'Mr. Z' escribe a Gorbachov
Mijail Gorbachov tenía 16 años cuando un tal Mr. X convenció al presidente Harry Truman de que el elemento central de toda política estadounidense hacia la Unión Soviética debía consistir en "una paciente, si bien firme y vigilante, contención a largo plazo de sus tendencias expansionistas". Era el año 1947. Stalin apuntaba su hegemonía sobre la Europa que acababa de soltar amarras en el puerto del comunismo para navegar por aguas democráticas.Han transcurrido 43 años, y el mundo entero participa del culto a la persona del prisionero del Kremlin, cuya libertad y la de sus cada vez más críticos conciudadanos están directamente ligadas a su capacidad para levar anclas y perder de vista, en la lontananza de la historia, un sistema político cuya esencia es su propia incapacidad para ser reformado.
Mientras Gorbachov, enarbolando la glasnost y la perestroika, se defiende de fantasmas de carne y hueso, un tal Mr. Z acusa a Occidente de hacerse las preguntas equivocadas. No se trata, afirma, de que nos preguntemos si Gorbachov tendrá éxito, primero hay que preguntarse: ¿éxito en qué? Tampoco es correcto preguntarnos si hay que ayudar a Gorbachov: ¿ayudarle en qué?
Mr. X, que resultó ser nada menos que uno de los grandes ideólogos de la guerra fría, el diplomático George Kennan, sentó las bases de lo que habrían de ser hasta no hace mucho las líneas maestras de la política de Estados Unidos hacia la otra supuesta superpotencia, cuya luz ya entonces se sospechaba pudiera ser simplemente "el resplandor crepuscular de una constelación en decadencia".
Kennan, que acompañó a Moscú a William Bullitt, el primer embajador que Estados Unidos acreditó (en 1933) en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, utilizó el famoso seudónimo para describir en la revista Foreign Affairs las fuentes de: las que emanaba la conducta soviética. Una conducta que, de puertas afuera, veía así: "Secretismo, ausencia de franqueza, duplicidad, suspicacia y propósitos hostiles". En su opinión, la única preocupación de la diplomacia de la URSS consistía entonces en "garantizar que colmaba todo rincón y hendidura a su alcance en la cuenca del poder mundial". "Estas características de la política exterior soviética", escribía Kennan, "están en el fondo de la naturaleza interna del poder soviético, y nos acompañarán (...) hasta que ésta cambie".
A muy pocos les cabe duda de que la política exterior soviética, desde que Gorbachov fuera alzado a la dirección del Partido Comunista de la URSS (PCUS), ha experimentado un viraje espectacular, hasta el punto de que podría afirmarse que Gorbachov es prisionero del éxito de su propia diplomacia. ¿Quiere ello decir que el objetivo final de Gorbachov es cambiar la naturaleza del poder soviético?
Aquí le toca el turno al misterioso Mr, Z (seudónimo que en realidad encubre a un general retirado muy cercano a las posturas del secretario de Estado, James Baker). Este personaje, desde su ya famoso anonimato, acaba de publicar en la prestigiosa revista Daedalus, de la Academia de Ciencias y Letras de Estados Unidos, lo que pudiera considerarse el nuevo catecismo de la diplomacia de Washington versus Moscú. Distanciándose de gorbófilos y gorbófovos, Mr. Z llega a la conclusión de que el fluir natural de los acontecimientos lleva a la disolución del sistema soviético, "sean cuales sean las intenciones de los dirigentes soviéticos y sea cual sea el líder de la URSS en el futuro". Y es en base a este diagnóstico como el anónimo politólogo anima a Occidente a intervenir positivamente para aliviar la severidad de la crisis económica que sacude a la URSS.
En la creencia de que lo último que hay que hacer es ayudar al Estado soviético (cuyo brazo armado podría decirse que es el PCUS), y convencido de que en el fondo Gorbachov no pretende liquidar el comunismo, sino transformarlo, Mr. Z propone que la ayuda occidental durante el previsiblemente traumático y largo proceso de transición hacia la democracia económica y política discurra por dos caminos paralelos: mediante el desarme mutuo y a través del "desarrollo gradual de estructuras paralelas en el sector privado", que podrían adoptar en un principio la forma de zonas de libre cambio en los países bálticos, Armenia y el este asiático.
Sin descartar la posibilidad de que Gorbachov sea suficientemente ágil como para "convertirse en su propio sucesor", una vez quede definitivamente enterrado el comunismo, Mr. Z. sí descalifica la perestroika (reestructuración) y la glasnost (transparencia informativa) como sustitutos válidos del mercado y la democracia. "El falso problema de cómo reestructurar el leninismo está dando paso al verdadero problema de cómo desmantelar el sistema, cómo salir del comunismo", afirma el autor de los 80 folios que sirven de epílogo a la última edición de Daedalus, dedicada en su totalidad al terremoto que ha sacudido Europa durante 1989, "verdadero annus mirabilis", en palabras de Stephen Graubard, director de la publicación. La perestroika no debe ser entendida, pues, como una solución, sino simplemente como la manifestación de una crisis sistémica del sovietismo per se.
El escritor Anatoli Streliani destaca como principal característica de Gorbachov su espíritu pacífico, lo cual entra en contradicción, en su opinión, con la propia naturaleza de "un sistema que sólo puede mantenerse mediante la violencia constante, ininterrumpida, sostenida...". En este aspecto, Gorbachov es un hijo no deseado de la Revolución de 1917, que acabó apuntalándose en el poder mediante el terror y el secuestro del Estado por el PCUS. Paso a paso, demasiado lentamente según muchos, Gorbachov ha ido derribando el Mito, hasta el punto de que, como refleja Mr. Z., "el partido que tanto temor ha inspirado en la población empieza a tenerle miedo al pueblo".
Los ciudadanos de la (falsa) Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se debaten, en opinión de Mr. Z, entre lo peor de dos mundos posibles: "Uno viejo y caduco, que se niega a morir, y uno nuevo, que no tiene suficiente fuerza para nacer". Y Gorbachov no sabe muy bien si es jefe del Estado soviético o de la oposición. O, como dice Mr. Z, si es el Papa o Lutero.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.