Cuentos pobres de Calleja
Los mendigos renuevan su repertorio para adecuarse a las nuevas generaciones de 'clientes'
Más de 30.000 personas pasan hambre en Madrid, según Cáritas. Los que utilizan la mendicidad para salir adelante se valen de un variado repertorio para conseguir unas monedas. Las bolsas de plástico, dirigir el tráfico, los ambientadores, las colas de los cines o las garrafas para llenarlas de gasolina son algunas de las modalidades empleadas por los pedigüeños. Los niños de los kleenex han desaparecido debido a las sanciones que contempla el Código Penal por su manipulación, pero los toxicómanos y las madres desesperadas permanecen.
"La policía me ha quitado la ropa y me ha mirado hasta en el culo para ver si llevaba droga", gime un joven embutido en unos vaqueros elásticos. "Cuando me han devuelto todo para que me vistiera, me faltaban las 1.000 pesetas que tenía en el bolsillo para dormir esta noche". El público de la cola del cine donde proyectan una película en versión original aguarda, fingiendo no oír, a que les llegue el turno de que el mendigo les llore a la cara.Sólo unos pocos se dirigen a él, y es para mandarlo a un albergue municipal o para explicarle con mucha educación que sus principios morales les impiden dar limosna.
Los que le dan algo buscan sin mirar la mano de un espectro molesto y le pagan el engorroso peaje de vivir en una gran ciudad. "Mejor dar caridad que arriesgarte a que te roben el radiocasete del coche o te asalten", explican los últimos caritativos.
El hombre fuerza el llanto a lo largo de 20 largos minutos, repitiendo el mismo relato sin variar las pausas de su sollozo desesperado en ninguna ocasión. La historia la dice de corrido mientras le chorrean los ojos y la boca.
Los protagonistas de las bolsas de mendicidad han ampliado su muestrario de guiones para dar más credibilidad a sus cuentos, que dejan en la edad de piedra la tradicional leyenda de la buenaventura y, la maldición gitana.
La caridad ya no está bien vista ni siquiera para los miembros del Partido Popular del Ayuntamiento, que la consideran un parche demasiado hipócrita o una solución a corto plazo. Malos tiempos para los mendigos de esta década que se han visto obligados a desarrollar su imaginación para atacar por sorpresa con nuevos argumentos a las nuevas generaciones de clientes.
Especialistas en viajes
Una viajera habitual del tren de Alcalá a Madrid escucha la súplica de un hombre que acaba de salir de la cárcel de Alcalá-Meco de cumplir su pena y necesita dinero para volver a su casa de Santander. El primer día la historia suena real, pero en los días sucesivos la presencia del mismo hombre y el mismo papel le hace dudar de todos los puntos de la historia que ha oído en días anteriores.Las grandes estaciones de trenes también tienen sus mendigos de plantilla que intentan conseguir unos duros con la excusa de completar el importe del billete. Lo mismo ocurre en las cercanías de las gasolineras, donde chicos piden ayuda para comprar "un litro" porque se les acaba de parar la moto y no llevan dinero. La historia se condimenta en algunas ocasiones con la urgencia en recoger a una novia o la prisa por llegar a tiempo a un examen.
El Preservativo ha obtenido su apodo por el gran número de bolsas de plástico que puede llevar de una sola vez. Merodea por estaciones pidiendo la voluntad con una insistencia de cobrador de morosos.
Los hay que venden ambientadores, que abren las puertas del taxi y quienes tienen la oficina en un aparcamiento de supermercado.
Dentro del juego psicológico de los pedigüeños está el asalto al ama de casa con carrito.
Una mujer joven aborda a una señora con el carro repleto de 15.000 pesetas en especias. El golpe no suele fallar, pero la recompensa suele ser en demasiados casos un paquete de leche, y en pocos un envuelto de fiambre.
Otros de los trabajadores de la caridad compiten hasta con los policías municipales. A la salida de un aparcamiento de la calle de Zurbano, un hombre de 30 años dirige el tráfico vestido con harapos. Advierte si se puede o no se puede salir y sólo le falta un silbato. El individuo detiene enérgicamente el tráfico que viene por la derecha para dar más facilidad a los que salen del subterráneo.
Al principio parece un empleado, pero cuando a los 20 metros los conductores tienen que detenerse en un semáforo aparece una mano por la ventanilla para cobrar el servicio.
La geografía metropolitana también está poblada de mendigos silenciosos que orientan su trabajo hacia la curiosidad de los viandantes que se paran para leer con morbo el cartel de su dramática historia. Una vez reconocida la desgracia, los paseantes echan unas cuantas monedas como compensación por haber traspasado las más obscenas miserias del suplicante.
"Tengo nueve hijos y estoy en el paro. No tengo a nadie a quien acudir. Mi mujer ha muerto y estoy solo en el mundo. Una ayuda, por favor".
El miedo al metal
De todas las opciones para la caridad que se pueden encontrar en Madrid, la más aterradora por su ambigüedad es la del joven que se acerca para confesar: "Soy toxicómano y no quiero robar. Dame algo, por favor".Desde que los niños mendigos han desaparecido de las calles por la nueva inclusión en el Código Penal de sanciones para quienes los dirigen, los pedigüeños de Madrid han crecido en edad y en juicio.
Es una manera para que salgan adelante las 30.354 personas que pasan hambre en esta ciudad, en la que 693.610 de sus habitantes viven en situación de indigencia (por obtener unos ingresos 50% inferiores a la media de salarios españoles), según reveló Cáritas a principios de este año.
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