Devórame esta vez
El disfraz está por dentro. Para disfrazarlo contamos con otro disfraz, y así sucesivamente, La vida es un disfraz. Pero esta tontería, que nace de la certidumbre de que la vida es un disfraz que oculta, como las muñecas rusas, otro disfraz repetido, resulta más evidente cuando se asoma esta época. Porque es en Carnaval cuando disimulamos más y todo termina siendo oscuro objeto de disfraz. Los europeos de Madrid, por hablar de estos europeos, han descubierto el disfraz acaso porque han llegado al convencimiento de que lo que hay que mostrar es la careta verdadera.Esta es una sociedad acartonada, como un antifaz, llena de la polilla que se guarda en los armarios de los disfraces; al quedarse anticuado, el antifaz ya sélo sirve para simular que los Ojos son ajenos y por eso se ha dejado en el baúl y se ha sustituido por el traje entero: el hombre es una mujer, el centauro es posible, el extraterrestre va al baño, los santos hacen manitas, los curas se contonean como los bailarines flamencos sobre un potro de plástico, los obispos comen como curas, los militares miran lascivos el paso de Marilyn, Marilyn no puede soportar ya el movimiento compulsivo de su sonrisa invariable, el director general simula que acaba de recibir una. tonelada de medallas sobre su chaqueta oscura, y los espadachines por un día están tan felices en su cometido fugaz que dan ganas de decretar la prórroga inextinguible de la noche de Carnaval para verlos siempre tan satisfechos de existir como disfraces.
Lo mejor del disfraz es que dura poco y se puede -variar: el espadachín puede ser cura el año que viene, y el borracho actual puede estar el año que viene confirmando niñas vestidas de blanco. El disfraz es, en cierto modo, una manifestación sublime de la melancolía instantánea: se tiene ahora lo que se sabe que no se ha tenido, algo que no se -volverá a tener jamás. Esa frustración que convierte en éxitos sin fuga melodías como Devórame otra vez -todo un ejército de carnavaleros creyendo que del dicho al hecho no hay distancia alguna- es la que hace que el disfraz se añore en cuanto se almacena. No sabe quien lo cuelga que también lo usará al día siguiente, pero nadie lo va a ver: llevará, de nuevo, el disfraz por dentro.
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