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Tiempos memorables

G. BAGET BOZZOHay tiempos memorables con fechas que marcan la memoria de quienes las han vivido y que quedan prendidas en el recuerdo colectivo formando la historia. La historia, de hecho, no es más que la secuencia de unos acontecimientos sobresalientes: el arte y la ciencia del historiador consisten en intuir el hilo conductor que enlaza entre sí los tiempos vivos mientras transcurren lentamente aquellos que son muertos. Los soviéticos han aprendido el arte de designar con cautas metáforas los largos y monótonos tiempos de su acontecer. Hermosa es la metáfora con la que desde los primeros días de Gorbachov designaban el lento fluir de los años breznevianos: estancamiento. El único acontecimiento que marcó aquellos años, y que por su novedad constituyó el principio de su fin, fue la guerra afgana, en la que se encontraron de nuevo con las oscuras y temidas potencias: Asia, el islam, la religión.

Nosotros no vivimos días de estancamiento. No es un fantasma, sino una realidad, lo que se perfila en Europa: el verdadero fin de la II Guerra Mundial. Casi de golpe cae la frontera entre vencedores y vencidos; todas las fronteras, materiales o morales, geográficas o espirituales, aparecen ahora frágiles, discutibles. ¿Cómo no definir un año como éste sino como el año de Alemania? Sobre este país ha recaído el peso de la paz nunca escrita sellada tras el armisticio de 1945. ¿Quién iba a pensar que sería la Unión Soviética la que iba a colocar a Alemania en el centro de Europa y de la historia?

Veinte millones de muertos han consagrado durante 40 años la legitimidad del orden comunista en la Unión Soviética y del dominio soviético sobre los pueblos de Europa Oriental con la bendición de Yalta primero y con la ocupación del Ejército soviético después. Durante 40 años ha sido el miedo a Alemania lo que ha mantenido unidas a las dos Europas, a Estados Unidos y a la Unión Soviética. Pero ahora la obra de Stalin presenta fisuras en el país que él edificó: lo que ahora se rechaza es algo más que el culto a la personalidad, tenazmente condenado por Jruschov hace ya más de 30 años con la intención de demoler al hombre salvando su obra. El pacto entre los pueblos del imperio soviético y el sistema comunista está cediendo en el corazón mismo del imperio: en Rusia.

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La II Guerra Mundial, en tanto que evento fundacional -el segundo, ya que el primero fue el de octubre de 1917-, que fijaba la sujeción de Alemania en el discordante consenso entre Oriente y Occidente, está pasando a un segundo plano. Los tiempos van tan veloces que los desastres, las guerras, las violencias colectivas desaparecen de la escena antes incluso de darnos cuenta de que hacía ya tiempo que las teníamos olvidadas.

Rusia vuelve a mirar hacia Occidente y nos devuelve a la actualidad las palabras del líder occidentalista ruso del siglo pasado, Chaadaev: "Cada vez que hemos diseñado con Occidente una realidad ajena a lo nuestro, nosotros, los rusos, hemos salido perdiendo". Y el Occidente en el que pensaba Chaadaev era el mismo en el que piensan los rusos de hoy: Alemania. Vuelve a ser actual la intuición de Pedro el Grande: utilizar la intuición y el método alemán para europeizar a Rusia; es decir, para arrancarle las raíces asiáticas.

El pensamiento alemán ha sido el que ha marcado toda la gran producción cultural rusa del siglo pasado y de este siglo: incluidos Marx y Engels. El mundo ruso ha buscado en Alemania esos momentos culturales que han definido a Europa y que a ellos, los rusos, les han faltado debido tanto a su tradición bizantina como a la larga dominación mongola. A los alemanes es a quienes ahora están pidiendo esa aportación de modernización y de eficacia que les ayude a gestionar el ruinoso edificio de los zares rojos, un edificio que ha caído, pese a la potencia nuclear, a un nivel de habitabilidad inferior al de los zares blancos. Y aquí es donde aparece el papel central de Alemania, con Europa por medio, por su enorme influencia cultural en el mundo ruso, mucho más limitada en Occidente debido a la historia latina y al enorme éxito del mundo anglosajón. Los nudos secretos, las tradiciones mantenidas vivas pese a las prohibiciones, reaparecen ahora; y todo ello hace que la relación entre Rusia y Alemania sea diferente a la que mantienen con el resto de los países.

El canciller Kohl ha sido siempre definido como un hombre modesto, pero ha comprendido inmediatamente que se le presentaba una nueva y gran ocasión. Hoy los rusos podrían aceptar la expresión unificación alemana. Ellos han sido los primeros en firmar la verdadera paz con Alemania. La reacción a las Inesperadas palabras no ha venido de Moscú, sino de París y de Washington. Y así se ha llegado a la espectacular oferta del secretario de Estado norteamericano de convertir a Estados Unidos en el décimotercer Estado de la Comunidad Europea. Durante decenios esta relación se ha vivido y se ha pensado en términos inversos. Realmente estamos viviendo tiempos memorables.

G. Baget Bozzo es teólogo Italiano. Traducción: José M. Revuelta.

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