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CONFLICTOS EN EL TRANSPORTE Y EN LA SANIDAD

Despertar bajo tierra

A las seis y media de la mañana, los tarteras, como llaman los conductores de¡ Metro a los obreros, convierten los vagones en una improvisada sala de sueños y cabecean con los golpes justos para abrir los ojos e incorporarse al llegar a su estación de destino con una exactitud matemática.A las siete y cuarto de la mañana empiezan a llegar las gentes que componen el en tramado de la hora punta que 60 minutos más tarde permanece en pleno esplendor. Ésto significa que cuando alguien levanta sus posaderas, el asiento que deja pasa a ser pieza codiciada de primera magnitud.

"Que no, señora, que no hay huelga hoy", repetía ayer, aburrida, una taquillera, mientras en esa encrucijada de la estación de Sol levanta sospechas cualquiera que no ande a paso ligero y que no aparente ir apresuradamente a fichar a su trabajo.

Los jefes de estación, celosos de los logros obtenidos por los conductores, explican que no hay movilizaciones, aunque de camino exponen su queja sobre como la empresa ha atendido sus reivindicaciones.

A las nueve ya se pueden ver señoras y señores lo suficientemente despiertos como para leer su periódico favorito o algún libro forrado de cartón para preservar la intimidad del título elegido. Los compañeros de asiento lanzan miradas directas al papel ajeno en un intento de acortar el oscuro recorrido.

Máquinas paradas

No se ven niños en los amaneceres del ietro. Minutos antes de las diez, los vagones con parada en zonas comerciales están a reventar y se empiezan a oír las primeras conversaciones.

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En la estación de Sol a estas horas nadie tiene tiempo de pararse a consultar a cambio de 100 pesetas su biorritmo del día, ni los números que tiene que marcar en la loto para convertirse en multimillonario.

Ésta y otras máquinas se mantienen sin clientes. Nadie para a utilizar sus servicios. Ni siquiera para sacarse unas tarjetas instantáneas que acrediten su personalidad por 500 pesetas.

A las once y media de la mañana un pantógrafo (horquilla que conecta el vagón con el cable de electricidad) se estropea. Este imprevisto ocasiona la interrupción de la i línea 10, en su tramo de Lago a Campamento, durante varías horas. El buen tiempo obligó a un paseo forzoso por la Casa de Campo. Sólo esta avería quebró la normalidad de ayer, horas después de que se desconvocara una huelga de conductores del Metro que amenazaba ser indefinida.

Los paros que habían llevado a cabo los maquinistas cambiaron durante dos días los hábitos del medio millón de viajeros, que cabeceó y leyó en otros medios de transporte.

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