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"La depresión es peor que un Victorino"

Ruiz Miguel sufre la nostalgia del toreo en su cortijo gaditano

"Muchos días me siento en este salón, miro las cabezas de toros disecadas y me pregunto cómo habré sido capaz de dominar estos, pedazos de fieras". El salón donde dice: Francisco Ruiz Miguel que se sienta y mira es regio, pertenece al caserón de su cortijo gaditano, y allí lucha como puede contra la depresión que le produce la nostalgia del toreo. Peor que un Victorino son la nostalgia y la depresión, asegura el diestro, campeón de mil hazañas en los ruedos, exterminador de Victorinos, Miuras y otros baguales endemoniados que quisieron levantarle los pies del suelo.

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Los Miura y los Victorino son la obsesión de Ruiz Miguel. Lo fueron durante el cuarto de siglo que estuvo en el toreo. "Para unos", comenta con amargura, "puestos fijos en las ferias, con ganado fácil; para otros -ese es mi caso ganar los contratos cada tarde con las corridas duras, sin opción a torear lo de Jandilla o lo de Torrestrella". Sin embargo, una de las cabezas disecadas que conserva y mira, corresponde a un Torrestrella, que lidió en Bil bao el año 1978. "Sí, pero fijese cómo es". Nos fijamos: se trata de un buen mozo, igual de buen mozo que los Miura o los Victorino cuyas apabullantes testas enseñorean el salón desde lo alto de la pared. La finca es una preciosidad. Está en el término municipal de Alcalá de los Gazules y posee la orografía típica de estas tierras gaditanas, con caprichosas quebradas, redondos cerros, cabezos que emergen en lontananza entre terromonteros, combas laderas, barrancos profundos, tapices de hierba verdeando su brillantez o su opacidad según les encienda el sol o crezcan por la umbría. Donde menos se espera trisca la cabra o se sacude a rabazos las moscas el toro, y lo mismo te cruzan el camino dos confiadas perdices que te adelantan tres, pimpantes, saltimbanquis y cuchichionas.Desde la mesa camilla -junto al mirador- que Lola Álvarez, la esposa del torero, tiene dispuesta con manzanilla, queso y unas jasitunitas, se divisa este campo ameno, y al matador retirado parece no decirle nada. La mirada se le va de coteruelo a vaguada sin parar en qué. "Antes, sí tenía un día libre me venía al cortijo para andar por el campo, revisar las faenas... En cambio, ahora, me aburre. La inactividad torera me deprime".

Pese a la nostalgia, Ruiz Miguel no volverá a los ruedos: "Mi retirada es irreversible. La medité bien. Una mañana, a principios del año pasado, se lo dije a Lola. Ella me puso la mano en la frente, diciendo: ¿Tienes calentura, Paco?". Y Lola: "Así fue exactamente. Después, cuando vi que iba en serio, me dio una alegría inmensa". Y Paco: "Jamás hizo la menor alusión a que me retirara y he de reconocer que su comprensión me ayudó mucho en mi vida profesional".

La esposa de Ruiz Miguel es hija del ganadero Manuel Álvarez. Tienen dos hijos, y la niña. María Jesús, una rubita monísima de 13 años, también es ganadera. Francisco, un pequeñín muy salado, lo será. Es decir, que la ganadería de Ruiz Miguel está a nombre de María Jesús Ruiz Álvarez. En su misma finca pastan toros de Osborne, y un corridón de cinqueños se arrima reburdeando a la cerca para cotillear la visita. Visita y toros se miden y respetan, alambrada de por medio.

Luego del café Ruiz Miguel enseña sus posesiones. Una andada hasta la placita de tienta; por andurriales monte arriba, hasta donde se abren a la vida los chivos y los chotunos maman. En la paridera, una cabra que la tarde anterior parteó Julio, el cabrero, sacándole a mano los dos chivos que llevaba en el vientre. Abajo, el caserío, tractores, aperos. Todo el cortijo es tan amplio y tan bonito que le puso "La Gloria", pero en el contorno le llaman "El Buho", como antes. Es la finca de un hacendado, ganada palmo a palmo al precio de 15 cornadas, más de 2.300 toros estoqueados, sudores de angustia para domeñar Victorinos y cuanta fiera corrupia se fortalecía en las dehesas, 15 salidas a hombros por la puerta grande de Madrid, salario no siempre largo...

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