siglo XVI un número apreciable de humanistas solidarios, pero vamos a restringir nuestras consideraciones a los que los latinoamericanos de nuestro siglo consideran suyos, y padres, en cierto grado, de su tradición intelectual más noble: Bartolomé de las Casas (1484-1566) y Francisco de Vitoria (1483-1546). El primero, que vivió bastantes años en las tierras recién descubiertas, es, para la inmensa mayoría de los latinoamericanos, una figura mítica, venerada como un santo efectivo. Los españoles, en cambio, suelen considerarle punto menos que un traidor a su patria y niegan la validez de sus testimonios sobre la conquista de América. No vamos a entrar en el análisis de la actitud de España ante Las Casas, pero es de desear que un resultado del próximo V Centenario sea la rectificación de la aludida imagen española de quien tanto significa para la América Latina. Carlos Fuentes ha observado que mientras su patria, México, no erija un monumento al conquistador Hernán Cortés, no podrá resolver el problema de su identidad colectiva. Paralelamente, me permito indicar que la relación de España con la América Latina mejoraría notablemente si se erigiera aquí (¿en Sevilla?) una estatua de Las Casas.

No podemos detenernos en la fascinante biografía de Las Casas, ni hay tampoco en ninguna lengua un estudio biográfico al que pudiéramos referir al lector. Baste indicar que a los 18 años embarcó para Santo Domingo, donde se comportó como cualquier español al que se encomendaba un poblado de indios para supuestamente cristianizarlos. Pasó a Cuba, ya como sacerdote católico -orgulloso de haber sido el primero en decir su primera misa en América-, y al preparar un sermón de Pentecostés, un pasaje de los evangelios le impresiona profundamente: "Aquel que se aprovecha del sacrificio del pobre no es diferente de aquel que mata a su hermano".

Estas palabras determinan a Las Casas a regresar a Santo Domingo para consultar a un pequeño grupo de frailes dominicos que criticaban duramente los modos de conducta y poder de los españoles. De hecho, ya en 1511 (estando todavía en Santo Domingo) Las Casas había oído hablar del legendario sermón del dominico fray Antonio Montesínos, en la iglesia principal de la isla. El padre Montesinos acusó a sus oyentes tajantemente: "Una voz me dice que estáis en pecado mortal, porque mantenéis en horrible servidumbre a la población natural de esta isla, y os pregunto: ¿no son acaso seres humanos? ¿No tienen acaso almas ra

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Juan Marichal es catedrático emérito de Historia de la Universidad de Harvard.

El humanismo solidario latinoamericano

Viene de la página anteriorcionales?". Esta actitud del pequeño grupo dominico persuadió a Las Casas que él deberia dedicar su vida a la defensa de los indios. Pero Las Casas sabía que carecía de los recursos intelectuales para hacerlo. Y se propuso adquirirlos. Mas, tras regresar a España,bo pudo realizar su mayor aspiración, la de estudiar en el Colegio Dominico de París y vivir en el clima espiritual del Barrio Latino. Recuérdese que la Universidad de París era entonces uno de los principales lugares europeos de renovación del pensamiento católico: baste mencionar que Ignacio de Loyola y sus amigos eran estudiantes en París y allí establecen los inicios de la Compañía de Jesús, que será tan importante en la América Latina. Para Las Casas, el propósito de estudiar en París se relacionaba directamente con el pensamiento del "gran Cayetano" (como él lo llamaba), el general de los dominicos Tomás de Vío (1468-1534), que, por ser de Gaeta, optó por el nombre religioso de Cajetanus. Para Las Casas -que, hablando de Cayetano, dice: "Dio luz a toda la ceguedad que hasta entonces se tenía"-, lo más importante del pensamiento de Cayetano es el siguiente concepto: la religión cristiana es la única capaz de aceptar, sin distinciones, a todos los pueblos de la Tierra, pero también para ser ella misma, para estar completa, necesita a todos los pueblos de la Tierra".

Mas la obra escrita de Las Casas hubiera sido imposible sin la acción intelectual (desde 1526) del también dominico español -que sí se había formado en París- Francisco de Vitoría, a quien se atribuye un papel principal en la fundación del derecho internacional. Para Vitoria era un error olvidar que el poder ejercido por hombres sobre otros hombres tenía sus orígenes en la misma naturaleza. De ahí que no existiesen diferencias entre la condición del poder en las naciones de creyentes y en las de paganos o infieles. En suma, los derechos naturales pertenecen a todos los seres humanos, y se debe proclamar que ni el infiel ni el pagano pueden ser desposeídos de su tierra ni de otras propiedades. Un rey cristiano debe pensar, según Vitoria, que las otras autoridades existentes en la Tierra son tan legítimas como la suya. Pero el curso de Vitoria (era profesor en la Universidad de Salamanca) que tuvo mayor resonancia en España fue el dedicado a un tema candente: el de la guerrajusta. No es posible ahora exponer todos los matices del pensamiento de Vitoria, pero sí puede mantenerse que la conquista de América era un caso patente de guerra injusta: "Los monarcas cristianos (ni aun con la autorización del Papa) tienen el derecho de imponer sus leyes a los bárbaros". En suma, Vitoria afirma la absoluta dignidad del ser humano, que no puede ser afectada por la geografía. Y cuando se le consulta (en una polémica relativa a los derechos del Papa y del rey sobre América) contesta Vitoria, humorísticamente: "Nadie parece estar pensando en los derechos de los indios". Aunque, en verdad, Las Casas sí lo hacía y decía, porque estaba poseído por la idea de la unidad profunda del género humano, así como la de la igualdad de las personas. Se explica, pues, que los latinoamericanos consideren a Las Casas como " el padre de la americanidad' (utilizando los términos del gran novelista mexicano Agustín Yáñez), encarnación misma de. la gran tradición moral europea representada por Cayetano y Vitoria. Y desgraciadamente puede decirse que el libro de Las Casas La destrucción de las Indias (1552) sigue teniendo una triste actualidad en algunas regiones de la América Latina, además de motivar la actitud adversa a Las Casas de muchos lectores españoles de nuestros días. Pero su incomprensión no disminuye las dimensiones de Las Casas como creador de valores humanos permanentes y como figura fundadora del humanismo solidario de la América Latina.

Benedetto Croce (1866-1952) decía que la historia estaba siempre más cerca de la tragedia que del idilio. La América Latina, ayer, hoy, ha confirmado con creces la observación del gran pensador italiano: pocas regiones del planeta han tenido una historia tan llena de padecimientos para incontables seres humanos. De ahí también que el humanismo solidario haya sido una constante de su historia intelectual desde los tiempos de Las Casas, mas han sido preferentemente pensa-, dores laicos (e incluso anticlericales) los que han reclamado justicia e igualdad. Todo esto ha cambiado, en la palabra y en la acción, como lo han mostrado recientemente con su sacrificio los jesuitas Ignacio Ellacuría y sus colegas docentes en El Salvador. No creo que ningún historiador de la América Latina -por muy materialista que sea (de izquierdas o derechas)- pueda negar el papel tan decisivo que ha representado el cambio espiritual de la Iglesia católica, al menos en algunos países. Y así hoy Bartolomé de las Casas es nuevamente un paradigma vigente: "Todas las naciones del mundo son hombres y esta definición es que son racionales".

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