De la procelosa ambigüedad
Después de la caída general de los índices del martes, el ulterior descenso de ayer, en medio de un clima irregular, viene a constatar dos temores ya confirmados: el optimismo de días atrás acompañado por la idea de una recuperación de la inversión institucional no estaba justificado; y, en segundo lugar, queda patente que al menor titubeo la ley del corto plazo pone pies en polvorosa al sector más sensible y temeroso. La volatilidad se hace crónica en coyunturas bursátiles como la actual. La levedad de la confianza en la mayoría de inversores es proporcional a la escasa concentración de riesgos en las carteras que en las dos últimas sesiones han vuelto de hacer posiciones para alcanzar con rapidez un liviano porcentaje en renta variable. Los gestores de patrimonios se enfrentan a la necesidad de realizar rápidos beneficios cada vez que la oportunidad es mínimamente propicia. Cuando la pintan calva, como ocurrió en el último fin de semana, las firmas de inversión buscan las altas rentabilidades que el mercado les viene negando hace muchos meses. Con este clima de exasperación es imposible una fijación mínima de los cambios, única vía para alcanzar la deseada firmeza.
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