Vídeo
Me compré una videocámara y está muy bien. Te grabas y te ves al instante, sin ningún proceso intermedio. Si no te gustas, puedes grabar encima lo que quieras y así se borra lo anterior. Los primeros días lo grababa todo y llegué a comprender a los japoneses, pues observar el mundo a través del visor tranquiliza mucho, como si uno no estuviera implicado en lo que sucede al otro lado. Es más, en circunstancias normales, por lo general, uno no puede soportar que sus hijos lloren. Desde detrás de una cámara no sólo no importa, sino que resulta gracioso porque así cuando sean mayores podrán reírse de su actual desasosiegoDe todos modos, no es el jugúete total, como parecía a simple vista. En seguida aburre, al menos en lo que, se refiere a su utilización familiar. Tiene sin embargo, otros usos con los que se puede llegar a amortizar. Leí hace tiempo que una de las incertidumbres que el ser humano no resolverá nunca es la de si la luz de la nevera se apaga de verdad cuando cerramos la puerta. Desde entonces, esta incertidumbre había alcanzado para mí la categoría de una obsesión. Cada vez que cerraba el frigorífico sentía una angustia semejante a la de mi niñez, cuando cerraba los ojos por la noche y los fantasmas, libres de mi vigilancia, entraban y salían del armario a su antojo. Se me ocurrió introducir la videocámara en la nevera y grabé el apagón varias veces. Es cierto, cuando cierras la puerta, los quesos y los filetes se oscurecen como un pensamieto sometido a la duda. Al principipo me quedé satisfecho, pero luego pensé que lo único que eso me garantizaba es que la luz se apaga cuando siente vigilada por la cámara, pero, ¿qué sucede cuando no la introduzco? Presa de esta horrible duda, decidí instalar el aparato de un modo fijo para controlar el apagón. Lo que sucede es que ahora he tenido que comprar otra cámara para grabar las reuniones familiares. Es lo malo de tener un temperamento un poco obsesivo, que las cosas acaban contigo antes que tú acabes con las cosas.
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