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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Debate a la francesa

HAY ALGO de surrealismo en los debates que han precedido el congreso del Partido Socialista Francés (PSF), que se abre hoy en Rennes: las agrupaciones que se han creado entre dirigentes se han hecho pensando casi exclusivamente en la sucesión de François Mitterrand, tanto para la próxima elección del presidente de la República como para el liderazgo del partido. Pero esa persona cuya sucesión se prepara, lejos de dar una impresión de cansancio y deseo de retiro, se encuentra en su momento de máximo prestigio, tanto en Francia como en el extranjero, y ejerce una influencia considerable sobre todos los juegos internos que se agitan en la olla del PSF.Los problemas de orientación política han desempeñado un papel mínimo, por no decir nulo, en la etapa precongresual. Siete han sido las mociones presentadas, pero sobre todo para medir la influencia de los diversos dirigentes. En realidad, el Partido Socialista, con Rocard de jefe de Gobierno y Mitterrand en el Elíseo, gobierna Francia con bastante tranquilidad. La erosión de los comunistas a su izquierda y, por el otro lado, las divisiones cada vez más acusadas en la derecha les otorgan una situación privilegiada.

En este plano, un hecho que merece ser subrayado es la flexibilidad del PSF ante sus divisiones internas, gracias a la cual logra conservar su coherencia como fuerza de gobierno. Casi todas las mociones están encabezadas por miembros del Gabinete de Rocard. Ello revela enfrentamientos políticos -o quizá más bien personales- que no impiden a los dirigentes de las diversas posiciones participar en una misma labor de gobierno y actuar, dentro de sus diferencias, como protagonistas de una misma empresa política.

Un rasgo notable del congreso de Rennes es que la corriente mitterrandista -que siempre ha representado la gran mayoría- se presenta dividida en dos sectores casi iguales. El tradicional, con Jospin y Mauroy -el anterior y el actual secretario general del partido-, y el renovador de Laurent Fabius, que, al presentar una moción propia con un apoyo discreto del Elíseo, ha logrado obtener en torno al 30% de los votos de los militantes. En esta situación, el resultado final del congreso se jugará no sólo en función de la rivalidad entre Fabius, Jospin y Mauroy, sino también de las alianzas eventuales con las otras fracciones del partido ajenas al mitterrandismo: la del primer ministro, Rocard; la del ministro de Defensa, Chevènement, y la del ministro de Relaciones con el Parlamento, Poperen. Entre todas ellas han tenido lugar ya complejas negociaciones, que se van a intensificar durante el desarrollo del congreso.

La batalla inmediata en Rennes se libra en torno al control de la dirección del partido. ¿Seguirá Mauroy o será sustituido? Ello no dependerá tanto de sus dotes para el cargo -parece evidente que ha perdido prestigio y autoridad- como de la actitud que adopten en este tema las principales figuras que aspiran a la sucesión de Mitterrand, y principalmente Rocard y Fabius. Puede ocurrir incluso que Rocard prefiera mantener a Mauroy -a pesar de que el obrerismo de éste le sitúa en el lugar más lejano al centrismo rocardiano- si con ello impide que Fabius tome el control del partido, logrando así una ventaja sustancial para lo realmente importante: la batalla de la sucesión de Mitterrand.

Ante los malabansmos de las siete mociones, los enredos personales y la ausencia de un debate político es imposible no compartir la reflexión -ciertamente bastante pesimista- de Maurice Duverger sobre el abismo que existe entre la importancia de los problemas que necesita abordar hoy la izquierda en Europa ante los cambios históricos en el Este y el nivel del debate en el congreso del Partido Socialista Francés.

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