Estrenarse en fiestas
La boda de Luisa y Marino fue de las de "que no falte de nada"; hasta orquesta hubo durante el baile. En Villarcayo se comentará durante semanas, y muy especialmente la cogorza que se cogió la mujer del concejal.Mariano no entendía muy bien lo que sentía al tumbarse en la cama de aquel hotel de tres estrellas, cercano al Museo del Prado, en el que iba a pasar su viaje de novios. Parece que fue ayer cuando empezó a trabajar como repartidor en el almacén de bebidas de su tío, cuando por fin se decidió a hablarle a Luisa, aquella chica tan simpática que conocía desde que eran críos y que había perdido de vista desde que ella se fue a Burgos a trabajar en una fábrica textil, cuando, por fin, en las últimas fiestas, decidieron casarse y dar la entrada para el piso, tras entrampillarse hasta el siglo que viene. Parecía ayer, pero era hoy, 14 de mayo, y estaba en Madrid con su Luisa y una semana por delante, no hay guita para más, para disfrutar de Madrid y su movida.
En el taxi que les llevó desde Chamartín hasta Atocha ya notó algo raro. Las paredes estaban empapeladas: Loquillo, Los Secretos, No me Pises que Llevo Chanclas,
Dinamita pa los Pollos, ¡Ay va, Dios! ¿Pero esto qué es?
Eran todos nombres que le sonaban. Su relación con el rock no había sido lo que se dice muy estrecha. Mucha radio, eso sí, durante sus repartos, y alguna cinta que le había pasado su amigo Manolo, sin contar un concierto de Barricada que no sabe muy bien cómo vio un día en una excursión a Pamplona.
A Luisa, Los Secretos le habían gustado desde su época de Burgos. Así que para allá se fueron el primer día de estancia en la capital. Al día siguiente, ¿pero Mariano, cómo nos vamos a perder a La Granja y La Frontera para una vez que podemos verlos? Al otro, ¿pero que no has oído hablar de Dinamita pa los Pollos? ¡Vamos, verás qué bien te lo pasas, y con los Inhumanos te vas a hartar de reír!
Y así, cada día, ella encontraba una magnífica excusa para ir a un concierto, y a otro, y a otro, hasta llegar el sábado 19. La noche en que antes se habían acostado era a las cinco de la mañana, y eso porque pasaron de Robert Plant. Y el sábado, la desiderata. Primero, ¡toma Pabellón! Doctor Livingstone y No me Pises, y después, como fin de fiesta, a Las Vistillas, hay que bailar un poquito de salsa, que ahora está muy de moda. "Venga, no seas muermo", total que salsa y El Combo Belga, que al parecer son de lo mejorcito.
Domingo, siete de la tarde, Villarcayo. Mariano entra por la puerta de su nueva casa. En su cabeza, dos pensamientos: primero, mañana a currar; segundo, ¿dónde está la radio que nos regaló la tía María? Una vez hecho a la idea del punto primero, localizó el punto segundo, cogió la radio y se encaminó lentamente hacia la ventana. La abrió y la radio no mató a Tomás, el del bar, porque Dios es grande. Fue sólo entonces cuando, tras coger aliento, miró fijamente a la alucinada Luisa y le dijo: ¿Qué, Luisilla, nos estrenamos o no? Y es que con el amor no puede ni el mismísimo san Isidro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.