_
_
_
_

Un bombero incombustible

El ministro de Asuntos Exteriores más veterano de Occidente -en el cargo desde 1974-, el incombustible Hans-Dietrich Genscher, se ha dedicado estos últimos meses, a partir del momento en que empezaron a sentirse los primeros temblores del terremoto que ha puesto fin a la posguerra en Europa, a hacer de bombero en los incendios atizados por su canciller, Helmut Kohl, en su atolondrada carrera por la unificación alemana.En el contexto actual, cuando la historia parece haber emprendido una carrera para recuperar las décadas perdidas en la guerra fría, parece que hace un siglo que Genscher consiguió que se acuñara en las cancillerías de la Alianza Atlántica el término genscherismo para descalificar los esfuerzos del jefe de la diplomacia alemana occidental en pro de conceder credibilidad al líder soviético Mijaíl Gorbachov e impedir que la OTAN desplegara los misiles de corto alcance destinados a que los alemanes se destruyeran entre sí.

Más información
Genscher gana el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional

Pero de esto hace tan sólo un año y Genscher se salió con la suya. La primavera pasada, en la cumbre de la Alianza Atlántica en Bruselas, el presidente norteamericano George Bush aceptó las tesis alemanas. Nadie podía prever entonces, de todos modos, que pocos meses después todas las razones que pudieran apostarse para seguir almacenando cabezas atómicas a ambos lados del río Elba desaparecerían por el desagüe de la historia. Para entonces, cuando empezó el terremoto, Genscher ya estaba atareado abriendo el camino hacia Occidente a los alemanes orientales que se amontonaban en las embajadas de la República Federal de Alemania (RFA) en Praga, Budapest y Varsovia. En la capital checa, en el palacio Lobkovitz, vivió uno de los días más felices de su vida cuando desde el balcón comunicó que el aún líder de la República Democrática Alemana (RDA), Erich Honecker, había accedido a dejarles salir. Claro que luego esta emoción se vio superada el 9 de noviembre cuando cayó el muro de Berlín.

Pero entonces tuvo otros problemas. La cabezonería de su jefe, el canciller, sobre el peliagudo tema de la frontera polaca, le obligó a desplegar sus habilidades diplomáticas para tranquilizar los ánimos en medio mundo.

Nacido el 21 de marzo de 1927 en Reideburg, muy cerca de Halle, en la RDA, escapó de allí en 1952. Ahora vuelto triunfalmente a la Alemania Oriental, pero para hacer campaña para los liberales, a quienes los pronósticos no daban ninguna oportunidad. Su aportación consiguió situarlos por encima del 5%.

Nadie se explica su hiperactividad, mucho menos cuando ha sufrido ya tres operaciones de corazón, la última el verano pasado. En cada ocasión se recupera y emprende el trabajo aún con más fuerza. No sólo es un bombero, sino que además es incombustible.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_