Un juguete caro demasiado barato
En estas fechas de tanta efervescencia social y política pudiera ser que, una vez más, lo que pretende ser la construcción de la estatua de la Libertad o la torre Eiffel madrileñas pasara desapercibida e indiscutida. Y no es que los ciudadanos de Madrid o los Gobiernos de la nación que ésta aloja desde hace siglos necesitemos de excusas o distracciones para desentendernos o no interesarnos por la belleza y monumentalidad de nuestra ciudad. No es nuevo que sólo Carlos III o José Bonaparte, en toda su larga historia de gobernantes, se interesaron alguna vez por dejar una huella de importancia en la capital del Estado, ni que el primero dedicara su mayor, esfuerzo a obras civiles -de úrgente necesidad- o que al segundo no le fuera permitido realizar las suyas.Como madrileño y como arquitecto me siento obligado a plantear una polémica sobre tan ambicioso propósito, en la seguridad de que ninguno que merezca el título de tal ha dejado de provocar siempre importantes discusiones. También, que la ambición de los promotores y autores de la idea merecen, como mínimo, la atención y discusión de los ciudadanos.
En primer lugar, me choca el objeto del monumento. Las esferas armilares eran antiguos instrumentos mecánicos. que toscamente representaban el movimiento relativo de los cuerpos celestes. Se trataba de maquetas y sus dimensiones normales eran, por tanto, de sobremesa. A una escala mayor, y con unas posibididades técnicas y científicas incomparables, aparecen después los planetarios, donde varios cientos de personas pueden observar y estudiar no sólo nuestro sistema solar, sino casi cualquier otro y desde el punto de vista que deseemos. Entonces, ¿para qué una esfera armilar de 92 metros? A mayor escala que el planetario parece sensato recurrir a la observación directa. de las estrellas en una noche despejada, algo que, conviene recordar, es posible y asequible a cualquiera.
A propósito de este proyecto, se habla también de la torre Eiffel o de la estatua de la Libertad de una forma bastante ligera, a mi modo de ver. Tengo que decir que el monumento proyectado nunca podrá no sólo compararse, sino incluso comentarse, junto con las obras antes citadas. Y esto, en ningún modo por un contraste entre los autores de unas y de otras, pero más bien porque lo que aquí se propone carece, desde el planteamiento inicial, de los sustentos esenciales de todo monumento o, lo que es lo mismo, obra de arte. Conviene tener claro que en el caso de Nueva York se trata de escultura y en el de París de arquitectura, únicas artes capaces de producir monumentos en términos urbanos. Dudo que nosotros consigamos inventar un tercer arte con la construcción de artefactos. Aunque midan tantos metros de altura.
Al ingeniero Fernández Ordóñez, como tal y además como autor de una obra profesional y teórica más que notable, no se le escapa que la naturaleza del esfuerzo a que se somete la ciencia de la ingeniería en la construcción de Eiffel es de otra naturaleza que la que aquí se pretende. En París, la ingeniería se desenvuelve en el terreno de alcanzar las mayores alturas posibles, del empleo más eficiente de las técnicas y materiales más desarrollados, sí, pero en el logro de una construcción civil, arquitectónica, una torre, como siempre ha sido. Y qué duda cabe que la construcción de tamaño objeto, como se pretende construir en Valdebernardo, requiere de "la más avanzada tecnología"; también la construcción de una rueda de bicicleta dc 92 metros de diámetro la exigiría -y sería además mucho más apasionante desde el punto de vista estructural-. Pero una rueda de bicicleta no es una torre ni un puente y, por lo mismo, no puede ser un monumento.
Geometría y conveniencia
Al escultor Rafael Trenor le diría lo mismo, sólo que peor. En este caso, y comparado con su arte, la capacidad de la máquina que proyecta para conseguir la belleza de la Fontana de Trevi o el significado de la Estatua de la Libertad es nula desde antes de empezar. Él, mejor que nadie, debería entender que lo curioso, lo sorprendente o lo grande nada tienen que ver con el arte.
Pero la sorpresa es mayúscula al conocer que la Libertad de Madrid se proyecta en Valdebernardo, y no es que este pueblo o barrio de Madrid no se merezca los más bellos monumentos, sino que, afortunadamente para los ciudadanos de París o Nueva York, los principales monumentos se encuentran donde deben, es decir, en el centro de la ciudad. Y estoy hablando de geometría y de la mayor conveniencia de todos los ciudadanos. Si la localización elegida es muy conveniente para los habitantes de Valdebernardo o Vallecas, ¿qué pasa con los de Campamento, la Vaguada o Barajas? Puesto que lo que se proyecta es una esfera y la planta de Madrid aproximadamente un círculo, pareciera que la conclusión fuera obvia. Es conocido desde hace tiempo que el centro del círculo es el único punto equidistante de todos los puntos extremos. Éste es el motivo por el que los mayores monumentos se colocan en el centro de las ciudades o éstas alrededor de aquéllos, que tanto da. Y si miramos el plano del metro o de los autobuses, otro tanto de lo mismo. Será tal vez que en el centro de Madrid no hay ni se puede hacer sitio para colocar la estatua de la Libertad.
Y no puedo terminar sin referirme a la generalidad de la propuesta. Todos los ciudadanos de Madrid, los de España entera y muchos del extranjero, sabemos que la colección de pintura del museo del Prado no es superada por ninguna otra del mundo; también que menos de un tercio de ésta se puede ver por falta de espacio y que, desde hace 20 años, llevamos gastados miles de millones en obras de reforma que, no obstante, no son capaces de conseguir lo principal: sitio para poder ver los cuadros.
Entonces, ¿por qué no le regalamos a Madrid un nuevo museo de pintura, uno de los más importantes del mundo? Aquí sí hay una ocasión de realizar un verdadero monumento, una obra de resonancia internacional, un nuevo comienzo para una importante, pero desatendida, ciudad.
Una capital pobre
Madrid es la capital de Estado más pobre, en número y calidad de monumentos, de toda Europa, incluida la oriental. Esta afirmación no es una opinión, sino un dato tan lamentable como fácilmente contrastable. La guía turística o libro de historia del arte más sencillo bastan. Incluso entre las capitales autonómicas de nuestro propio Estado el resultado sería, a todos los efectos, el mismo. ¿Por qué esta constante desidia y falta de orgullo de gobemantes y ciudadanos?
Se dice que Madrid es una ciudad de aluvión, que es como no decir nada, pues así son todas; pero a la vista de los resultados, más parece una ciudad de pillaje. Aquí todos venimos a triunfar, pero una vez que lo hemos conseguido nos olvidamos de celebrarlo. Es duro decirlo, pero a Madrid todos queremos usarla y ninguno recordarla, y no se trata de reclamar afectos, pero sí dignidad y orgullo. Véase el monumento a la Constitución.
A Madrid no le hacen falta fechas conmemorativas, porque la oportunidad es constante; ni capitalidades pasajeras, que ya ostenta una principal y desde hace mucho tiempo.
La capital de una nación no se pone en el mapa ni en la historia con un trasto de 6.000 millones. Como observara con inteligencia y cultura Fernando Morán, Ma,drid es una ambición de billones.
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