Casta sin provecho
La Guadamilla / Jiménez, Caballero, El AndujanoNovillos de La Guadamilla, con trapío y casta. Mariano Jiménez: más aplausos que pitos cuando saluda; vuelta protestada. Manuel Caballero: aviso y pitos; silencio. El Andujano: silencio en los dos. Plaza de Las Ventas, 29 de abril. Primer festejo de las fiestas de la Comunidad. Tres cuartos de entrada.
EMILIO MARTÍNEZ
Tres jóvenes novilleros tuvieron ayer una gran oportunidad para disparar sus carreras. Pero la desaprovecharon al no ser capaces de dominar y entender la casta que adornaba a sus enemigos. La falta de costumbre en la lidia de novillos bravos les puso en evidencia. No es de extrañar, pues veteranos coletudos que se consideran figuras huyen de anunciarse con bovinos encasados.
Prefieren al chochón emborregado para desarrollar su toreo tantas veces de mentirijillas. Porque domeñar a los bichos encastados exige reglas diferentes a las de la neotauromaquia tan al uso. Al animal bravo hay que poderle a base de quietud, temple, pases largos, y rematados junto a la cadera para engarzar el siguiente, y temple. Claro que esas figuras ya están ricas y disponen de cortijos y haciendas. Ahí se las den todas.
No es el caso de los novilleros de ayer, cuyas posesiones no parecen otras que la ilusión y las tremendas ganas de triunfar. Pero se toparon con los problemas de la casta y no disponían de solución para resolverlos.
Triunfo ganadero
El triunfo fue para el ganadero, porque si el interior de los novillos era excelente, no menos lo era su fachada. Unos morlacos de bella estampa cortejana y armoniosas proporciones. Serios, lustrosos y cuajados. Los dos últimos lograron que restallaran grandes ovaciones cuando asomaron por chiqueros. Unas ovaciones que acompañaron a todos camino del desolladero. Frente a ellos, Mariano Jiménez fue el más animoso. Ofició de director de lidia e intervino en varios quites con diversa fortuna, como le sucedió con las banderillas.
Se gustó en algunos suaves muletazos, pero sus faenas, por esa falta de mando, fueron disolviéndose, pese al apoyo de sus jaranosas peñas, que le animaron a dar la vuelta al ruedo a la muerte del cuarto. Una muerte de feísimo mandoblazo en el costillar, por lo que otro sector del cotarro se tomó la vuelta como una befa y profirió invectivas contra diestro y seguidores.
Caballero se enteró a los cinco minutos de faena al segundo de la clase que atesoraba y le sacó tres buenos naturales. Pero era tarde, ya había dudado y bailado en demasía. Para mayor fracaso se acercó, con 18 golpes de verduguillo, a la marca mundial, propiedad de Emilio Oliva, con 35. Unos lances templados y lentos al quinto sólo fueron un espejismo. Aunque éste era el peor del encierro, Caballero volvió a estar por debajo de su calidad y a sufrir enganchones y desarmes.
El Andujano banderilleó de discreto para abajo, y eso fue lo más entonado que realizó. Con percal y sarga se perdió en otro mar de dudas y toreo insustancial entre el desinterés de los asistentes, turistada incluida.
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