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Reportaje:LA SEQUÍA EN EL PAÍS VASCO

Euskadi, gota a gota

Bilbao aprende a superar las restricciones de agua

La imagen rural de gentes que acarrean agua y camiones cisterna que abastecen a poblaciones de la España seca no es patrimonio de regiones extremeñas o andaluzas. La clásica estampa de la Euskadi verde desaparece. La sequía ha llegado hasta allí y un enviado especial de EL PAÍS visitó la zona. El área urbana de Bilbao no ha escapado a las restricciones y cada uno se busca el agua como puede entre las seis de la tarde y las seis de la mañana.

José Luis y Fabián se levantan cada día con un humor de perros. Además de haberse visto obligados a empezar su jornada laboral en la madrugada, luego les llaman "jinetes del apocalipsis" o "amos del calabozo" en el periódico Deia. Son los que cada día, cuando Bilbao todavía duerme, abren las llaves de paso de la ciudad para que el agua fluya. Doce horas más tarde, a las seis, las cierran. "Oiga, fotos, ni una. Y no piensen que vamos a hablar". No, José Mari, el conductor de una de las seis brigadas encarga das de abrir y cortar el agua a 1.300.000 habitantes, no está para bromas, pese a que no es fácil que nadie advierta en el parquecillo de la calle de Amboto la maniobra que efectúan los operarios. Levantan una tapa del suelo, como si fuera de riego, introducen una barra que busca a medio metro de profundidad la llave, media vuelta y ya está. En menos de dos minutos, ya van en busca de otra llave. Hay 17.Son las seis de la mañana y las cañerías vuelven a latir. Es temprano todavía para hacer acopio de agua. Pero eso en el Bilbao noble. En barrios marginales como el de Masustegui todas las horas en las que no hay restricciones son pocas para llenar la bañera. Allí la gente no se puede duchar. Lo que cae sólo es un chorrito de agua. Y eso, los afortunados. Hay quien desde antes de las Navidades no ve gotear el grifo. Por eso Carmen, a sus 75 años, sale cada día de su casa y desciende la enipinadísima cuesta con un cesto bajo el brazo. Va a casa de su hija. Tiene que lavar. Su marido, que no recuerda si nació un mes antes o después que su mujer, va a intentar arreglar lo del recibo.

"Mire, soy Ramón Fuentes y me ha llegado este recibo de 2.296 pesetas. Y desde diciembre no tengo agua en mi casa".

"Es la cuota obligatoria".

"Pero si no tengo agua".

"Usted verá, porque si no paga le incrementarernos la cuota en un 20%".

Y el bueno de don Ramón, recién operado de una hernia y del estómago y que trae al médico loco porque no le hace caso en que lo del reposo, se vuelve para casa. Y se excusa: "Cómo voy a hacer caso al médico si cualquier día me voy a poner patas arriba".

El día de la ira

El problema de don Ramón es también el de 200 familias de Masustegui, dice Gelasio Fernández. Como es el secretario de la asociación del barrio quiere guardar una compostura ante el problema, que él mismo también sufre: "A mi casa tengo que llevar el agua en cubos desde el bar. Allí sí sale algo. Por lo menos para que mi mujer pueda cocinar. Nunca hemos andado bien de agua, pero empezaron las restricciones y no nos llega nada".

Gelasio es hombre sereno, amante del diálogo, pero un día pasó al ataque: "Hablamos con el Ayuntamiento, con el Consorcio de Aguas, vimos que no nos hacían caso, que denunciar los recibos tampoco valía de nada porque ellos tienen sus abogados, y ya me dirá usted qué podemos hacer nosotros contra esas empresas tan grandes, pues estrellarnos contra una pared. Así que un sábado nos fuimos hasta una de las llaves de paso que hay cerca de aquí y no dejamos abrirla. Media ciudad se quedó ese día sin agua, pero era la única manera de hacernos escuchar. Volvimos otra vez, porque seguíamos igual, y tampoco dejamos abrirla. La Ertzaintza nos dijo que tranquilos, que no nos iban a mandar a los maderos porque teníamos razón. La pena es que nos han hecho sólo caso cuando hemos tomado una postura de fuerza. Seguimos sin agua, pero ya hay unos obreros trabajando para traer el agua".

Ejecutivos en la brecha

Abajo, en la ciudad, en esos centros donde la burocracia resulta un muro insuperable para Masustegui, la actividad es frenética. "¿El señor Duñabeitia? No, no puede atenderle. Está reunido". "Lo siento, el señor Eizaguirre está de viaje". "El señor Alzola ha salido a resolver un asunto urgente. Tardará en volver". Ellos, los ejecutivos, trabajan. No paran. Dictan bandos. Uno asegura que se están realizando captaciones de agua en los valles de Arratia y de Ceberio, en Bolintxu y en Uzkorta; en los ríos Cadagua, Barbadún, Zayas, Araya, Opacua, Bayas, Nanclares, Huetos ... ; que estudian la lluvia artificial. Son tantas buenas intenciones, que da para llenar una página entera de publicidad en los periódicos. Otro bando es para anunciar que se prohíben -terminantemente, por supuesto- muchas cosas, entre otras "el consumo de agua de la red de distribución durante las horas de restricción'.

Pero a las seis de la tarde hay quien abre el grifo y el agua le sale a raudales. Y a las nueve de la noche. Y a medianoche. Y a cualquier hora. Queda claro que esto también pasa en los hospitales y clínicas, que están al margen de cualquier prohibición. Los particulares que disfrutan de esta situación de privilegio prefieren ocultarla. El administrador del número 3 del edificio Plaza, una lujosa torre de 20 pisos -el señor Bernabé-, dice que no sabe nada del tema: "No puedo contestar. Es un asunto del administrador general, don Vicente Bilbao". Imposible localizarlo. Su número de teléfono no corresponde al facilitado por el propio señor Bernabé ni por el portero de la finca. Éste, en cambio, no tiene reparos para hablar de las excelencias de uno de los pisos en venta: "Son 26 millones y, lo más importante, hay agua las 2,4 horas porque abajo hay unosdepósitos enormes que se llenan cuando viene el agua y es imposible gastarlos por la noche".

No hay que irse tampoco a los edificios de lujo para encontrar agua en cualquier momento. Hay más afortunados, como los del número 30 de la calle de Zamácola. También tienen agua, pero por motivos muy diferentes. El señor Echevarría, uno de los tres presidentes que tiene la comunidad, dice que es que hay una autobomba que tuvieron que poner hace 20 años porque el agua no les llegaba por la falta de presión; que tuvieron que pagarla todos los vecinos y que ahora se utiliza de cuando en cuando. "Nos han dicho que es mejor que no la cerremos nunca, porque entonces hay un serio peligro".

Por la noche, el agua tampoco falta en muchos locales de la ciudad, sobre todo en bares y restaurantes. Ángel Gago, secretario general de la Asociación de Empresarios de Hostelería de Vizcaya, ganó la batalla cuando el Consorcio de Aguas comunicó a la Cárnara de Comercio de Bilbao el pasado 24 de enero pasado lo siguiente: "Las empresas afectadas por las restricciones de agua podrán instalar depósitos". A cambio había que comprometerse a ahorrar un 35% de agua con respecto al mes anterior.

En las mejores instalaciones hoteleras de Bilbao está garantizada en todo momento el agua a la clientela. En el hotel Villa de Bilbao -cinco estrellas-, los depósitos están siempre llenos. Y si alguna vez se vaciaran, la dirección ordenaría traer agua de donde fuera; como hizo en las inundaciones de Bilbao en 1983, porque por los grifos salía barro.

En el restaurante Zortziko -8.000 pesetas una cena-, también está todo previsto para mantener el buen servicio. Las cisternas de los retretes, por ejemplo, se llenan en 30 segundos a cualquier hora de la noche, cuando en la mayoría de los establecimientos los servicios permanecen cerrados, con candado. "Hay que diferenciar qué es un restaurante y qué es un pub", cuentan los propietarios, Antonio y Daniel García. "En el restaurante, el público va más concienciado; nadie abusa y nunca se olvida un grifo abierto". El depósito de 2.500 fitros del restaurante está conectado a la red con una autobomba. "Las 400.000 pesetas que nos costó es un gasto que asumimos", dicen los hermanos García. "Tenemos que mantener la categoría que nos hemos labrado, y hay que defender a capa y espada la imagen que Bilbao se ha ganado con los años en materia gastronómica. Es importante que la gente no llegue alarmada a la ciudad, ya que cualquiera puede hacer su vida normal, dentro, lógicamente, de unas limitaciones".

Juan Miguel García-Borreguero, integrante de la Comisión de Seguimiento de la Sequía que ha creado el Consorcio de Aguas, dice que aún no hay datos sobre el ahorro. También desconoce cuántos depósitos se han instalado en la ciudad: "I_a autorización para poner un aljibe es implícita, y si la hemos solicitado es para realizar un control que aún no hemos finalizado".

La batalla de los depósitos

La batalla de los depósitos no fue la única ganada por la asociación hostelera. Gago también consiguió que el Servicio Vasco de Salud permitiera "utilizar vajilla original siempre y cuando se disponga de un número de piezas suficiente". Esto supuso un balón de oxígeno para muchos establecimientos que veían como la clientela huía ante las vajillas desechables. Ovidio Linares, de 31 años, casado, con dos hijos, ha visto como su clientela ha bajado un 20%. Compró hace un año el restaurante Juan José, en la calle del General Castillo, que se sitúa en uno de los barrios modestos próximos a la ría. Entre que no tenía vajilla suficiente y que cada vaso de plástico le estaba cuatro pesetas, las está pasando mal con lo de la sequía. No puede subir los precios.

¡Si la gente no viene ahora, ya me dirá si cobro más!", exclama. Con un depósito de 1.000 litros que le ha costado 125.000 pesetas, piensa en ir tirando. Lo que le agobia es lo de los créditos que pidió para reformar el local. "Si al menos nos aplazaran los intereses, tendríamos un respiro, porque andamos con lo justo. Y en cerrar no se puede pensar. ¿Qué voy a hacer? ¿Transformar el negocio para meterme en otra inversión?"

Donde se ha generalizado el plástico es en los bares. En el café Iruña, abierto hasta las cuatro de la madrugada, hasta el Chivas se sirve en vasos de un solo uso. El camarero dice que tienen 4.000 vasos, pero que si a un cliente se le sirve en copa, el de al lado tendrá el mismo derecho, que se acabarían, y que al final podrían quedar expuestos a las sanciones de Sanidad, que ya ha impuesto multas de medio millón de pesetas por lavar vajilla sin agua corriente durante las horas de restricción. El cliente lo comprende y lo acepta. A la salida buscará un árbol sin demasiada discreción. De madrugada, el parque de enfrente está vacío. Los lavabos, como los vasos de cristal, permanecen bajo llave en cuanto el agua deja de correr.

A esa hora, Joseba trata de aprovechar al máximo el poco tiempo que le queda para descansar. Con eso de la instalación de depósitos no para. "Me levanto antes de que salga el sol y me acuesto casi cuando de nuevo lo va a hacer". Es fontanero; se le ocurrió poner un anuncio en el periódico para instalaciones y ahora tiene un equipo completo que trabaja a destajo poniendo aljibes, que ya hay que traerlos desde Madrid, porque en Bilbao se han agotado las existencias. Reconoce que está haciendo un buen negocio: "Algo hemos subido la mano de obra, y, sobre todo, seleccionamos ante la gran demanda que tenemos". Hace otra confesión: "A los fontaneros, ahora tienen que pedirnos de rodillas que vayamos a arreglar un grifo, porque todos estarnos dedicados a los depósitos".

Mientras, a 50 kilómetros de distancia, en Elgóibar, la situación es bien diferente. Sus 12.000 habitantes no conocen la palabra restricción. El milagro se realiza a través de una traída de aguas del río Klimón. Pero esto no es nuevo. "En 1982 tuvimos problemas, porque se secaban los manantiales", dice el alcalde, José Ignacio Elcoro, "y realizamos unas prospecciones para traer entonces el agua de allí. Aquello nos costó 200 millones de pesetas, que ahora se dan por bien empleados".

Más paradojas. Entre Elgóibar y Ermua no hay más de 10 kilómetros en línea recta. Y en Ermua, sus 20.000 habitantes sólo han visto el agua cuatro horas al día. El alcalde, Francisco José Berjón, ha arreglado el problema con lo que él llama "tuberías volantes". Lo explica: "Un tren nos trae diariamente cinco vagones con 125.000 litros de agua desde Durango y Amorebieta. Es una solución de parcheo que afrontamos con un crédito de 90 millones de pesetas. Antes obteníamos el agua de una presa cercana a Éibar, pero cuando empezaron a venir las cosas mal dadas nos cortaron el suministro, porque allí también había problemas".

Vacas sin leche

Y es que, en una situación de emergencia, cada uno se las apaña como puede. Como los vaqueros del valle de Carranza. "Yo agarro el tractor y voy a buscar el agua donde puedo, que no se puede dejar al ganado sin beber", cuenta César Valera, que tiene 25 vacas en las inmediaciones de Matienzo. "Aquí no vale eso de que si la vaca no bebe hoy no te da leche, y mañana, si bebe, sí. Si no bebe, baja la leche".

En el valle, donde hay 10.000 vacas, lo han pasado mal con la sequía. El problema está ahora paliado con una traída de aguas. "Aunque es buena recogida, está tan repartida que cuando hay seca no llega", dice Valera. "Si se prolonga esta seca, la solución es que: los bomberos vuelvan a traer agua, como hicieron en verano, ¡que una vaca es capaz de beber 100 litros en un día!"

Los ganaderos luchan para que la producción de leche no baje. Pero ven cómo algunas vacas que antes daban 30 litros ahora dan 20. Andoni García, ganadero de Aldecueva, añade otro problema: "Como no cayó agua en verano, los prados no han producido. Y lo que llovió en diciembre fue muy poco. Encima el viento secó la hierba. La verdad es que éste no es un buen momento para tener vacas". Valera dice lo mismo, pero que hay que aguantar: "Mira cómo está subiendo la vida en estos tiempos. Y la única solución que tenemos es producir más para estar al día comprando más vacas, porque si nos quedamos con las que tenemos o vamos a menos, tendríamos dinero no para vivir, sino para subsistir malamente. ¿Que si con más vacas habrá menos agua y comida para repartir? ¿Y qué solución hay? Aquí, en Carranza, hay muy pocos que se dediquen a otra cosa. ¿Dónde nos vamos a meter si no es con el ganado?".

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