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"La Pantera somos nosotros"

En Parma, y cae la tarde. Hasta las ventanas del aula llega el cambio de rumores callejeros que se corresponde con el cierre de comercios y la salida del trabajo, mientras la luz vira de rosa a cárdeno. Dentro, un último forcejeo tratando de sentar cuatro asideros inteligibles en medio de la estúpida bruma de tópicos contemporáneos: ¿posmodernidad?, ¿muerte del sujeto? Apenas relámpagos lúcidos por entre tanta confusión. Luego, mientras vamos saliendo afuera con Ferruccio Andolfi y otros colegas, son inevitables los comentarios de siempre sobre esa tan curiosa profesión nuestra: la filosofia, la universidad... Fuera, en el, patio, bajo la gran pancarta que clama okupazione, coincidimos con la llegada de media docena de estudiantes que vienen a relevar a los compañeros que mantienen ocupada el aula magna. Llegan en sus bicicletas dispuestos a pasar la noche, justo en la hora en la que el personal de la limpieza comienza su tarea. Se les nota cansados por la usura misma de una lucha que el poder ha decidido ignorar desde el principio. Llevan meses así, en toda Italia. Y con la íntima sensación de que el suyo es un clamor en el desierto. La izquierda ya no sabe qué debe pensar tras los acontecimientos del Este, dicen. Y bromean con algo de amargura sobre la crisis del PCI y las lágrimas de Achille Occhetto. Comentamos un momento las líneas maestras del proyecto de reforma universitaría contra el que protestan: quieren privatizar la universidad, dicen. Constatamos analogías sorprendentes entre ese proyecto y el nuestro correspondiente. Se ríen: claro, son los mismos socialistas... Todo es lo mismo. Y sin embargo, a pesar del desánimo, encuentran energía para hablar de las movilizaciones antiracistas que por estos días sacuden el país. Se sienten orgullosos, vinculados. Me hacen sentir bien. A cambio, les obsequio esa tan bella palabra nuestra: insumisión. Las sonrisas se hacen cómplices: ellos son la Pantera. La Pantera siamo noi -reza su bandera.Poco a poco la conversación languidece, entre bromas. El símobolo que les arropa no puede dejar de traer a la memoria las grandes movilizaciones del 77: los índios metropolitanos. "Los chaquetas azules han destruido todo aquello que en un tiempo era vida, han sofocado con el acero y el cemento el respiro de la Naturaleza. Han creado un desierto de muerte y lo han llamado "progreso". Pero el pueblo de los hombres se ha reencontrado a sí mismo, su fuerza, su alegría y su voluntade de victoria y grita más fuerte que nunca con alegría y desesperación, con amor y odio: ¡¡Guerra!! Así se afirmaban en aquel comunicado de Roma, hace exactamente trece años, otro nueve de marzo como éste en el que estamos hablando. Y sin embargo, ellos son bien diferentes: se declaran no-víolentos, quieren entrar en el juego de argumentos y razones. Llevan meses así, y están cansados.

Y de súbito, una pregunta banal, casi distraida, enciende ascuas en todas las miradas. Una de las muchachas rie a carcajadas, iluminándonos con un frescor de dientes y saliva. ¿Que por qué han escogido como nombre la Pantera? Ahora todos ríen y se miran, casi dsputándose el derecho a contar la historia. Finalmente, uno de ellos se decide y comienza. Y entonces, el frío del atardecer en el patio de la iániversidad desaparece y ya no estamos de pie con las manos hundidas en los bolsillos, intercambiando palabras sombrías sobre vacías razones administrativas, y miradas que presienfcn la inminencia de la misma derrota de siempre. No, de pronto ya no tenemos prisa. Estamos en algún lugar sin nombre, sentados alrededor de una fogata y atendiendo a la poderosa voz del mito que, con su ensalmo, reune por una vez a los rniembros dispersos de una vieja comunidad inconfesable.

Y lo que el mito cuenta es, como todos nuestros mitos, a la vez sencillo y ejemplar. Que, hace meses, en los arrabales de Roma escapó de un circo una pantera. Que se trató de darle caza, pero que fue inútil: había desaparecido inexplicablemente. Y que desde entonces, la pantera vive libremente, oculta en algún lugar de Roma. Periódicament, algún transeunte la ve y se reanudan las batidas: y todas igualmente infructuosas. Siempre desaparece a tiempo, dejando tras de sí un rastro de pequeños animales callejeros devorados. Es sabia, nunca ha atacado a un ser humano. Nacida tal vez en el circo, sabe que ése es precisamente el precio de su libertad. Como el simio del Informe para una Academia de Kafka, la pantera ha aprendido la lección que enseñan siempre las jaulas: conoce al dedillo la fuerza y también las flaquezas que constituyen el entramado de nuestra docílidad. Por eso sigue libre, cruzando como una sombra por entre el estupor y la desidia de sus perseguidores. Por eso también, los estudiantes han hecho de su ejemplo bandera. Se afirman noviolentos, pero dicen: la Pantera siamo noi.

Caída ya la noche, cruzando la Piazza del Duomo camino del hotel, es difícil que el eco solitario de los pasos y el baile de sombras a la espalda no evoque esa presencia furtiva. Es difícil no pararse a pensar en cuál es exactamente la enseñanza que los estudiantes han buscado en la figura de esa sombra fugitiva. En cómo han convertido su amenaza en promesa, en signo de libertad y de esperanza.

es catedrático de Filosofía de la universidad de Barcelona.

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